InTRANSigencia real
«Los Goyas han sido un año más protagonizados por el sindicato vertical de artistas, que se dicen progres. Todo un ejercicio de inTRANSigencia real»

Karla Sofía Gascón. | Zuma Press
La ceremonia de los Goya ha sido toda una muestra más del lamentable mundo que se mueve alrededor del cine y sus protagonistas. Cómo es ese ambiente para que Pedro Sánchez se sienta cómodo y feliz. Lo más interesante ha sido ver cómo se ponen en evidencia todas sus miserias por la película Emilia Pérez del director Jaques Audiard. Nominada a 13 premios Oscar.
El mundo del cine aprovechaba a Karla Sofía Gascón, por su interpretación de Emilia Pérez, como un ejemplo mundial de la superación de una minoría no normalizada. Una mujer trans galardonada por su interpretación en una película. Lo que era la exaltación de un símbolo de las minorías se ha convertido en la extinción y eliminación de alguien cuya posición política no es la coincidente con el pensamiento obligatorio de los presuntos intelectuales.
Esa actitud ante la intérprete y la película permite cuestionar las motivaciones del mundo del cine respecto a su calidad artística. El cine es arte e industria. Y está claro que los que lideran el cine no lo hacen por su calidad artística o interpretativa, sino como un gueto de pensamiento político obligatorio.
«Es obvio que para que los del cine consideren una interpretación artística como ‘arte’ debe cumplir con la condición necesaria obligatoria de ser ideológicamente de izquierda globalista»
El cine como industria es capaz de crear los mundos más fantásticos imaginables. En su aspecto técnico es una especie de dios audiovisual capaz de crear planetas y galaxias con todo tipo de seres extraterrestres o resucitar los extintos dinosaurios para diversión y terror de los ciudadanos de hoy. La industria del cine es transversal, inabarcable y creadora de las emociones más extremas, pasando del amor al terror y del ahogo, por carcajadas, al más rancio aburrimiento.
En cuanto a su faceta artística interpretativa, el cine se ha puesto bajo la más turbia sospecha por su comportamiento con la película Emilia Pérez. Es evidente que les importa mucho más el pensamiento político obligatorio que el arte escénico e interpretativo. Es obvio que para que los del cine consideren una interpretación artística como «arte» debe cumplir con la condición necesaria obligatoria de ser ideológicamente de izquierda globalista. Las dudas alrededor de la película, de las motivaciones de su director y de la productora están todos bajo sospecha. Y los jurados también. ¿Por qué eligieron a Karla para el papel? ¿Por ser transgénero o por sus dotes interpretativas? ¿Por qué le dieron tantos premios Cannes y nominaciones? ¿Si no se hubieran descubierto los viejos tuits de Karla Sofía Gascón seguiría liderando la promoción de sus nominaciones? ¿Cómo la productora Netflix y el director apartan a la intérprete por lo que pudo pensar o piensa?
El arte auténtico está por encima de las ideologías y la condición de las personas. El resto no es arte. Y tal como actúan y se manifiestan los personajes del cine, es evidente que tienen muy poco de artistas. Son militantes ideológicos que se autoproclaman como intelectuales, algo que obviamente no son. Son sectarios supremacistas capaces de pasar en 48 horas de ensalzar el arte y valor de Karla Sofía Gascón, por representar la normalización y dar visibilidad a las personas trans, a someterla de forma violenta y radical a la cultura de la cancelación.
El detonante de esta aniquilación ha sido la periodista canadiense Sarah Hagi —musulmana— que considera racistas y xenófobos los comentarios vertidos por Karla en las redes sociales. Según la periodista canadiense, la investigó porque había hablado de «islamistas».
Hay que destacar el papel aniquilador individual de esta periodista y de lo acomplejado que es todo el gremio del cine. A mí me da igual artísticamente lo que piense y sea Karla Sofia Gascón. Sí entiendo su posición y la respeto. No tengo por qué compartirla porque además no sufro, por mi condición heterosexual, la persecución y aniquilamiento moral y físico que homosexuales y, no digamos transexuales, sufren por el Islam. La muy sensible Sarah podía enfrentarse a sus líderes religiosos para que no cuelguen a los homosexuales de las grúas ahorcándolos por su condición sexual. Sarah Hagi dice que a Karla «no le diría nada porque es otra racista». Opino que la actitud de la periodista canadiense musulmana respecto a las minorías no normativas es racista y xenófoba.
Viendo en las calles el machismo que mantienen los musulmanes contra las mujeres occidentales, con un trato despectivo por su forma de vestir y actuar, es sorprendente ver la reacción provocada contra una mujer trans por la denuncia de una mujer musulmana. El Islam es así. Y los islamistas son peores. Que nadie del cine se haya preguntado a qué nivel de sufrimiento son sometidas por los musulmanes, las Karlas de España, mujeres trans, que para ellos son seres merecedores de lapidación y ahorcamiento, es repugnante. Con todo lo que sufren, las opiniones de Karla se merecen el respeto por ser suyas.
Lo peor del mundo del cine, y que no van a corregir porque son incapaces de hacer una profunda reflexión sobre su actitud y su papel, es que cuando algunos se han dado cuenta de la barbaridad que se está haciendo con Karla Sofía le han concedido una absolución parcial porque ya ha perdido perdón. Si ya reniega de sus ideas y está dispuesta a someterse al totalitarismo caviar le permiten que tenga un espacio en su mundo progre.
Lo del cine y totalitarismo es una realidad global. Richard Gere, con todo el auditorio entregado en pie, ha hecho un llamamiento para permanecer vigilantes ante la existencia de lugares oscuros en todos los lados: «Vengo de un lugar muy oscuro en América, donde un matón es el presidente, pero no sólo pasa en Estados Unidos, es en todos los lados». El presidente de EE.UU. es el resultado de la voluntad libre del pueblo americano. Es el fracaso de los pseudo intelectuales que perdieron las elecciones porque el pueblo no los quiso. Y por eso, lejos de quedarse allí a vigilar que el presidente tenga conductas constitucionales y democráticas, coge su avión privado y se viene a disfrutar de España, donde el presidente del Gobierno ha asaltado la separación de poderes y se está cargando la democracia.
Los Goyas han sido un año más protagonizados por el sindicato vertical de artistas, que se dicen progres. Todo un ejercicio de inTRANSigencia real.