(Casi) todo lo que la izquierda dice sobre la desigualdad es falso
«Malas noticias, pues, para los ‘luchadores sociales’ que quisieron hacer de la desigualdad un nuevo Caballo de Troya con el que introducir el socialismo»

Ilustración. | Zuma Press
Hace ahora una década, el economista francés Thomas Piketty presentó la versión en castellano de El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica), un ensayo en el que alertaba sobre la explosión de la desigualdad y defendía la aplicación de una fiscalidad abiertamente confiscatoria como única forma de evitar lo que este académico describía como una tendencia inevitable bajo los sistemas económicos de libre mercado. La izquierda abrazó con entusiasmo la publicación del libro, aunque un estudio del matemático Jordan Ellenberg, profesor de la Universidad de Wisconsin, puso de manifiesto que la mayoría de los lectores de la versión electrónica del libro no pasaron de la página 30. Con todo, las 700 hojas del volumen daban una aparente sensación de solvencia a quienes propagaban las ideas de Piketty a uno y otro lado del Atlántico. En clave española, este exasesor del Partido Socialista galo ha sido diplomático y se ha dejado ver al lado de figuras destacadas del PSOE, Sumar y Podemos, con la esperanza de que sus propuestas sean adoptadas en algún punto.
El brillo de las tesis de Piketty empezó a oscurecerse cuando el Financial Times encontró algunos errores de calado en sus hojas de cálculo. Tiempo después, la terna conformada por Phil Gram, Robert Ekelund y John Early reveló que las estimaciones del francés habían excluido hasta el 40% de los ingresos efectivos de los hogares, al dejar a un lado el impacto sobre la renta de cuestiones como las retribuciones en especie, los impuestos o las ayudas y transferencias sociales. En la misma línea, un estudio de Garald Auten y David Splinter ajustó las cifras para tomar en cuenta dichas cuestiones y halló que la «explosión de la desigualdad» que Piketty creía haber identificado en países como Estados Unidos se reduce a apenas un par de décimas cuando los cálculos se hacen correctamente (para ser precisos, la cuota de la renta nacional obtenida por el 1% de mayores ingresos apenas subió del 8,6% al 8,8% entre 1962 y 2019).
En el caso de España, los estudios publicados al respecto a lo largo de los últimos años han puesto de manifiesto otras verdades incómodas. De entrada, resulta que la desigualdad de ingresos bajó en los gobiernos de José María Aznar, subió en los de Rodríguez Zapatero y volvió a caer cuando Mariano Rajoy ocupó el cargo de presidente. Las investigaciones de entidades como BBVA Research o el Instituto de Estudios Económicos han ido más allá, revelando que entre el 75% y el 90% del incremento de la desigualdad observado durante la década pasada se debió al aumento del paro. Si el factor que más incidía en generar una distribución salarial menos equitativa era el desempleo, no sorprende que la escalada de la desigualdad de renta se frenase cuando Mariano Rajoy adoptó una reforma laboral que, curiosamente, fue especialmente criticada por quienes dicen estar muy preocupados por estos temas.
Menos desigualdad de riqueza
De especial interés para el tema que nos ocupa son también los hallazgos que acaba de poner encima de la mesa el académico sueco Daniel Waldeström, cuyo nuevo libro Richer and more equal (Polity, 2024), estudia la evolución de la desigualdad en materia de riqueza. Según explica en dicha obra, «el relato comúnmente aceptado sostiene que vivimos en sociedades con una gran desigualdad (…). Este discurso, aunque resulte de interés, es esencialmente erróneo».
El autor nórdico desmonta la tesis de Piketty que sostiene que la desigualdad es aún mayor si tomamos en cuenta el dinero depositado en paraísos fiscales y pone de manifiesto que dicha cuestión tiene un impacto marginal. De igual modo, Waldeström explica que el peso de las herencias sobre la riqueza de los ciudadanos ha caído de forma sistemática a lo largo del último siglo, dando pie a unas élites económicas cada vez más dinámicas y meritocráticas. La obra también muestra que la ratio riqueza/renta tocó techo en España en torno al año 2010 y ha caído alrededor de un 15% desde entonces.
«De 1950 a 2020, la riqueza media de los ciudadanos residentes en los seis países que analiza Waldeström se ha multiplicado por siete»
El profesor del Instituto de Investigación de Economía e Industria de Estocolmo documenta en su libro cómo la desigualdad de riqueza ha caído de forma progresiva en países como Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Suecia o España, un proceso que se explica en gran medida por «la expansión de la propiedad de activos entre la ciudadanía de a pie», un proceso motivado especialmente por «el auge de la tenencia de vivienda en propiedad y el crecimiento de los ahorros financieros como activo para la jubilación».
De 1950 a 2020, la riqueza media de los ciudadanos residentes en los seis países que analiza Waldeström se ha multiplicado por siete. Además, la cuota de la riqueza neta en manos del 1% de mayor patrimonio cayó del 60% al 20% durante el siglo XX y se ha mantenido más o menos constante desde entonces. Para acelerar esa tendencia hacia una mayor igualdad patrimonial, el académico escandinavo recomienda «poner fin a la mentalidad de suma cero que mira la riqueza de unos como resultado de la pobreza de otros», así como «facilitar de forma inteligente el acceso a la vivienda en propiedad», «abogar por sistema de pensiones de capitalización» y «considerar el impacto negativo que tienen los impuestos directos sobre la capacidad de ahorro y de generación de riqueza».
Malas noticias, pues, para los «luchadores sociales» que quisieron hacer de la desigualdad un nuevo Caballo de Troya con el que introducir el socialismo por la puerta de atrás, justificando dislates como los que ha puesto encima de la mesa Piketty, que defiende llevar los tramos superiores del IRPF hasta el 90% y también propone gravámenes confiscatorios sobre la propiedad. Estas ideas empobrecedoras van a seguir encima de la mesa, puesto que la envidia igualitaria en la que se fundan las doctrinas socialistas no va a desaparecer de la noche a la mañana, pero ya nadie podrá decir que las preocupaciones que hay detrás de ellas son rigurosas o factuales.
Fuera mitos
Parece necesario, por tanto, abordar el debate de la desigualdad ignorando la propaganda que ha difundido la izquierda y planteando un debate frío y basado en datos. Quizá por eso, el primero de los mitos que debemos tumbar es el que nos habla del 1% más acaudalado como una clase monolítica, cuando la composición de dicho segmento va cambiando con el tiempo. Un segundo mito que deberíamos refutar es el que sostiene que debemos subir los impuestos para lidiar con la desigualdad, ignorando que la evidencia sugiere que estas decisiones de política económica no dan buenos resultados. Y un tercer mito es el que sostiene que el mercado genera bienes cada vez menos asequibles, cuando los sectores menos regulados son claros ejemplos de eficiencia y es precisamente en ámbitos más intervenidos como la vivienda donde se observan situaciones menos satisfactorias. De todo eso y más nos ocuparemos en el próximo artículo sobre esta cuestión.