THE OBJECTIVE
José Antonio Montano

La educación trágica

«La ola reaccionaria actual (que incluye a la izquierda antiilustrada y a la derecha neocatólica de Dios, Patria y Familia) pretende erigir un cobijo donde no lo hay»

Opinión
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La educación trágica

Ilustración de Alejandra Svriz.

Lecturas transitivas: un artículo de Helena Farré le ha recordado otro de Jonathan Franzen a nuestro Ricardo Dudda, que ha escrito a su vez El club de los trágicos. Sigue por mí, porque lo he leído justo después de un prólogo de Fernando Savater del que hablaré en seguida y que concluye también con lo trágico. La «filosofía trágica», en la que me eduqué, tuvo en España a Savater y a Eugenio Trías como principales impulsores. La corriente venía de Nietzsche. (El Unamuno de El sentimiento trágico de la vida era menos trágico que agónico.)

Pensaba que de Savater me lo había leído todo, pero llegó el otro día mi amigo Curro, savateriano también, con uno de sus mejores textos, del que no teníamos ni idea. Es el prólogo a una antología de Schopenhauer editada por Montesinos en 1986: Schopenhauer: la abolición del egoísmo. Ya solo está en librerías de viejo. Es deslumbrante lo que hace Savater en 30 páginas: una síntesis perfecta de la filosofía de Schopenhauer, con un vigor y una calidad literaria de quitarse el sombrero, más unas consideraciones finales donde asoma lo trágico.

La visión budista de Schopenhauer es implacable: el mal es el mundo, y la ligazón del ser humano al mundo, a la vida, por el deseo. La aniquilación de este es la aniquilación del mal. Es un sistema cerrado, coherente: el problema y su solución. Lo trágico consiste en quedarse en el problema, sin solucionarlo. Otro extremo absolutorio sería el de Duchamp, tan zen: «No hay solución porque no hay problema». Cioran alcanza a cabalgar ambas visiones: «Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro».

Savater lo formula así al final de su prólogo, tras la exposición de la filosofía de Schopenhauer: «Es posible, teóricamente aceptable y vitalmente plausible, el asumir con júbilo trágico la inanidad de la existencia que el conocimiento revela. Y ello, insistamos, sin dejar de verla como inanidad, sin maquillar ni ocultar el espanto y el hastío de sus incansables procedimientos. […] El pensamiento trágico pretende conservar tanto el horror como el júbilo de la existencia, en lugar de intentar la disolución apaciguadora de la contradicción en el nirvana». Tal fue la actitud de Nietzsche, que recogió así el guante de su maestro. Luego cita Savater unos párrafos admirables que escribió el mexicano José Vasconcelos tras su lectura de El mundo como voluntad y representación: «¡Pesimismo alegre! Tal es la fórmula. […] Alegría porque ya todo lo perdimos, porque ya nada nos detiene, porque si todo se va también todo es vano. Alegría porque en el fondo inescrutable hemos advertido un proceso de tránsito». En fórmula de Nietzsche: la inocencia del devenir.

«La estructura dramática es la que tiene por inercia la mente occidental»

Trías, en Drama e identidad, distinguía la tragedia irresoluble de los apaños del drama. En este es una solución el final, incluso el final infeliz. La estructura dramática es la que tiene por inercia la mente occidental. El esfuerzo por la tragedia es un esfuerzo por la intemperie; un esfuerzo o una lucidez: «No hay por tanto salvación, no hay por tanto solución».

La ola reaccionaria actual (que incluye a la izquierda antiilustrada, que es hoy casi toda la izquierda; además, por supuesto, de a la derecha neocatólica del Dios, Patria y Familia) pretende erigir un cobijo donde no lo hay, con mampostería neoclásica no solo arquitectónica. La repetida definición del populismo como «ofrecer soluciones fáciles a problemas difíciles» no es acertada salvo en este punto: el de la satisfacción dramática del cierre; es decir, del cierre truculento.

Pero la situación no es dramática, sino trágica. Es decir, peor. Es decir, mejor.

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