Europa no se sienta en la mesa, es el menú
«Europa se ha ido esponjando en unos manantiales de silencio con el que no contaba nuestro mundo y que es el sepulcro de lo que una vez fuimos»

Putin. | Ilustración de Alejandra Svriz
La Europa de posguerra es una Europa sobria y que ha jurado no volver a coger una botella. Es decir, que a Europa le ha llegado el momento de no ser griega ni romana ni moderna ni nada, como bien dijo Finkielkraut. No hay ser europeo, decía ya Julien Benda en 1933. Parece mentira que Europa (otra Europa) no solo haya devastado y causado la derrota de la Alemania nazi, sino que también haya impulsado la civilización, es decir, las nociones de tolerancia y coexistencia, los derechos humanos, la fiscalización de los gobiernos, la separación de poderes, el pensamiento crítico.
Europa, como un mausoleo brutal, va quedando sepultada por su pesada herencia, aquel peso ambiguo del tiempo pasado que los europeos cargamos sobre los hombros. Nuestra experiencia histórica es hoy definitoria de nuestra política. Y así, en medio del jaleo de esta semana de la reunión del Grupo de Contacto de Defensa de Ucrania, la reunión de ministros de Defensa de la OTAN y la Conferencia de Seguridad de Múnich, la nueva administración Trump ha hablado con Ucrania y Rusia y anuncia el fin de nuestra guerra fronteriza. Europa, melancólica y cauta, ni habla con una sola voz, ni tiene, por lo tanto, voz propia. Mucho se han criticado los acuerdos de Trump, pero no podemos esperar razonablemente que los europeos proporcionen las garantías de un acuerdo que no están negociando.
«Mucho se han criticado los acuerdos de Trump, pero no podemos esperar razonablemente que los europeos proporcionen las garantías de un acuerdo que no están negociando»
Europa ya no se sienta en la mesa y se ha convertido en el menú, dicen los expertos. Europa es la paz policial, la paz del imserso, la que presta la ayuda monetaria por debajo de la mesa, sin ruido ni eslóganes. Putin, que probablemente celebre su nuevo estatus como socio especial de negociación de Washington, no ha mostrado señales de contar con el visto bueno de los europeos, con lo que la paz va volviendo a tener diseño de difunto.
Pero estas negociaciones también crean una ventana para que Europa dé forma, aunque sea parcialmente, a los términos de los remansos pacíficos de la paz. Ocurre que todos queremos la paz, pero no a un precio humillante. Europa, en fin, podría anticiparse para delimitar los términos del acuerdo que estén dispuestos a firmar, o ir resolviendo que se tratará de una paz relativa, añorada, insegura, porque no aceptaremos cualquier exigencia de Rusia y seguiremos a lo nuestro. Decir que no se busca una paz cualquiera, sino más bien una paz inevitablemente fría, pero favorable y vagamente occidental.
Pero Europa se ha ido esponjando en unos manantiales de silencio, ese silencio con el que no contaba nuestro mundo y que es algo así como el sepulcro decisivo de lo que una vez fuimos. Cuando una lee aquel célebre discurso de declaración de guerra a la Alemania nazi, en el que el señor Churchill prometió sangre, sudor y lágrimas, piensa que aquella era otra Europa, muy lejos de la nuestra. «¿Cuál es nuestro objetivo? Puedo contestar con una palabra: la victoria. La victoria a toda costa, porque sin victoria no hay supervivencia», dijo Churchill en tono solemne.
Cuando la paz entre Ucrania y Rusia estaba lejos y era solo un rescoldo de cosa muerta, creíamos en la paz y nos sabíamos dueños de ella. Ahora que está cerca es cuando no podemos ofuscarnos y retirarnos de la mesa. Evitemos, en la medida de lo posible, ser irrelevantes, porque del enemigo, todavía, sabemos poco. Negociemos para que, si la guerra fue injusta, la paz no sea humillante y se convierta así en nuestra pequeña victoria.