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Gabriela Bustelo

¿Qué opina Trump de España?

«En nuestro país tenemos insultadores profesionales, muchos a sueldo público. Está por ver si estos se atreven a medir su verborrea barriobajera con el magnate»

Opinión
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¿Qué opina Trump de España?

El presidente de los Estados Unidos Donald Trump. | Europa Press

Fui hace unos días a la Casa de América a escuchar una mesa redonda, auspiciada por el Instituto Elcano, sobre los primeros días de Donald Trump, cuyo regreso a la presidencia estadounidense tiene boquiabierto al planeta. Decía allí con razón Charles Powell que una de las tretas de Trump es fingirse un outsider antisistema cuando se ha hecho millonario y líder político en el sistema estadounidense, donde lleva integrado toda su ya larga vida. La retahíla de adjetivos escuchados aquella tarde —narcisista, aislacionista, populista, distópico, mesiánico, supremacista, excepcionalista, imperialista, performativo, transaccional, imprevisible, disruptivo, autodestructivo— traza un retrato exhaustivo de un líder al que ya conocemos desde 2016, cuando ganó a Hillary Clinton y llegó por primera vez a la Casa Blanca. Ahora regresa, como un forajido que vuelve al saloon donde todos le tienen sobradamente visto, poniendo una pistola humeante sobre la barra y diciendo «Aquí estoy. Ponme lo de siempre».

En el turno de preguntas de Casa América me alegró la presencia de jóvenes estudiantes de política internacional que confesaban su desconcierto ante el personaje estadounidense. En efecto, abundan las teorías sobre Trump, documentadas y ramplonas, sociopolíticas y psicoanalíticas, valientes y miedosas, pero en mi opinión la pregunta que faltó en la mesa redonda del lunes en Cibeles es: ¿qué opina Trump de España? 

Un episodio sucedido este mismo año 2025 lleva a dudar de que Donald Trump haya formado una opinión sobre nuestro país, ya que parece desconocerlo casi por completo. El 20 de enero el presidente estadounidense estaba en el Despacho Oval firmando órdenes ejecutivas frenéticamente, mientras atendía a un grupo de periodistas internacionales. El corresponsal de ABC, David Alandete, le preguntó si los países de la OTAN que no llegaban al 2% de su PIB en gasto de defensa serían «castigados» con aranceles, como los países emergentes del grupo BRICS. Recordemos que en 2024 España fue el último de la fila entre los 32 países miembros de la Alianza Atlántica, con un gasto estimado del 1,28% en defensa.

Trump levantó la cabeza de los papeles, con una mueca de interés, y lo primero que dijo fue: «España está muy abajo», una clara referencia a esa aportación insuficiente. Pero en cuestión de segundos soltó una frase que todavía tiene perplejos a los analistas a ambos lados del Atlántico. Mirando al periodista español le dijo: «España es un país de los BRICS. ¿Sabes qué es un país BRICS? Ya te enterarás». El grupo BRICS lo formaron el año 2000 Brasil, Rusia, India y China, para distinguirse del G7 con el argumento de que son países emergentes tan poderosos que pueden alzarse como superpotencias económicas en un par de décadas. España es un país occidental, miembro de la UE y de la OTAN —con una economía fuertemente subvencionada, líder en desempleo europeo, dependiente del turismo y carente de innovación tecnológica— que no está en los BRICS, ni se le espera. Pero Trump remató su chulesco despotrique contando a Alandete la que les espera a los BRICS: «Vamos a ponerles tarifas del 100% en los negocios que hagan con Estados Unidos»

«Hasta ahora, Trump ha sido benevolente con España. De momento no ha llamado a ningún político español ‘perdedor’»

¿Sabía el presidente estadounidense lo que estaba diciendo? ¿Confunde a los BRICS con los PIGS? En todo caso, el tono de superioridad al hablar de España es indudable. Y no hay duda en cuanto a su intención de poner coto a nuestro país. Conviene tener presente que Pedro Sánchez recibió en septiembre de 2024 en Moncloa al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas y que tres meses antes el gobierno socialista reconoció al Estado Palestino. La reacción del ministro de Exteriores israelí fue tajante, respondiendo a España que «los días de la Inquisición acabaron hace tiempo» y que «haremos daño a quien nos haga daño». Dadas las recientes apariciones del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu con Donald Trump, intercambiando elogios como dos viejos amigos, queda claro que España queda completamente fuera de la órbita del presidente estadounidense.

¿Cómo se llevaban España y Estados Unidos durante las décadas previas al sanchismo? Tras ir superando lentamente el antiamericanismo del «Yanquis Fuera», arraigado en la sociedad española franquista y posfranquista, ambos países habían tenido una relación bastante cordial. El expresidente Mariano Rajoy hizo una visita oficial en 2017 a EEUU y durante ese primer mandato de Trump también cruzaron el charco los reyes Felipe y Letizia. De esa época es la anécdota de Trump sugiriendo en 2018 al entonces ministro de Exteriores Josep Borrell: «Tienes que rodear el Sahara con un muro». (O sea, una pared de cinco mil kilómetros.) Otro arrebato verbal fue asegurar que iba a venir a España, cosa que no hizo durante aquella presidencia. En cuanto a Sánchez, fue a la Cumbre OTAN en Washington el verano de 2024, estando todavía Joe Biden en la Casa Blanca. 

Hasta ahora, Trump ha sido benevolente con España. De momento no ha llamado a ningún político español «perdedor», como hizo en 2019 con el alcalde londinense Sadiq Kahn. Tampoco ha acusado ningún un líder patrio de ser «la persona que está estropeando su país», como hizo en 2015 con Angela Merkel. Entre los devenires occidentales insospechados, quizá el más sorprendente sea usurpación de la incorrección política por el bando de la derecha. El término «corrección política» lo inventó a mediados del siglo XX el socialismo estadounidense para atacar el dogmatismo de sus compatriotas comunistas. En la década de 1980 lo recuperó como eslogan la izquierda mediática desguazar la moralina social imperante. La expresión caló rápidamente y el periodista Bill Maher le dio la vuelta en los noventa con su programa de debate Politically Incorrect, que le mantuvo en la cúspide durante una década con tertulianos de todas las ideologías. A principios del siglo XXI la derecha alternativa ―la alt-right del Tea Party― se apoderó de la incorrección política como salvoconducto para insultar públicamente a todo enemigo real o imaginario. En el remilgado Occidente esta estrategia ha funcionado a la perfección. Si algo repele a los burócratas y oficinistas de la burguesía occidental es que les llamen maleducados, de modo que no reaccionan ante las provocaciones. 

Esta versión cutre de la incorrección política fue la que manejó Trump a placer durante sus dos campañas electorales, ante un Partido Demócrata cuyo credo ético impide responder al mismo nivel. Cabe preguntarse qué hubiera pasado si los oponentes hubieran respondido a Trump en términos parecidos a los que usa él, con motes tipo «Analfabeto», «Hortera de Queens», «Neoyorquino de Extrarradio» «Millonario macarra», «Cretino», «Vendemotos», «Tuitero desquiciado», «Gañán», «Fanfarrón» o «Boqueras». 

Por ahora solo el cantante Julio Iglesias se ha atrevido a llamarle «gilipollas», en 2015, cuando el músico español lamentó que Donald Trump pase por alto lo mucho que los emigrantes han hecho por Estados Unidos. En la España actual tenemos insultadores profesionales a tutiplén, muchos a sueldo público, con un sector destacado en el gobierno socialista. Está por ver si se atreven a medir su verborrea barriobajera con Trump. O si son tan poquita cosa como parecen.

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