The Objective
Gloria Lomana

No más postureo, por favor

«¿Qué hemos hecho mal para que las chicas crezcan indiferentes a la igualdad? ¿y los chicos sientan desencanto y en más casos sensación de fracaso? La respuesta son las políticas incongruentes del feminismo»

Opinión
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No más postureo, por favor

Ilustración: Alejandra Svriz.

Cada vez con más frecuencia, padres, profesores, profesionales de distintas instituciones y empresas, me animan a ampliar la formación de #ChicasImparables, el programa de liderazgo para jóvenes de entre 15 y 18 años enfocado a acelerar la consecución de un mundo 50&50. Cuando comenzamos, junto a CEOE y grandes empresas, la presencia de mujeres profesionales en las compañías seguía siendo escasa entre los puestos más altos, a pesar de que son las mujeres quienes culminan sus carreras académicas de forma más brillante y corta que los hombres, y se incorporan al trabajo en términos de igualdad. Las estadísticas nos decían que, sin embargo, muchas mujeres profesionales acababan aparcando el trabajo o recortando su dedicación a él por razones familiares; también esos datos nos decían que ellas eran más taimadas a la hora de reclamar promociones profesionales y salariales, siendo más proclives a padecer el conocido como “síndrome del impostor” por sentirse inseguras en puestos directivos. En definitiva, hace seis años en que comenzamos a formar #ChicasImparables, las mujeres ni estaban en posiciones de poder en las proporciones de diversidad que enriquecen a una sociedad, ni cuando estaban se sentían con la misma seguridad y autoconfianza que los compañeros para posicionarse en lo más alto. Necesitábamos construir liderazgos femeninos de futuro con solvencia, poniendo la escalera a #ChicasImparables para subir, y quedarse en pro de ese mundo que aprovechara el 100% del talento.

Hoy los datos nos hablan de una mayor presencia femenina en los puestos de dirección y en los consejos de administración. Sin embargo, lo que sí ha cambiado es la percepción respecto a la necesidad de aupar la entrada de mujeres a ciertas posiciones, por lo que hay muchas razones que nos animan a pensar sobre lo que está pasando, como sociedad. 

Empiezo por la anécdota: un joven de 22 años, ingeniero, con calificaciones académicas extraordinarias que, transcurridas las pruebas de selección para incorporarse a una empresa, quien le ha ido examinando para entrar en la compañía le comunica que él sería idóneo para el puesto, pero que van a optar por incorporar a una mujer, ya que la presencia femenina sigue siendo escasa. Su padre me comenta el caso con preocupación, pues en su hijo y su entorno se generó rechazo al planteamiento de igualdad que favorece la promoción de mujeres.

“No conozco a ninguna persona que no observe como un disparate poner a deportistas trans en las competiciones de mujeres, ¡con lo que a las mujeres les ha costado conseguir visibilidad y apoyos en los deportes!”

En esta misma semana también, en conversación fantástica con el presidente de la Cámara de Comercio Alemana, Walther von Pletterberg, comentamos estas y otras situaciones, siendo él padre de cuatro hijas y un hijo y yo de chica y chico, es decir, conocedores ambos de las adolescencias de ellos y ellas. Yo le comenté la inseguridad con la que llegan las niñas a esas adolescencias, y de ahí el Programa de #ChicasImparables. “Si las niñas siguen creciendo más para gustar – en mi argumentación, esa es una aspiración que, siendo por definición infinita, no se ve cumplida nunca, de lo que podría desprenderse en parte el rechazo de las niñas hacia aquello que pueda defraudar, como las ‘exigentes’ carreras STEM (acrónimo en inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas)”. En la conocida publicación de la revista Science, junto a tres universidades norteamericanas, se nos alertó de como las niñas a los seis años atribuían mayoritariamente la resolución de problemas complejos a los niños, lo que ellas consideraban de “inteligentes o muy inteligentes”, autodescartándose ellas y también a sus compañeras. De ahí, a padecer el síndrome de impostora en posiciones ejecutivas en la edad adulta, hay saltos de inseguridades sucesivos. La necesidad de ser perfectas en todo y de acapararlo todo en el trabajo, la familia, la pareja y la imagen personal de una misma, podría ser una exigencia con el mismo origen. De ahí que quien me conoce me haya oído decir con cierta frecuencia: “Las mujeres le damos muchas vueltas a las cosas”, y esta otra frase: “No deberíamos ambicionar ser perfectas, ellos no lo son y así han llegado y siguen llegando lejos”.

