THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

El relato perdido de Génova

«Feijóo debería haber entendido que convertir el palacete en una cuestión fundamental para muchos dirigentes del PP les podía estallar de vuelta»

Opinión
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El relato perdido de Génova

Ilustración de Alejandra Svriz

Cantaba Serrat que «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio». Nunca ha sido la política el mejor santuario para la verdad. Todos los políticos, todos, siempre han prometido y alardeado de decir la verdad, porque saben que es lo más sagrado en ese pacto de confianza en el que se basa la democracia. La confianza de que todos deleguemos en esos pocos que elegimos nuestras propias libertades y recursos confiando en que cumplirán el pacto y buscarán el bien común por encima de todo. No el bien particular, ni el bien de sus amigos, ni el de su familia, ni de sus militantes, ni solo el de sus votantes. El bien común.

La verdad no está resistiendo la modernidad. En el mundo de la desinformación, de la demagogia populista, de las redes sociales, de las fakes, o de la inteligencia artificial, la verdad no es esencial, lo que importa de verdad es el relato. Da igual lo que sea verdad, el relato es lo que permanece en la mente y recuerdo de todos. Quien domina el relato, domina el mundo.

 ¿Qué se necesita para dominar el relato? Nada mejor que un líder con instinto primitivo y amoral de supervivencia, de control y de poder por encima de consensos e incluso de leyes. Un líder con una disciplinada estructura piramidal en la que sus seguidores sean capaces de callar sus pensamientos críticos, e incluso cualquier tipo de pensamiento propio. Deben obedecer y repetir un relato construido y ordenado desde arriba, que debe ser asumido y defendido hasta el final, e incluso hasta el ridículo. Solo basta recordar la reciente salida en bloque de ministros y cargos socialistas repitiendo hasta la extenuación el mensaje de Sánchez de que el decreto ómnibus derrotado en el Congreso no iba a ser nunca troceado. Todos repitieron el relato que les mandaban decir. Lo asumieron tan bien que el ministro de Agricultura, Luis Planas, seguía negándolo en directo en televisión a la misma hora en que se estaba cerrando el acuerdo con Junts que dejaba troceado y bien troceado el decreto. Con el culo al aire. ¿Planas solo? No, todos. Entre ellos, los militantes socialistas canarios que vitoreaban a Sánchez el domingo en el congreso regional cuando les aseguraba que iba a buscar el voto debajo de las piedras para volver a presentar el mismo decreto ómnibus sin trocear. Dos días después, Sánchez vendía como un triunfo una derrota. No se le tensó mucho la mandíbula cuando dijo que el nuevo decreto contenía la práctica totalidad de las medidas del antiguo decreto ómnibus. Contenía exactamente 29 medidas de 80. Una derrota en toda regla que no tardó en intentar convertir en victoria. Y todos los suyos detrás de él.

Si alguien domina el relato es Sánchez. Vende como un triunfo una derrota. Incluso la aceptación del trámite de votar una moción de confianza impuesta por Junts lo retorció con su relato. Para cualquier presidente democrático que el Congreso vote, la necesidad de una moción de confianza significaría el lógico movimiento de ratificar esa moción e iniciar el procedimiento. Para Sánchez, esos procesos lógicos en cualquier democracia no significan nada. Lo vendió casi como si fuera una cesión al pataleo de Puigdemont y avisó de que no lo considera necesario y que, por tanto, no se hará diga lo que diga el Congreso.

Una derrota reconvertida en un relato triunfal en el que el pulso perdido lo intenta convertir en una negociación reabierta que puede llevarle a conseguir el apoyo de Puigdemont para los Presupuestos Generales, lo que le llevaría a poder seguir en el poder y terminar la legislatura en el 2027. Un relato en el que no son ellos los que han puesto como rehenes a 12 millones de pensionistas, a millones de ciudadanos que viajan en transporte público o a los miles de damnificados por la dana o por el volcán de La Palma.

«La inclusión entre todas las medidas sociales del regalo del palacete de París al PNV lo han convertido en la manzana envenenada con la que quieren vender el relato de que han derrotado al PP»

Mientras tanto, enfrente, en la calle Génova siguen sin saber jugar con el relato ni ganar con la verdad. No es fácil jugar siempre tan mal con el relato. Un PP que se ofrecía a apoyar sin contrapartidas todas las medidas sociales que finalmente van en el decreto recortado, se encuentra ahora de nuevo perdido en medio de otra falsa tormenta creada por el gobierno y por el equipo de opinión sincronizada.

La correcta decisión de Alberto Núñez Feijóo de apoyar el nuevo decreto por el bien de pensionistas, usuarios del transporte o damnificados ha sido recibido con desprecio y con malicia. La inclusión entre todas las medidas sociales del regalo del palacete de París al PNV lo han convertido en la manzana envenenada con la que quieren vender el relato de que han derrotado al PP porque va a votar a favor.

Las declaraciones de distintos dirigentes del PP en torno a esta polémica son un ejemplo de lo que no hay que hacer. Han permitido que el gobierno y el PSOE conviertan una derrota a manos de Junts en un relato en el que vencen al PP porque va a votar a favor de un decreto que incluye el regalito al PNV. Lo consiguen por la torpeza de todos los que pusieron el palacete como gran argumento para votar en contra cuando había mensajes muchos más directos y potentes y verdaderos.

Feijóo debería haber entendido que convertir el palacete en una cuestión fundamental para muchos dirigentes del PP les podía estallar de vuelta. El hecho de anunciar el voto favorable a las medidas sociales que habían exigido troceadas, y que Junts ha conseguido, ha puesto también de manifiesto la falta de un relato común y satisfactorio en Génova. La propia explicación de Feijóo del voto favorable, en la que en vez de centrarse exclusivamente en que las necesidades sociales de los ciudadanos estaban por encima de cualquier otra circunstancia, se metió en un jardín confuso y laberíntico en una lógica en la que parecía que era más importante ir contra las intenciones demagógicas de Sánchez que favorecer la prioridad de favorecer a la ciudadanía. Tienen la verdad, pero siguen perdiendo el relato. Entre el «cuñadismo» de Miguel Tellado, el portavoz popular en el Congreso; el buenismo del portavoz Borja Sémper y el folclore de mensajes de todo tipo por todo tipo de dirigentes populares, el PP sigue perdiendo la batalla del relato. Lo pierden frente al gobierno y lo pierden también frente a Vox. No deberían nunca olvidar en Génova que cada desliz en el relato lo disfrutan tanto Sánchez como Abascal. Los dos ganan.

Cantaba también Serrat aquello de «cuéntale a tu corazón que existe siempre una razón escondida en cada gesto». Y esa razón que mueve toda decisión política debe estar bien pensada, planificada y sobre todo bien explicada. Declaraciones a corazón abierto, por verdaderas que sean, pueden acabar perdiendo el relato tanto a derecha como a izquierda. Y cuesta recupéralo.

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