The Objective
Guadalupe Sánchez

Entre dos tierras: la orfandad política del liberalismo conservador

«Es hora de tomar partido, pero no por nuestra rendición moral o sumisión geopolítica, sino por el resurgimiento de un movimiento que defienda a Occidente»

Opinión
Entre dos tierras: la orfandad política del liberalismo conservador

Donald Trump y Vladimir Putin.

Occidente atraviesa una crisis existencial. A los problemas económicos casi sistémicos se ha sumado en las últimas décadas una decadencia ideológica y moral propiciada por unos gobernantes grises, unas élites complacientes y una sociedad civil servil y abotargada, instalada en el victimismo y la irresponsabilidad. El caldo de cultivo perfecto para que las potencias que persiguen arrebatarle a Occidente el liderazgo geopolítico inoculen el germen de la discordia y la división. Para ello, se han valido de movimientos que promueven la desestabilización como antesala de la destrucción: unos, desde la izquierda ultra, promoviendo en nombre de la diversidad y de la igualdad una nefasta agenda multicultural woke, que se ha demostrado antagónica con los cimientos de nuestras democracias liberales. Otros, desde la derecha radical, afirmando que hallaremos en la madre Rusia los valores civilizatorios que se han perdido en el suelo patrio. 

En España, la situación de los liberal-conservadores es especialmente dramática, ya que nos quieren obligar a elegir entre más de lo mismo -la socialdemocracia inmovilista y decadente que representa el Partido Popular- y sus respectivos extremos, con la particularidad de que uno de ellos, el de la izquierda radical, lleva siete años en el gobierno. Nos encontramos en una encrucijada donde ninguna de las opciones políticas nos representa. 

Nos oponemos al desmantelamiento democrático e institucional, a la agenda cultural woke, a la hegemonía de la corrección política, a la inmigración descontrolada, al despilfarro y a la burocracia inoperante… Pero también rechazamos la complacencia con autócratas como Vladimir Putin y el aislacionismo errático del trumpismo. Estamos atrapados entre dos extremos que nos exigen lealtades absolutas y nos niegan la posibilidad de una tercera vía.

Por supuesto que la izquierda ha logrado imponer su agenda ideológica en las instituciones europeas con una eficacia despiadada. En nombre del multiculturalismo y la diversidad, ha promovido políticas y leyes empobrecedoras, que socavan la cohesión social y cuestionan nuestras tradiciones y cultura. La agenda woke ha penetrado en la educación, en los medios de comunicación y en las estructuras de poder, hasta el punto de hacer imposible el debate abierto sin riesgo de ostracismo o represalias, sin exponerte a ser condenado a la muerte civil. La socialdemocracia ha renunciado a cualquier atisbo de sentido común, abrazando teorías decrecentistas y filomarxistas, ante su incapacidad de resolver los problemas reales de los ciudadanos.

España, en particular, se enfrenta a una tormenta perfecta. Nuestro país ha sido víctima del asalto ideológico e institucional de la izquierda con una intensidad que otros países europeos no han experimentado. La agenda woke se ha instalado desde el mundo académico hasta el poder judicial, y el Gobierno ha utilizado el aparato del Estado para imponer su ideología sectaria sin apenas resistencia. 

«La derecha tradicional ha caído en una política errática, dividida entre la moderación cobarde y el populismo estéril»

Mientras tanto, la derecha tradicional ha mostrado una incapacidad preocupante para hacer frente a esta embestida. En lugar de ofrecer una alternativa sólida, ha caído en una política errática, dividida entre la moderación cobarde y el populismo estéril. Una situación que la aboca a recorrer la tortuosa senda de la fractura interna, lo que debilita cualquier resistencia efectiva a nuestra versión patria del wokismo peronista, más conocida como sanchismo. Efectivamente, una parte de la derecha, la más perezosa, ha decidido someterse a los postulados woke, adoptando parte del lenguaje y los valores progresistas para evitar el linchamiento mediático. La otra parte ha abrazado el trumpismo de manera acrítica, desdeñando la obviedad: que nos arrastra hacia el desprecio por las alianzas tradicionales y la condescendencia con regímenes autoritarios.

El fanatismo ciego que Trump ha despertado en una parte del sector conservador, representado a nivel partidista en Vox, los ha arrastrado a justificar lo injustificable: el expansionismo ruso, la represión política de Putin y el desinterés estratégico de EEUU hacia Europa. Existe una masa conservadora seducida por la idea de que Rusia es un bastión contra el globalismo, ignorando su historial de agresión y su agenda de desestabilización del continente. Como la extrema izquierda, esgrimen un relato antibelicista, degluten la propaganda del Kremlin sobre Ucrania y promueven el apaciguamiento. Todavía no han entendido -o no quieren entender- que la guerra siempre te encuentra aunque no salgas a buscarla. Porque Putin es tan enemigo de Occidente como el fundamentalismo islámico.

Pero si algo está evidenciando la actual coyuntura es que Europa no puede permitirse el lujo de depender de Estados Unidos para su seguridad, ni tampoco puede claudicar ante Rusia o escuchar los cantos de sirena chinos. Los europeos tenemos que encontrar nuestro propio camino y apenas nos queda tiempo. La falta de un ejército propio fuerte, de una política exterior conjunta y de una planificación energética realista nos ha dejado en una situación de vulnerabilidad extrema. Cuánto dinero despilfarrado en inanidades, cuántos años perdidos mirándonos el ombligo mientras cebábamos al monstruo que, ahora, nos quiere devorar.

«La solución no está ni en el progresismo ‘woke’ ni en la brutalidad antioccidental de Putin»

Pero la solución no está ni en el progresismo woke ni en la brutalidad antioccidental de Putin. Entre la burocracia decadente de Bruselas y el aislacionismo suicida de Trump hay una autovía de varios carriles que, por algún motivo que no alcanzo a entender, nadie se atreve políticamente a transitar. Necesitamos una alternativa propia, que promulgue la reconstrucción democrática y la seguridad jurídica, que abandere la lucha contra el delito, que ponga las instituciones al servicio de los ciudadanos y respete nuestras tradiciones y nuestra cultura. Sin complejos, pero también sin demagogia.

Es hora de tomar partido, pero no por los que nos exigen elegir entre nuestra rendición moral o nuestra sumisión geopolítica, sino por el resurgimiento de un movimiento liberal conservador que defienda a Occidente sin hipocresía, sin miedo y sin ataduras. El momento de asistir al devenir de la historia como meros espectadores ya pasó. Es ahora o nunca.

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