The Objective
Antonio Elorza

El apocalipsis de Donald Trump

«La cohesión de nuestras democracias y la Unión Europea constituyen la única garantía para evitar que el presidente de EEUU nos arrastre a su aquelarre»

Opinión
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El apocalipsis de Donald Trump

Ilustración de Alejandra Svriz.

En su discurso electoral pronunciado en Palm Beach (Florida), el 26 de julio de 2024, Donald Trump anunciaba a sus seguidores un futuro feliz que él se encargaría de implantar, donde ya no tendrían cabida las elecciones: «Y una vez más, queridos cristianos, salid de vuestras casas e id a votar, por esta vez: en el futuro no tendréis ya necesidad de votar de nuevo, queridos amigos míos cristianos. Os quiero, yo soy cristiano y os quiero. Dentro de cuatro años, no tendréis que votar otra vez. Lo dispondremos todo de manera que no tendréis ya necesidad de votar».

Si pensamos que quien habla es el candidato a presidir la más importante democracia del mundo, tal declaración puede parecer aberrante. No lo es tanto si tenemos en cuenta que ese mismo sujeto animó a los suyos en enero de 2021 para que asaltasen el Capitolio y lo primero que hizo al ocupar hace semanas la presidencia fue indultarles. Al haber sido derrotado, la democracia tenía que encerrar un fraude. Es sabido que Trump admira a Putin, que no encuentra tales obstáculos para gobernar Rusia. Su presidencia se abre así esgrimiendo la amenaza bien concreta de que la destrucción de la democracia constituye para él un objetivo prioritario.

«Apocalipsis» significa en griego arcaico «revelación» y sugiere también el fin del mundo. Ambas cosas son adecuadas para valorar esta segunda llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Más allá de sus excesos retóricos y de la voluntad de denigrar a sus adversarios políticos, ha quedado claro que desde sus primeras palabras y sus primeras medidas, llega un tiempo radicalmente nuevo para la vida política norteamericana, y también para la de todo el mundo occidental. La exaltación nacionalista de los Estados Unidos pone fin a la tutela y al acuerdo que surgieron de la victoria de los aliados en 1945, y también a la profesión de fe democrática que fuera seña de identidad, bien cubierta de sombras, es cierto, del autodesignado como «mundo libre».

La referencia al apocalipsis se encuentra más que justificada, porque en la visión de Trump y de sus seguidores, en gran medida inspirados por los contenidos integristas y xenófobos de la Iglesia evangélica, su llegada al poder ha de crear una renovación comparable al establecimiento de una nueva Jerusalén; una vez destruidas las fuerzas del Mal, encarnadas en las masas de inmigrantes que destruyen la homogeneidad religiosa de la sociedad americana. La expulsión masiva de inmigrantes cumple así una función económica, pero sobre todo moral, de depuración del cuerpo cristiano de América. El reino de Dios solo podrá ser instaurado tras la eliminación del mal que anidaba en Babilonia –en la cultura, en la ausencia de fe y patriotismo, con el aborto–, y entonces, gracias al ejercicio del poder redentor de Trump, se abrirá un tiempo de grandeza económica y espiritual. El Make América Great Again descansa sobre unos supuestos escatológicos.

Una vez asentado el fundamento religioso, la proyección concreta es bien material: lo que Thomas Piketty calificó de un «nacional-capitalismo», de proyección imperialista. Rasgo visible en los objetivos declarados –Groenlandia, Panamá, Canadá–, y en el proteccionismo a ultranza, en la línea del Madrid nos roba, de los nacionalistas catalanes, que servirá de poco en un sistema mundial globalizado donde el adelanto de China se acentúa cada año. La apuesta de Trump, o mejor de sus ideólogos de cabecera, como Elon Musk, o Curtis Yarvin, el mentor de Vance, es la libertaria del gran capital, un mínimo de Estado y hegemonía absoluta de los intereses individuales (léase del vértice del poder económico que la «tecnocasta» está en vías de ocupar).

«Los libertarios de Trump se permiten denunciar como antidemocrática la defensa de la democracia»

Funcionarios en masa a la calle. Multimillonarios y grandes cerebros de Silicon Valley al frente a la economía y del Estado. Democracia, ¿para qué? Tipos excepcionales como Musk desprecian la concesión de poder a los mediocres, como hiciera el personaje interpretado por Gary Cooper en El manantial, la película pionera de esa mentalidad, inspirada en el best-seller programático de Ayn Rand.

