De psicópatas y narcisistas
«Cualquier conducta propia o de terceros queda en esta época justificada por una jerga que nos ahorra escarbar en los motivos y las circunstancias de la gente»
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Dibujo de un cerebro humano.
Uno de los vicios idiosincrásicos de nuestra época es la afición por hacer diagnósticos psicológicos instantáneos, sin más preparación para ello que lo obtenemos del consumo desaforado de series de televisión y de pildoritas de divulgación en redes sociales. Si atendiéramos al número de personas que reciben al cabo del día la etiqueta de psicópata, paranoico, mitómano, narcisista, neurótico, disléxico, bipolar, hiperactivo o portador de un toc, habría que asumir que el mundo en que vivimos es un inmenso manicomio gobernado por personas severamente trastornadas, en el que fuimos criados por personas trastornadas que nos dañaron para siempre, nos enamoramos de personas igualmente trastornadas, trabajamos para jefes trastornados y criamos a hijos que en nuestro afán de no trastornar de la manera en que nos trastornaron a nosotros, terminamos por trastornar de otras formas inesperadas.
En todo caso, si es usted alguien que ha visto menos de cincuenta series en estos últimos años (series donde siempre hay un psicópata o un bipolar, igual que antes todas las series tenían un abuelo o un niño) o no tiene las suficientes horas de vuelo en redes como para perfilar psicológicamente a sus congéneres, les voy a ofrecer una pequeña guía para entender de qué hablamos cuando definimos a alguien –o a nosotros mismos– como psicodivergentes. Me ciño a los cuatro diagnósticos quizás más frecuentes.
Psicópata
Lo es toda persona con autoridad que no se esfuerce demasiado en hacer creer a sus subordinados que es su colega, que no ha olvidado que están todos en el mismo barco a pesar de sus galones y que en su preocupación por mandar no dedique suficiente tiempo a lo que ahora se llama empatizar, esto es, que nos pregunte por la ejecución de una tarea con más interés que por saber cómo evoluciona nuestra hernia discal, la demencia de la madre del director adjunto o el tumor del labrador de la asesora legal. Suele aplicarse con mucha facilidad a directores de área, a casi todos los CEO y raro es el presidente de un gobierno que no lo sea.
Narcisista
Esta suele ser la patología que atribuimos inmediatamente a toda expareja con la que uno haya acabado mal. Se reevalúa tras la ruptura el amor que nos profesaban, para establecer que no era sincero, sino simplemente un sentimiento impostado para atraernos a ellos, rendirles culto y entregarles nuestro corazón. «Resultó ser un narcisista»: este diagnóstico sirve para explicar sin alegar más razones el final de cualquier relación.
Disléxico
De todos los diagnósticos psicológicos que nos atrevemos a hacer cada día, este es uno de los pocos que tiene la particularidad de que normalmente uno se lo atribuye a sí mismo antes que a los demás. Es especialmente útil para evitar el uso de tildes, signos de puntuación o para acertar con la h o con la v. Basta pronunciarse como disléxico para estar exento de cualquier corrección con el uso del lenguaje escrito.
TDAH (hiperactividad)
Al igual que la dislexia, este trastorno es uno que tendemos a atribuirnos por los eximentes que nos confiere. Basta decir que somos hiperactivos no diagnosticados profesionalmente, pero en todo caso, hiperactivos de manual, para librarnos de cualquier tarea que exija un mínimo de concentración y de foco. Estamos permanentemente rodeados de personas que nos explican su incapacidad para terminar un libro, ver una película con subtítulos o escribir un mail en condiciones por culpa de su TDAH, nos advierten.
Bipolaridad
Otra patología que atendiendo a los diagnósticos aficionados debe de aquejar a la mitad de la población es esta. Señalamos de esta manera a nuestra amiga porque el pasado viernes estaba particularmente simpática en casa de unos amigos y esta semana la invitamos a nuestra casa a cenar y unas horas antes nos dice que no viene. A nuestro primo, que estaba feliz en agosto y llega septiembre y está de bajón, a aquel que nos sacó a bailar en una verbena de verano y a la mañana siguiente en la playa fingió no conocernos.
Existen muchos otros diagnósticos de uso diario, los enumeré al principio de este artículo (neurótico, obsesivo, mitómano). Cualquier conducta propia o de terceros queda por fin en esta época perfectamente explicada y justificada por esta jerga que nos ahorra escarbar en los motivos y las circunstancias de la gente. Nos reímos de la frenología del siglo XIX, esa pseudociencia en que la gente estudiaba la forma del cráneo y las facciones de un rostro para determinar la personalidad de alguien y sus inclinaciones, y sin embargo, no hemos hecho más que sustituir una pseudociencia por otra.