Nucleares, hidrógeno verde y el precipicio alemán
«El enamoramiento del Gobierno con las erradas políticas energéticas alemanas va más allá del cierre de las nucleares y nos mete de lleno en el hidrógeno verde»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hace apenas dos semanas se celebraron en Madrid los Encuentros de Energía del IESE (en su edición 22), que se han consolidado como las jornadas más importantes del sector español de la energía. A la cita anual acudieron las principales empresas del país, muchas de ellas representadas por sus primeros ejecutivos, junto con altos cargos de la Comisión Europea, de los reguladores españoles y de otras instituciones multilaterales, como la World Nuclear Association. Allí se habló de todo (geopolítica, tecnología, regulación, impuestos), con la transición energética como telón de fondo y los graves retos de competitividad a los que se enfrenta la Unión Europea.
En estos Encuentros, la española Sama Bilbao, directora de la World Nuclear Association, hizo una defensa eficaz de la energía nuclear, que a día de hoy es la primera fuente de electricidad de la Unión Europea con un 24,8% (en España estamos en el 21%). E ilustró esa defensa con una metáfora muy gráfica sobre el cierre próximo de las centrales nucleares españolas: España está al borde de un precipicio por el que Alemania se acaba de despeñar y en lugar de dar un paso atrás, ¡decide tirarse tras de ella! Magnífica representación de la situación en la que nos encontramos.
Y es que Alemania, a raíz del accidente de Fukushima en 2011, decidió cerrar paulatinamente sus centrales nucleares, parando sus tres últimos reactores en abril de 2023 (ver en estas páginas Alemania se equivoca de nuevo). Ni la guerra de Ucrania, ni el corte del gas ruso que obligó a reactivar sus centrales de carbón, fueron razones de peso para que Alemania cambiara el paso, y en lugar de retroceder, se lanzó al precipicio que ahora tenemos a nuestros pies.
Nadie en el mundo entendió el empecinamiento alemán con el apagón nuclear. Ni nadie en el mundo entiende este despeñarse a cámara lenta español en el que el Gobierno de la nación -que tiene todos los ases en la manga- pone cara de póker y se lava las manos como Pilatos en la seguridad de que su inacción sentenciará el cierre nuclear. Con el paso al frente que recientemente ha dado el presidente de Iberdrola, defendiendo la extensión de la vida útil de las centrales, podría ponerse en marcha esta partida de mus en la que la mano (que es el gobierno) no tiene ni pares ni juego.
Lo sorprendente es que el enamoramiento del Gobierno español con las políticas energéticas alemanas va más allá del cierre de las nucleares. Porque Alemania ha sido también la gran impulsora de la visión de una Europa verde mallada de tubos (hidroductos) que transportan hidrógeno renovable, que se obtiene a partir de la electrolisis del agua con energía eléctrica renovable. Y muy recientemente (18 de febrero) hemos comprobado que esta visión se ha convertido en el “motor de crecimiento” futuro de Enagás, nuestro operador gasístico nacional.
“La demanda europea del hidrógeno renovable y sus redes hasta ahora sólo presentan incertidumbre en sus costes y problemas”
Siguiendo el “mandato” que ha recibido del Gobierno, Enagás ha fijado sus estimaciones de inversión para 2.600km de redes de hidrógeno en 4.200 millones; y nos promete que ¡en apenas cinco años! será capaz de duplicar el tamaño de la empresa y de crecer su EBITDA (el mejor indicador de su resultado operativo) en un 45%. Estas son sin duda las cuentas del Gran Capitán, basadas en los objetivos de hidrógeno verde del PNIEC al 2030, que nadie en la industria se cree, y en el despegue de la demanda europea del hidrógeno renovable y de sus redes, que hasta ahora sólo presentan incertidumbre en sus costes, retrasos y problemas.
