The Objective
Cristina Casabón

Singularidad, la fiebre de los modernos

«El objetivo de los modernos es la seguridad en los disfrutes privados. Hoy llamamos libertad a las garantías concedidas por las instituciones a esos disfrutes»

Opinión
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Singularidad, la fiebre de los modernos

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Nuestro siglo XXI ha apostado por la libertad de los modernos. Hay como una fiebre del siglo por compravenderse, por liberarse, por recortar con la motosierra los dispendios y las deudas públicas. Es el siglo donde las sesenteras con cuerpos de 25, como Demi Moore, son símbolo de juventud eterna. Es un siglo finito que tiene aspiraciones hacia lo infinito, en la edad, en la riqueza, en la belleza y en la salud. Y también es el siglo de contrastes, el siglo de la guerra, de grandes ambiciones nacionalistas, de los ataques fundamentalistas, del terror-ismo y de otros ismos, de la fascinación por los líderes fuertes. 

En medio de esta vida cotidiana hay una conciencia liberal que ya permite ganar elecciones. Algunos autores, desesperados, presagian una colonización por parte del mercado de todas las esferas de la vida social, una suerte de vida atomizada y deshumanizada. Los antiliberales no han querido hacer una mínima reflexión, pero pese a ellos, por fin la pobreza causada por la «igualdad» que prometen las tiranías, no la «desigualdad del capitalismo», es percibida como el verdadero problema. 

Quizás nos equivoquemos y vamos demasiado rápido, pero todo apunta a que un modelo de sociedad igualitaria cada vez resultará menos atractiva, porque en una sociedad de este tipo nadie puede ser reconocido como una persona singular. Es esta fiebre por la singularidad, propia de economías desarrolladas, la que nos aporta, paradójicamente, una salvaguarda. No faltan quienes dicen que el individualismo nos aboca a la atomización o que sociedades sofisticadas, como la Alemania de Weimar, acabaron peor. Pero siempre sería más peligroso un inmenso sistema de neutralización de las diferencias, que penaliza el trabajo y el esfuerzo.

«Aunque los modernos nos sublevamos a menudo contra nuestros logros y soñemos con antiguos demonios opresivos que nos libren de nuestra responsabilidad, conviene persistir. Aprender a sostener la responsabilidad individual de nuestras vidas»

Se hace evidente una constatación, el individuo del XXI aún se presta a una serie de compromisos políticos variados; unos prefieren la coerción gubernamental y otros, el acuerdo mutuo individual. España va a su ritmo, aquí aún se vota a socialistas que gastan sus impuestos de manera descuidada, roban dinero público de manera descarada y mangonean a la gente con un entusiasmo aún mayor, tanto que esto va pareciendo una película de los hermanos Marx. 

Pero también se abren estos nuevos debates tímidamente. Desmontando cualquier palabra mágica de la filosofía, el liberalismo es lo más parecido a un modelo de gestión, uno que ve el interés propio racional como algo positivo y que percibe la voluntad y la responsabilidad individual como los muelles del progreso humano. Un modelo que dice en voz alta una provocación: que el mundo progresa gracias a las ideas, a la creatividad, a la búsqueda de la distinción y la mejora. Fue el innovismo, no la igualdad (está éticamente, cristianamente, científicamente probado). 

Las ideas fueron los muelles, liberados por primera vez gracias a una nueva libertad y dignidad, el liberalismo, que causó el innovismo, y propició el gran enriquecimiento de Occidente. Ese enriquecimiento se da solamente en países que no han desarmado por completo sus cimientos liberales. Algunos líderes políticos liberales no están ahí porque sí, ocupando un cargo, sino señalando una ausencia y respondiendo a un reclamo masivo. 

El singularismo quizás impida que nos despojemos del desarrollo de nuestra individualidad imperfecta en pos de una distopía igualitaria. Nuestra historia reciente nos enseña que el hombre sensato no renunciaría a algo tan preciado como la libertad por una promesa de futuro utópico. Sin embargo, uno de los temas de moda es que nos ocupemos de la libertad de los antiguos, en lugar de dedicarnos a vivir una vida. 

Benjamin Constant definió bien la libertad de los modernos: el objetivo de los antiguos era el reparto del poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria; a eso era a lo que llamaban libertad. El objetivo de los modernos es la seguridad en los disfrutes privados. Hoy llamamos libertad a las garantías concedidas por las instituciones a esos disfrutes. Y aunque los modernos nos sublevamos a menudo contra nuestros logros (desde la atalaya del bienestar social que el liberalismo nos trajo, utilizando el teclado de nuestro iPhone 16) y soñemos con antiguos demonios opresivos que nos libren de nuestra responsabilidad, conviene persistir. Aprender a sostener la responsabilidad individual de nuestras vidas.

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