España en crisis (y V). Qué hacemos con la excelencia
«Invertir en la élite, aunque sea contraintuitivo, es la inversión más rentable. La que otorga más beneficios sociales»

Una persona sosteniendo una medalla. | Freepik
Para Loris Zanatta, el populismo que domina la política actual es una trasposición del pensamiento religioso (y su esfera de influencia) al gobierno de los Estados modernos. La Revolución francesa intentó «liberar» a los hombres de las cadenas de la religión, pero su racionalismo extremo acabó en el Comité de Salud Pública y la guillotina. La misma lógica fue el motor del utopismo revolucionario y el utopismo fascista, uno sobre la base de la clase social y el otro sobre la nación. Ambos con un pasado mítico (comunismo primitivo o edad de oro en un lado; la nación intocada en el otro) y un futuro ideal al cual llegar: una sociedad sin clases, una nación grande de nuevo, una vez extirpados los enemigos internos (burgueses en un lado; extranjeros en el otro).
Como estudia la historiadora y filósofa francesa Chantal Delsol en su libro La Fin de la Chrétienté, Europa ha dejado de ser una sociedad cristiana. Lo natural es compensar esta pérdida de fe a través de la trascendencia que suponen la prole y la cultura, pero en lugar de eso, ha resurgido toda suerte de religiones sustitutas, de la identidad tribal a la diosa naturaleza. Incluidas sus múltiples sectas: ecologismo radical, veganismo, animalismo. Europa, con España a la cabeza, ha desterrado las compensaciones de la familia y el conocimiento. No tiene hijos y descree cínicamente de su propia civilización. Ni gens ni logos. Tampoco cree en su pasado y se ríe de la excelencia. Es decir, ha desterrado el pasado como fuente de legitimación y no tiene un horizonte de futuro. Así que sólo le queda Epicuro, la búsqueda del placer personal en una suerte de «presente perpetuo». Pasarlo bien, disfrutar, acumular experiencias es el anhelo mayoritario. Esto, además, está sustentado en un Estado del bienestar que no es prorrogable en el tiempo por las tasas de natalidad, las trabas a la migración y la inminente cancelación del subsidio americano en defensa. Un fin de ciclo en toda regla.
«Europa, con España a la cabeza, ha desterrado las compensaciones de la familia y el conocimiento»
Gauss vs. Pareto
El desprecio cainita por la excelencia no es asunto menor en ese escenario posmoderno, de hecho es uno de los problemas más graves.
La campana de Gauss se dibuja cuando un conjunto de datos se concentra en torno a la media; por ejemplo, la estatura de las personas, donde la mayoría se encuentra cerca del promedio y cada vez menos casos se alejan hacia los extremos. En contraste, la ley de Pareto es una herramienta útil de estudio cuando una minoría de elementos tiene un peso determinante sobre el conjunto. La distribución de la riqueza, por ejemplo. Si tienes muchos problemas, reza por Pareto: a veces basta con descubrir la manzana podrida para salvar la cesta de la fruta. Ambos conceptos existen simultáneamente, son aproximaciones a la realidad y los mejores análisis suelen ser complementarios: mientras que la estatura sigue una distribución gaussiana, la selección de baloncesto es pura ley de Pareto.
Las audiencias televisivas, el sistema educativo y las campañas políticas están dirigidas al espectador, al estudiante medio y al ciudadano medio. Para ellos, lo excelso es un problema. En España el consenso es claro. La sociedad debe gravitar en torno a la media. En servicios, ingresos, acceso a la vivienda, seguridad. Un centro amplio, abombado, sin badajo y con un martinillo exterior suave y amortiguado. Una campana sin estridencias. Y, desde luego, que protege a la base inferior que queda fuera.
El problema no está ahí abajo. El problema está en no saber qué hacer con el otro extremo, el que sobresale. España sigue siendo la dura tierra de expulsión/reclusión de antaño. El país en donde María Moliner no fue académica de la Lengua, para entendernos, y donde Max Aub murió en el exilio tras un frustrado intento de regreso.
Invertir en la élite, aunque sea contraintuitivo, es la inversión más rentable. La que otorga más beneficios sociales. Un ejemplo de éxito es la gastronomía, en donde un grupo pequeño de vanguardistas, encabezados por Ferran Adrià, logró construir una industria potente, una marca exterior y cambiar una cultura en algo tan aparentemente inmóvil como los hábitos alimenticios. Incluso para aquellos que, desde la ignorancia, la rechazan: su influjo llega a los restaurantes de carretera y las tascas tradicionales. Su impacto es mesurable en términos de PIB.
Otro ámbito donde prevalece la sana dinámica Gauss-Pareto es en el deporte: los mejores ganan, pero estos existen sobre una base amplia. Un semillero que va de la escuela al polideportivo de barrio. Nadie discute sus logros. Corres los cien metros planos en menos de diez segundos o no. Nadie odia a Nadal por ser un virtuoso. Es una inspiración. La pregunta es por qué no sucede lo mismo con el empresario Amancio Ortega, el cineasta Víctor Erice o el físico Francisco Matorras Weinig. Cuando una sociedad se envilece la puedes seguir dibujando en una gráfica en forma de campana, pero se produce un divorcio entre sus élites y la sociedad. Y esto es muy peligroso. Este clima envenenado produce la única exportación no deseada por un país: la fuga de su talento.
La inversión que requieren las élites no es económica, aunque la ciencia exige medios prácticos sumamente costosos: laboratorios, centros de investigación, publicaciones, redes organizadas de intercambio de ideas. La inversión clave es el reconocimiento social y la crítica objetiva, los estímulos básicos, el abono que hace brotar las flores de asfalto. Una sociedad que no sabe qué hacer con su talento tiene un problema grave.
«Una sociedad que no sabe qué hacer con su talento tiene un problema grave»
Las élites (intelectuales, científicas, deportivas, económicas y artísticas) deben sentirse motivadas para permanecer y subsidiar al resto con sus excedentes de talento, innovación disruptiva y fuerza creativa. Importar la cultura del éxito americana, pero sin su darwinismo social. La capacidad de regeneración social en un país sin élites es inconcebible, y más en un mundo que, como el actual, vuelve al nacionalismo.
El reconocimiento del éxito requiere que la escalera social sea meritocrática y no nepotista. Un premio injusto, un puesto a dedo al mediocre del cuñado y todo se vuelve de granito. Sin darte cuenta, un día te gobierna Pedro Sánchez o te hace las leyes Irene Montero. Lamento no ser optimista esta vez. El nuevo Gran Maestro de ajedrez, el próximo premio Nobel español, el empresario innovador está a 19 temporadas de Gran Hermano de distancia.