Elvira Lindo y los niños trans
«No existe tal ‘transición’, sólo unos tratamientos hormonales y quirúrgicos que pueden convertir a una niña sana en una enferma de por vida»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Elvira Lindo relató en El País del domingo pasado la triste historia de una niña que se creyó niño y que ahora teme que Trump acabe con su ilusión. Y yo no sé cómo explicarles hasta qué punto es una insensatez todo lo que cuenta. Vean si no. Tenemos a una amiga suya americana, Jane, socialmente muy comprometida. «Una mujer fuerte entregada a los débiles», afirma la escritora. Un día su amiga decide tener descendencia en soltería porque no encuentra «a un hombre a su altura».
Dejemos lo de Mr. Right para otro día, aunque dan ganas, y sigamos. Tiene una niña y todo va bien hasta que la pequeña expresa unos síntomas de malestar y angustia que desembocan en toda una revelación: «No soy una niña, mamá». Y comienza un periplo por pediatras, neurólogos y psiquiatras hasta que la niña no puede más, se autolesiona, y amenaza con tirarse «de un puente» si no le recetan bloqueadores hormonales. Y llega el cambio de nombre, inyecciones… y no nos dice si hay algo peor. Pero la criatura volvió a sonreír, dice Lindo, «ahora como un niño».
Ah, pero esa felicidad no podía durar. Como en tantos cuentos (chinos o no chinos) llega un ser malvado (Trump, que lo es) con una declaración malvada: solo existirán «a partir de ese momento, dos sexos». ¡La Tierra es otra vez redonda! No hace falta ser trumpista para saber que nunca existieron más de dos. Ahora, esa madre y su «hijo» están muy asustados. Y, nos cuenta, procuran rodearse de «un círculo de personas sensatas, racionales y compasivas» (¿wokes?) tan asustadas como ellos. La madre teme, incluso, que puedan acusarla de inducir a un menor de edad a cometer un delito. Y yo no sé si pueden o no pueden, pero que ha sido una inconsciente, seguro.
Porque la ideología trans parece cebarse especialmente en la gente con ese perfil que los americanos llaman, a saber por qué, «liberal». Personas con tendencia al comportamiento «virtuoso», quizá de superioridad moral. ¿Es el caso de esa madre y su «voluntad inquebrantable», que dice Lindo? Sólo podemos especular. El «liberal» es el grupo con más padres convencidos de que no hay un sexo al nacer y de que son sus hijos quienes han de manifestar quiénes son en realidad y a qué sexo pertenecen. Hay estudios en abundancia. Como dicen Caroline Eliacheff y Céline Masson en La fábrica de los niños transgénero, es un fenómeno básicamente ideológico.
«No existen los niños transgénero. El sexo es biológico y binario, no un espectro, y es inmutable»
En sus palabras, el transgenerismo es «una tendencia cultural de naturaleza sectaria y dogmática que prescinde de la realidad biológica y que se transmite y se contagia a través de las redes sociales». Y que se ensaña ahora en niñas, como la hija de Jane, mucho más que en niños. Hace diez años, el perfil mayoritario de las personas trans correspondía a varones mayores de 30 años que querían ser mujeres. Ahora, la mayoría son mujeres menores de 25 años que creen que son realmente hombres. Y es que la adolescencia amplifica las inseguridades sobre dónde encajan en su red social. Sufren «presión estética» por cumplir con unos patrones de feminidad muy exigentes y, como a menudo no se sienten a gusto con su sexualidad, las teorías queer les dan una respuesta ficticia a problemas inherentes a su edad.
Dice Lindo que no puede abordar este asunto «desde una perspectiva teórica» pues su pensamiento responde más «a lo literario que a lo abstracto». Por eso seguir los pasos de «este muchacho adolescente» a través de los mails de su madre y de las fotos que ella le mandaba le han hecho «entender el proceso». Pero evidentemente no lo ha entendido porque… no existen los niños transgénero. El sexo es biológico y binario, no un espectro, y es inmutable.
La escritora termina asegurándonos que la que cuenta «es una pequeña historia que resume el pánico de todo un país». Pero yo creo que el pánico ya estaba sobradamente instaurado. Pero al revés. El pánico era por una epidemia social que causa mucho daño a los más frágiles: los niños y los adolescentes. Porque no existe tal «transición», sólo unos tratamientos hormonales y quirúrgicos que pueden convertir a una niña sana en una enferma de por vida.