Así, apenas unos días después de la presentación de Enagás, el operador holandés Gasunie hizo público un aumento significativo en los costes de inversión para 1.200 kilómetros de redes de hidrógeno, que de los 1.500 millones inicialmente previstos crecen hasta 3.800 millones. Parecería que el coste por kilómetro de tubo de Enagás se queda muy por debajo del nuevo de Gasunie, y eso que la orografía holandesa es plana –Países Bajos son – y la española más bien accidentada. Advierte además Gasunie que estos aumentos en la inversión, combinados con un crecimiento de la demanda muy inferior al previsto por la Comisión Europea, harán que sea muy difícil repercutir el 100% los costes de las nuevas infraestructuras a los consumidores finales, con el consiguiente daño para las arcas públicas.
A estas cifras habría que incorporar los 2.000 millones de la construcción del hidroducto BarMar (Barcelona-Marsella), que Enagás financiará al 45%. Este tubo submarino de unos 500 kilómetros está pensado para exportar hasta 2 millones de toneladas/año de hidrógeno verde con destino final Alemania (ver en estas páginas Torres de Babel y valles de hidrógeno). La Agencia Internacional de la Energía, en su último Global Hydrogen Review 2024, nos informa de que a día de hoy la industria mundial “no tiene ninguna experiencia sobre ductos submarinos de hidrógeno”.
Si los operadores europeos están teniendo serios problemas con los nuevos hidroductos terrestres, ¡qué obstáculos no nos encontraremos al bucear todo el Golfo de León! Como ejemplo tenemos a la petrolera estatal noruega Equinor, que canceló en septiembre pasado su proyecto de hidroducto submarino con Alemania con una capacidad proyectada de cuatro millones de toneladas al año, argumentando que los costes de construcción y la falta de demanda industrial firme en Alemania hacían el proyecto inviable.
“La electricidad generada con hidrógeno verde pierde al menos cuatro a uno en costes frente a la generada por energía solar o eólica”
La visión alemana de una Europa verde mallada de ductos de hidrógeno renovable se sostenía sobre dos premisas: el hidrógeno verde como combustible para el transporte por carretera (protegiendo así a su industria automovilística), y también como alternativa al consumo de gas natural en la industria y en la generación de electricidad. Pero los costes de producción, transporte, almacenamiento y distribución del hidrógeno lo convierten en el “vector” de energía más caro de las tecnologías bajas en carbono conocidas.
Por eso el vehículo eléctrico de baterías lo ha desplazado en el transporte por carretera; las bombas de calor eléctricas le ganan de calle en la calefacción de edificios y en la generación de (una parte importante del) calor industrial; y la electricidad generada con hidrógeno verde pierde al menos cuatro a uno en costes frente a la electricidad generada por energía solar o eólica. El problema de Alemania es que no tiene suficiente “recurso” renovable (poco sol, poco terreno libre para nuevos parques eólicos) en su casa como para reemplazar con electricidad eólica o solar la demanda de energía que hoy le resuelve el gas natural, y por eso necesita importar esa energía renovable en forma de un muy caro hidrógeno verde. No necesitarían tanto si no hubieran cerrado sus centrales nucleares.
Pero España, al revés que Alemania, tiene suficiente “recurso” renovable en suelo patrio como para atender toda esta demanda nueva de electricidad sin necesidad de recurrir en cantidades industriales al tan costoso hidrógeno verde ni a sus nuevas redes. Aunque tampoco tenemos tanto recurso como para “malgastar” 110TWh al año de energía renovable de nueva planta (¡tanta electricidad como generamos en toda la Península con energía solar y eólica en 2024!) en producir y exportar dos millones de toneladas de hidrógeno verde a Alemania. Le sacaríamos mucho más valor si consiguiéramos atraer a la Península industria extranjera en busca de precios más bajos de energía. Y evitaríamos el conocido “mal holandés” de aquellos países que al exportar sus recursos naturales dejan maltrechas al resto de sus industrias.
Según todas las previsiones, a Enagás le queda mucha vida por delante con su negocio de gas natural. Si andando el tiempo conseguimos reindustrializar la economía española, seguramente aparecerá una oportunidad sólida de construir una red de hidroductos. Pero para llegar ahí tienen que pasar muchas cosas. Copiemos a Alemania en sus virtudes, como por ejemplo en su capacidad para establecer coaliciones entre los partidos de Estado, pero no les copiemos en sus políticas energéticas, que nos acabarán saliendo muy caras. No nos precipitemos.