En la siniestra utopía de Curtis Yarvin, elecciones y democracia son suprimidas: el jefe de la mega-empresa debe ejercer el poder político, y paradójicamente en nombre de la libertad absoluta del individuo (superior, se entiende). Toda regulación del Estado de la libertad de expresión ha de ser eliminada: en eso reside la verdadera democracia, tal y como la ha postulado el discípulo de Yarvin, J. D. Vance, en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Putin puede hacer lo que quiera en Georgia o en Ucrania: el problema es que no le dejen alterar las elecciones en Rumanía o que sea frenada en el resto de Europa la extrema derecha. Libertad para que el número 2 de Trump intervenga en una campaña electoral europea, a favor de un partido neonazi. La «nueva reacción», los libertarios de Trump, se permiten denunciar como antidemocrática la defensa de la democracia. Ésta, como la Unión Europea, son sus enemigos. Y Vance lo declara en Múnich con la prepotencia de quien habla en nombre del jefe, en una película de Scorsese. El espíritu de la Alianza Atlántica salta así hecho pedazos. Absurdo, pero real.

Y en cuanto a Putin, el ideal autocrático une a ambos presidentes, y en cuanto a la fundamentación en un integrismo religioso, cargado de exaltación nacional y de xenofobia, las corrientes evangélicas trumpistas encajan con bien con el extremo nacionalismo de base casi mágica en Alexander Dugin, el ideólogo de Putin (por lo demás, bien conectado en el pasado con los círculos de extrema derecha españoles). Y ambos son visceralmente antieuropeos.

En este contexto, el proyecto de Trump sobre Gaza, compartido con entusiasmo por Yarvin, adquiere sentido. ¿No se han librado los azeríes de la población armenia antes mayoritaria en Nagorno-Karabaj? Y para Trump, como para Curtis Yarvin, los sentimientos y los derechos humanos no existen. Cuenta el negocio que pudiera emprenderse, una vez liberada la franja de sus molestos habitantes. La avenida principal del resort debería llevar el nombre de Benjamín Netanyahu y la familia Trump recibiría las posiciones más ventajosas en la línea de playa.

«Siempre habrá ‘europeístas’ como Zapatero que esgrimirán la baza humanitaria del fin de la guerra a cualquier precio»

De gánster a gánster, el entendimiento con Putin resulta así perfectamente posible sobre Ucrania. Siempre habrá además muchos europeístas como Zapatero, o como novedosos colaboradores de diarios madrileños –no de El País–, que esgrimirán la baza humanitaria de un fin de la guerra a cualquier precio, condenando la ayuda europea a Ucrania, y sin garantía alguna de que la vocación restauradora de la URSS, constante de Putin, no vaya a seguir provocando agresiones, contra Polonia o las repúblicas bálticas. Así como siguió después del ataque a Georgia y de la anexión de Crimea. El futuro se coloca bajo el signo del pesimismo. Una cosa es que Trump tome la iniciativa para acabar la guerra, acción positiva, y otra que margine de este modo los intereses ucranianos y europeos. Vance ha dicho que en Washington un sheriff ha tomado posesión, pero de momento todo indica que el organizador del crimen será el principal beneficiario. Los pactos del tipo Molotov-Von Ribbentrop, sobre ser injustos, han acarreado siempre pésimos resultados.

Los comentarios sobre el discurso de Vance se han centrado en el tema de Ucrania, aun cuando lo más relevante del discurso del vicepresidente haya sido su declaración de guerra a Europa. No le gusta, al parecer, que exista una marcada resistencia al avance de esas corrientes reaccionarias con las cuales Trump aspira a colonizar al viejo continente, abriendo de paso la puerta a la expansión hacia el oeste de Putin. Tiene razón en cuanto que los intereses de la oligarquía mafiosa rusa, forjada con las privatizaciones desde arriba en la era Gorbachov, son del todo compatibles con la recién llegada al poder, de tecnocasta y multimillonarios en los Estados Unidos. Por esta vez, Marx funciona para entender lo que sucede, aun cuando no para dar con solución alguna. La única línea de defensa viable consiste en dar mayor cohesión a nuestras democracias.

Está claro que Mélenchon en Francia no quiere enterarse y hasta ahora, en vísperas de la reunión convocada por Macron en París, Pedro Sánchez tampoco. Incluso le viene bien la entrada en escena del monstruo Trump para reafirmar su supuesto papel de héroe de la izquierda frente a la Reacción con mayúscula, léase contra el Partido Popular, al que exige (sic) la ruptura con Vox, como si él rompiera con los aliados de Putin en su Gobierno. No parece darse cuenta de que la supervivencia de un sitiado conservadurismo es hoy, aquí y en Francia, garantía de democracia. Abascal es muy torpe, tan guerracivilista en su discurso como Sánchez, pero el trumpismo le impulsa de manera espectacular.

Hace falta que Pedro Sánchez perciba la gravedad de la situación, de nuestra situación, de la situación de la UE, la cual, aun cuando tantas veces se haga merecedora de duras críticas, constituye la única garantía para evitar que alguien como Trump nos arrastre a su aquelarre, más que apocalipsis.

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