Democracia, ¿para qué?
«Con todas sus insuficiencias, Europa debe ser hoy nuestra patria y Ucrania nuestra causa. Y la democracia, nuestro principal valor político»

Ilustración de Alejandra Svriz.
La brutalidad de Donald Trump ha tenido la virtud de aclarar el panorama. No hay resquicio para introducir matiz alguno. Para él, las reglas y las instituciones del Derecho Internacional han perdido toda vigencia. Despedidas ya la OMS y la Corte Internacional de la Haya, si le hace falta, lo mismo le pasará a la ONU. La soberanía de los pueblos no cuenta. Solo existe su Amerika, que por las connotaciones nazis, acordes con su origen y estilo, convendrá escribir con “k”. La democracia, el gran patrimonio histórico de la verdadera América, de los Estados Unidos, tampoco sirve. El asalto al Capitolio por los suyos, confirmado por el indulto, demuestra el grado de respeto que le merece: solo es democracia lo que responde a sus intereses y a sus decisiones, y para el futuro ya sabemos lo que la espera.
Y si no es Trump el protagonista de su extinción o de su desvirtuación radical, JD Vance ofrece todas las garantías, e incluso de empeoramiento formal, ya que con su talante de inquisidor carece de las capacidades de su actual Jefe para ofrecer espectáculo. Como dijera un humorista español del pasado siglo, Luis Bagaría, su predecesor político en los años 30 era un payaso trágico, y Trump reúne todas las condiciones para serlo, y excelente. Lo probó la felicitación a Zelenski al recibirle por ir mejor vestido que otras veces. Aun siendo una grosería, aquello tenía gracia. Luego la risa se nos heló a todos.
Con un mundo dividido entre tres fieras, por obra y gracia de Trump, resulta claro que la UE sobra y con ella la democracia, convertida en última muralla defensiva de los débiles, a quienes toca solo ser sometidos. Por eso el presidente norteamericano se ha preocupado desde un primer momento por sembrar en el seno de la UE una serie de sucursales ultraderechistas, las cuales, esgrimiendo las respectivas soberanías nacionales se enfrentan al contenido relativamente unitario de la UE. Son sus sucursales, auténticos caballos de Troya, eso sí de muy desigual valor, porque una cosa es Vox y otra bien diferente Orbán, Le Pen y, sobre todo, Meloni, la más lista de la clase, la única que ha visto la necesidad de conjugar la participación en el poder europeo con la adhesión a Trump, en cuanto heraldo del posfascismo.
La apuesta de Trump es, pues, de un pragmatismo radical: sacrifiquemos Europa a Putin, que no es competidor nuestro, dispongamos de peones pesados en el continente a nuestro servicio, y lo que es más importante, eliminemos un centro de poder supranacional que intentará, como ahora respecto de Ucrania, intervenir en la partida con una cierta autonomía (aunque siempre reconozca la exigencia de mantener la alianza por razones militares).
Conclusión: fuera Europa, es decir, fuera UE y fin del espíritu que inspiró la OTAN. Se trata, sin embargo, de una apuesta arriesgada, porque si el nuevo pacto Molotov-Von Ribbentrop puede funcionar a costa de Ucrania y de la Europa del Este, incluida en el proyecto de restauración post-soviético de Putin, falta la otra cara del conflicto a escala mundial: el enfrentamiento con China por el irredentismo de Xi Jinping sobre Taiwán. Y desde este punto de vista, la eliminación de Europa viene a debilitar el potencial estratégico de los Estados Unidos. Tal vez sea esta la baza que intentarán jugar Starmer y Macron para conseguir un pacto sobre el fin de la guerra que no sea el desmantelamiento de Ucrania y la eliminación de Zelenski (y de la independencia real del país en el futuro: ahí está el caso de Georgia).
“La línea defensiva europea, fijada por iniciativa de Keir Starmer en Londres, es la única viable en estos momentos”
La respuesta europea, en cuyo marco debiera situarse la española, y no solo en palabras de mitin, es realista, ya que parte del reconocimiento implícito de la propia debilidad militar ante una deserción de Washington, y en sentido contrario, de la exigencia de utilizar a fondo los recursos disponibles para favorecer la causa de Ucrania, como causa de la paz, ya que de lograrlo depende la propia supervivencia de la UE. Se trata de una auténtica cuadratura del círculo, dado el punto de partida de Trump, utilizando el citado argumento de que a escala global la anulación de Europa favorece a los enemigos de América. Putin no es un simple jugador por la baza del poder europeo, sino que en virtud de su alianza firme, de 4 de febrero de 2022, con Xi Jinping, es a medio plazo también enemigo de la potencia americana. Y sus bases ideológicas son también sólidas, como lo es el sueño restaurador que va haciendo realidad guerra a guerra.
La línea defensiva europea, fijada por iniciativa de Keir Starmer en Londres, es la única viable en estos momentos. Necesita ser secundada en la UE y no boicoteada. Lo intentará Orbán. Veamos Meloni. Y exige un planteamiento riguroso en cada uno de los países.
Por el momento, Sánchez está en su salsa de palabras rotundas y contenidos vacíos. No se trata solo de la exigencia de plantear que enfrentarse a Putin y a Trump en este caso supone entregar armamento a Ucrania, pensar en una revisión al alza en gasto militar -pequeño inconveniente: no hay presupuestos-, e informar al país de lo que está sucediendo y de la importancia que reviste para nosotros. Un mitin para militantes en Murcia no basta. Tiene que tratar de convencer a los pacifistas pro-rusos de su coalición de gobierno, cuya cabeza es, de que resulta precisa una actuación unitaria. O proceder en consecuencia. La cosa es demasiado seria como para seguir con la farsa actual.
“La política exterior, obra del gobierno, debe ser consensuada con otros participantes democráticos del sistema”
En otras palabras, en una circunstancia crítica como la del presente, la cohesión democrática es de rigor. Ello supone por un lado, reconocer que la política exterior, obra del gobierno, debe ser consensuada con otros participantes democráticos del sistema, socialdemócratas si el gobierno es conservador, conservadores si el gobierno es socialdemócrata. Tal como están las cosas, no en 1939, pero sí en 1938, no debieran existir enfrentamientos sobre esa gran cuestión de qué hacer por Ucrania. De palabra, sabemos que entre nosotros, cabe la convergencia PSOE-PP, pero ahí se alza el Muro. Y por otra parte, cohesión democrática exige respetar los cordones sanitarios, respecto de los partidos antisistema, ultraderechistas o izquierdistas, que además por un lado u otro coinciden aquí con el apoyo a Putin.
Por reducción al absurdo suele combatirse esa fijación de límites, arguyendo que para eso está la ilegalización. Pero un partido, Podemos, PCE o Vox, Sortu o la CUP, puede reunir las condiciones para ser legal, desarrollar sus actividades, y otra cosa es hacerle participar en el área de gobierno. Democracia es libertad, pero no para suicidarse.
Con todas sus insuficiencias, Europa debe ser hoy nuestra patria, y con todo el realismo propio de la situación, Ucrania nuestra causa. Y la democracia, nuestro principal valor político. La democracia es siempre frágil, pero no tiene por qué ser débil.