Entre la infancia que estudió Science y las profesionales que padecen el síndrome de impostora, nos encontramos con las adolescentes que viven esa etapa condicionadas por gustar, más que nunca. Y con chicos desde la especie de limbo en que algunos confiesan sentirse desplazados por las chicas que van irrumpiendo con fuerza. Sienten no tener cursos específicos para ellos, políticas que no les incluyen y dudas sobre su masculinidad en tiempos de permanentes crisis en que el triunfo es más errático que antes. El desatino de denominarles a todos ellos la “generación de cristal” solo redunda en la incertidumbre con que los jóvenes van a moverse en precariedad, no solo en trabajo, viviendas u otros conocidos imperdibles que podríamos colgar de aquí, también en relación con su propia identidad y proyecto. Por eso, –me decía un experto en políticas sociales-, sería preocupante “que también las relaciones de pareja a esas edades se vieran confrontadas entre dos mundos que se perciben como opuestos”.

La pregunta sería ¿qué hemos hecho mal para que las chicas crezcan despreocupadas por la igualdad? ¿y los chicos sientan desencanto y en más casos sensación de fracaso? La respuesta sería las incongruentes políticas que se han acometido en nombre del feminismo en los últimos tiempos, lo que ha alejado no solo a hombres sino también a mujeres, no solo a chicos sino también a chicas, de la necesaria causa del feminismo, cuya única esencia es el concepto con que lo define el diccionario de la RAE: “Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre”. Tan simple como eso, tan inclusivo como eso. Hay quien me dice: ya hay igualdad, y mi respuesta no puede ser otra: sí, en España, en Europa, en la ley, no en los hechos, nos falta allanar la igualdad real que acabe con las brechas de todo tipo, que persisten y muchas, solo hay que ver incluso las que se registran en relación con el ocio. Pero, por favor, hagámoslo, contémoslo, transformémoslo, sensatamente.

Por eso urge hacer pedagogía, llevar el fiel de la balanza a la centralidad sensata sin estridencias que generen tan nefasto rechazo. Debemos trabajar para que las chicas ganen autoconfianza y elijan ser lo ellas quieran, sin limitarse pensando que otros podrán hacer, pero ellas no. Del mismo modo, debemos procurar que los chicos no se sientan discriminados por políticas activas que no van contra ellos, sino a favor de acelerar la igualdad con inclusión y diversidad. No debemos permitir que ellos caigan en sentimientos de depresión o fracaso, como se está percibiendo en muchos adolescentes, menos aventajados que las chicas en relación con su madurez o conectividad social.

Políticas de postureo, el wokismo que en Estados Unidos ha generado el preocupante movimiento pendular hacia el populismo de Trump; leyes como aquí se han hecho del “sí es sí”, con probable buena intención, pero con nefastas consecuencias; normas como la ley trans con igual probable intencionalidad para el colectivo, pero con las terribles consecuencias de borrar a las mujeres, nos han hecho un daño que tardará tiempo en cicatrizar. No conozco a ninguna persona que no observe como un disparate poner a deportistas trans en las competiciones de mujeres, ¡con lo que a las mujeres les ha costado conseguir visibilidad y apoyos en los deportes! Ni conozco a nadie que no se escandalice con que un violador cambie de sexo y acabe en la cárcel de mujeres o excarcelado amedrentando a su víctima. Quien hace las leyes tiene por deber anticiparse a semejantes situaciones esperpénticas y dañinas; de lo contrario, la reacción social será de rechazo a todo lo que suene a feminismo, como nos está sucediendo, con movimientos populistas no solo en la política, también en la sociedad con votos de castigo, el renacer de líderes machos alfa, supremacistas y supremachistas. Y lo más preocupante: con la configuración de una juventud donde ellas creen que la igualdad es un asunto superado cuando no lo es, y ellos imitan masculinidades violentas como las que se consumen en la pornografía. 

En medio de esta confusión, nadan caraduras en río revuelto, generando más confusión si cabe. Ahí tenemos a la conocida polemista Bianca Censori posando desnuda sobre la alfombra roja de los premios Grammy, pareja del no menos polémico rapero Kanye West, señora que dice posar por ejercer su libertad y que los partidarios interpretan como valentía. Me deja pasmada que una mujer a la que se conoce mayormente por tener marca adosada a su pareja y por los escándalos que le garantizan focos galácticos, sea icono de liberación femenina alguna. Eso lo dejo para las mujeres que han construido carreras exitosas en cualquier disciplina sorteando no pocos obstáculos. 

El feminismo es la libertad de hacer con tu cuerpo lo que te plazca, ¡faltaría más!, pero no es preciso defender los derechos desnudando pechos ante líderes ni mostrando el cuerpo desnudo en ningún tipo de alfombra, pues es precisamente el desnudo femenino y no la mente lo que se valoró de las mujeres desde el origen de los tiempos, contra lo que el feminismo clásico ha venido luchando desde hace más de doscientos cincuenta años. La liberación del “qué buena estoy” no es feminismo; así no se consiguen derechos, oportunidades, respeto entre géneros ni dignidad. Quizás cuando el rapero pose sin hoja de parra en sus mismísimos, nos podamos creer que ese podría ser un camino. Entretanto, las mujeres, mayoritariamente, seguimos reclamando igualdad y derechos con trabajo y buenos referentes. Para dejar un mundo mejor a nuestras chicas y chicos.

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