Jueces y fiscales admirables
«El libro ‘Quien tiene miedo muere a diario’ sobre los jueces Falcone y Borsellino, asesinados por la mafia, es un testimonio apasionante y una lección de civismo»

Retrato de Giovanni Falcone y Paolo Borsellino dibujado por Giuseppe Nigro. | Wikimedia Commons
Acaba de salir en español un testimonio veraz, intenso, apasionante, una lección de civismo en marcha y de servicio al Estado y al pueblo hasta el sacrificio, que leí en su idioma original hace 15 años y me impresionó. Traté en vano de convencer a algunos editores de que lo sacasen aquí, me ofrecí a traducirlo. No sé por qué no les interesó, porque es electrizante. Ahora por fin lo saca, en traducción de David Paradela, muy buena por lo que he podido ver en una hojeada, Gatopardo Ediciones (que por cierto tiene un catálogo muy peculiar; estos días, por ejemplo, me estoy riendo mucho gracias a Simon Gray y sus Diarios de un fumador).
El título: Quien tiene miedo muere a diario. Parece que era una frase que decía el juez Paolo Borsellino cuando le preguntaban si no tenía miedo, al investigar los crímenes de la Cosa Nostra, de que lo mataran. Su predecesor en el cargo, Rocco Chinnici, que había organizado el primer maxiproceso contra la Cosa Nostra, había sido asesinado cuando lo estaba preparando, otros jueces y policías cercanos habían caído, y él sabía que iban a por él. Su filosófica respuesta era la siguiente: «Es bonito morir por lo que crees; quien tiene miedo muere a diario. Quien no tiene miedo, muere sólo una vez».
Recuerdo otra escena en que viendo que Falcone desoye las amenazas que le llegan y se expone a un destino funesto cada día más ineluctable, un amigo le insta a abandonar Palermo, buscar la salvación personal en la Italia continental. El juez se niega. El otro insiste: «Ma chi te lo fa fare?» Falcone, encogiéndose de hombros, responde: «Te lo giuro, non lo so».
Es el imperativo categórico. Hay que ser de una pieza, hay que tener un temple muy especial para decir estas cosas y sostenerlas. Son diálogos que parecen salidos de Solo ante el peligro. Con la diferencia de que la película acaba bien –el héroe, Gary Cooper, vence a los malos y se va del pueblo con Grace Kelly–, mientras que en la realidad Falcone y Borsellino, traicionados por fuerzas políticas de un cinismo sólo concebible en Italia, y denostados por la prensa –es imperdonable el artículo Los profesionales de la antimafia en Il Corriere della Sera del gran novelista y gran paladín de la justicia, Leonardo Sciascia, donde acusaba a los jueces de Palermo de buscar fama y dinero–, fueron asesinados en sendos atentados en un plazo de pocos meses.
Italia se estremeció. Luego se dio la vuelta y siguió durmiendo. Esto sucedió en 1992, cuando en España se celebraban los Juegos Olímpicos y en Sevilla exposiciones y otros fastos.
«El autor del libro es el fiscal italiano Giuseppe Ayala, compañero y amigo de Falcone y Borsellino en los juzgados de Palermo»
El autor del libro –tiene buena mano para escribir– es el fiscal italiano Giuseppe Ayala, nacido en 1945 (y ya jubilado), compañero y amigo de Falcone y Borsellino en los juzgados de Palermo, y que se salvó de correr su misma suerte gracias a que se metió a hacer carrera política, obtuvo un puesto en el Congreso y se trasladó a Roma.
Hasta entonces Ayala, Falcone y Borsellino investigaban juntos, juzgaban juntos, se comentaban sus sospechas sobre tal o cual empleado de los juzgados que podía haberse vendido a la mafia y estar pasándole información sobre sus movimientos, se iban juntos unos días de vacaciones a una isla griega, donde podían bañarse en la playa, sin tomar precauciones, sin la compañía de los guardaespaldas. Pero luego, claro, había que volver a Palermo, al búnker de la sala de vistas.
Años después de los hechos, Ayala abandonó la política, se reintegró a la judicatura y obtuvo plaza en un pueblo del norte de Italia. Estaba una tarde redactando la sentencia por el hurto de unas gallinas, y de repente rompió a reír. Comparaba, interiormente, aquel caso con los terribles y exaltantes años de la lucha contra el crimen organizado, y su situación actual le parecía cómica. Pero no estaba solo, dice. Oía también las risas de Falcone y Borsellino diciéndole «¡por fin has encontrado una tarea a la altura de tus capacidades!» Así decidió poner por escrito la historia de aquella gran amistad «que se obstina en no morir y que sigue haciéndome llorar, pero también reír. Con ellos dos, otra vez».