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José García Domínguez

Ante la decadencia de Alemania

«La incapacidad de Alemania para adaptarse a un nuevo entorno competitivo, marcado por la superioridad china, puede ser una oportunidad para la UE»

Opinión
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Ante la decadencia de Alemania

Friedrich Merz, líder de la CDU. | Du Zheyu (Xinhua News)

Alemania vuelve a ser el enfermo del continente, algo que se puede constatar con sólo echar un somero vistazo a la novísima –e inquietante– composición del Bundestag. Asunto, la evidente decadencia de la falsa locomotora económica de Europa, que no necesariamente constituye una mala noticia para el resto de las naciones de la UE, muy en particular para las del Sur. A fin de cuentas, los alemanes no habrían entrado en ese proceso de pérdida progresiva de competitividad empresarial si, allá a principios del siglo, hubiesen empleado el saldo de los inmensos superávits comerciales del país en transformar su aparato productivo a fin de adaptarlo a la revolución de los intangibles informáticos, por entonces todavía en los albores. Sin embargo, prefirieron destinar aquellos fajos interminables de billetes a financiar burbujas inmobiliarias en lugares como, sin ir más lejos, España. Y ahora los mercados se lo están empezando a hacer pagar.

Ocurre que los alemanes siempre habían sido muy buenos, los mejores de hecho, en el manejo de las tecnologías del mundo de ayer, aquellas basadas en la ingeniería aplicable a procesos físicos, tangibles y vinculados en última instancia a la fabricación en cadenas de montaje. Los alemanes, sí, eran muy buenos en el universo analógico. Pero no resultan ser tan buenos en el digital. Algo que, traducido a la implacable lógica económica del siglo XXI, significa que su principal ventaja competitiva histórica ha dejado de existir; simplemente, ha dejado de existir. Los coches eléctricos, por ejemplo, incorporan una ingeniería mecánica relativamente sencilla y accesible para casi cualquier país, pero unos intangibles digitales extraordinariamente complejos y sofisticados. He ahí la razón última de que Volkswagen y Mercedes Benz no paren de cerrar factorías mientras que, por su parte, las automovilísticas chinas en Europa no cesan de abrirlas.

No obstante, el resto de los europeos, en particular sus denostados pigs, no poseemos ningún motivo para llorar demasiado por esa desgracia suya. Bien al contrario, la incapacidad de Alemania para adaptarse a un nuevo entorno competitivo, el marcado por la creciente superioridad industrial china, puede suponer una oportunidad para el conjunto de la Unión. Y es que la estrategia descaradamente mercantilista de Berlín a partir de la unificación monetaria convirtió a Alemania en la gran aspiradora de la UE. Y, por definición, una aspiradora es justo lo contrario de una locomotora.

Las locomotoras tiran de los vagones conectados a ellas, haciéndolos avanzar juntos; por contra, las aspiradoras absorben cuanto hay a su alrededor, dejando el más desolado de los vacíos a su paso. Así, el crecimiento alemán se ha fundamentado durante prácticamente dos décadas y media no en cooperar con sus socios meridionales de Europa (el Este forma parte de otra historia), sino en empobrecernos. ¿O de qué otro modo interpretar una estrategia económica, la suya, basada en que el crecimiento del Estado más fuerte procediera de exportar masivamente al resto de los europeos, lo que condenaba a los países sureños a déficits comerciales crónicos?

«Que países con niveles de desarrollo tan distintos compartan una misma moneda beneficia a los más fuertes»

Lo que hasta ahora ha convertido en inviable a la Unión Europea resulta ser justo esa contradicción esencial, la de que países con niveles de desarrollo tan distintos compartan una misma moneda, algo que beneficia a los más fuertes, sin que los más débiles reciban transferencias fiscales estables a modo de compensación. El colapso del neomercantilismo germano del primer tercio del siglo XXI, un final forzado a partes iguales por el empuje económico chino y la cruda brutalidad imperial de los Estados Unidos de Trump, aboca a una encrucijada a sus élites.

Porque sólo les quedan dos salidas viables a medio plazo. La primera sería la que políticamente se identifica con el programa nacionalista de la AfD, esto es, abandonar la actual Unión Europea, recuperar el marco en tanto que divisa propia y, acto seguido, reemprender un camino en solitario de espaldas al proyecto común. La segunda, en fin, únicamente puede remitir a que la Europa política adopte la arquitectura económica propia de un Estado-nación a través de la unión fiscal entre sus integrantes, con Alemania representando a escala continental el papel que fue de Prusia cuando su propio origen como sujeto político soberano. Y no hay más.

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