THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

¡Deroguen esta ley, por favor!

«La ley ‘sólo sí es sí’ es el anverso de algo parecido: en caso de no haber consentimiento expreso todo roce cutáneo o insinuación es agresión sexual»

Opinión
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¡Deroguen esta ley, por favor!

Ilustración de Alejandra Svriz.

Cuando aún colea el caso Errejón, estos últimos días hemos estado inmersos en el caso Rubiales. Cada uno con sus características propias pero ambos con una misma raíz común: la llamada ley del solo sí es sí. Deróguenla pronto, por favor, y no perdamos más el tiempo en cuestiones inútiles.

Se veía venir, se dijo y se repitió una y mil veces, «sólo sí es sí» es el reverso del «no es no», frases banales, una y otra utilizadas como consignas por expertos en comunicación política que quizás saben trasmitir mensajes de impacto para vender jabón de lavadoras pero sin capacidad alguna de hacer pensar con un mínimo de inteligencia y reflexión. Tuits de efectos inmediatos para mentes simples que no saben prever las consecuencias de lo que expresan. 

«No es no» fue el eslogan de Pedro Sánchez para trasmitir a los suyos que nunca pactaría con el PP y ahora se arrastra penosamente por Ginebra y Waterloo para que le haga caso un espabilado Puigdemont que va a la suya al frente de un grupo parlamentario de sólo siete diputados. Aún recuerdo a un excitado Rubalcaba agitando los brazos, sentándose y levantándose sin parar, para decirnos con sorna en la sede de El País hará cerca de diez años: «Fijaros qué inteligencia tan preclara, afirma que ‘no es no’, nunca nadie lo había pensado antes, Sánchez es el nuevo Aristóteles del siglo XXI».

La ley del sólo sí es sí es el anverso de algo parecido: en caso de no haber consentimiento expreso todo roce cutáneo o insinuación malévola es agresión sexual sin presunción de inocencia alguna: la prueba es la sensación siempre subjetiva de la probable víctima. Cesare Beccaria, es decir, la base del moderno derecho penal, pero al revés: la Inquisición. Todo basado en una idea del feminismo que parte de la premisa de que el hombre, el género biológico hombre, el sexo masculino apurando las palabras, es lobo para la mujer, es sospechoso a priori de todos los males que aquejan a las mujeres y entre ellos, quizás el principal, es un acosador sexual sistemático. 

Recuerdo que cuando era un niño y estudiaba el bachillerato en un colegio de jesuitas, el padre espiritual nos alertaba de que si íbamos por la calle y veíamos a una chica que nos gustaba debíamos apartar la mirada inmediatamente a riesgo de cometer pecado. Como previamente era necesario mirarla para saber si nos gustaba o no, retirar la mirada simplemente nos había situado en «ocasión remota de pecado», la culpa no era nuestra y habíamos cometido, a lo más, un simple pecado venial. Pero si insistíamos y no retirábamos la mirada, ya entrábamos en «ocasión próxima de pecado» y ello ya eran palabras mayores, ya era un pecado del cual nos debíamos confesar para que pudiéramos redimirnos tras los efectos sanadores del sacramento. 

«Ahora no se utiliza la palabra pecado sino otras más raras, como heteropatriarcado, me too, BelieveHer y otras»

Ya entonces nos tomábamos todo esto a cachondeo, les decíamos a los amigos que nos habíamos cruzado con una chica guapísima, subrayábamos que era de «ocasión próxima» e intentábamos pasar al día siguiente por la misma calle y a la misma hora para ver si nos la volvíamos a encontrar, seguirla hasta su casa y tenerla así controlada. Algo instintivo había en nosotros que hacía remover ciertas partes de nuestros inocentes cuerpos y por las noches excitaba nuestros pensamientos. Por alguna razón mi madre, tras el beso de buenas noches, me decía: «las manos fuera, por encima de la colcha». Algo presentía, quizás por experiencia. 

Desde entonces pensé que todo esto había pasado, nunca a mis hijos les di recomendaciones de este tipo, allá se apañaran ellos, como me apañé yo, por cierto. Pero por lo visto ha vuelto el puritanismo y los padres espirituales. Ahora no se utiliza la palabra pecado sino otras más raras, como heteropatriarcado, me too, BelieveHer y otras, dentro de un movimiento cultural más amplio al que se le suele llamar woke. Por cierto, con ciertas dosis de hipocresía. 

El otro día le escuché a Pablo Iglesias un ardoroso alegato contra el heteropatriarcado. Bien. Pero recuerdo que hace pocos años, no puedo precisar a quién, pero en todo caso a una mujer, dijo algo así como que «la azotaría hasta que sangrase». Y poco después, al formar grupo parlamentario, como portavoz de Podemos nombró a su novia de entonces, Tania Sánchez. Pero al cambiar esa pareja por Irene Montero –hoy madre de sus tres hijos– nombró a esta como portavoz y a Tania la envió arriba de todo, a la última fila, paso previo a su cese como diputada. 

¿Eso se llama democracia interna en los partidos, Pablo? ¿O heteropatriarcado en los partidos… que farisaicamente critican el heteropatriarcado en la sociedad? Aclararos de una vez o callad para siempre. 

«El Congreso está sólo para las patochadas de los miércoles y no para gobernar, en el sentido amplio de la palabra, este país»

El juicio a Rubiales entre otros, retrasmitido esta semana por youtube, ha resultado grotesco. Sólo ha valido la pena verlo para comprobar lo que es una buena abogada. La actuación de Olga Tubau, defensora de Rubiales, ha sido ejemplar: tema perfectamente estudiado, preguntas concretas, disciplina ante las interrupciones –no siempre pertinentes– del juez, conocimiento de la materia. Esperemos la sentencia: su fallo y, lo que es más importante, su argumentación. 

Pero que se pierda el tiempo, y se desperdicien recursos, ante una presunta agresión sexual que se hizo a la vista de millones de personas y que resultó ser un simple «pico» amistoso de medio segundo en un momento de euforia por un gran triunfo condena a una ley sin garantías ni criterios para ser aplicada. 

Que no haya nadie en el Congreso que no pida derogarla, de proponer otra que diferencie como la ley anterior entre acoso, abuso y agresión y, especialmente, que respete el principio capital de la presunción de inocencia, es que el Congreso está sólo para las patochadas de los miércoles y no para gobernar, en el sentido amplio de la palabra, este país.   

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