The Objective
Jorge Freire

Vernon Lee: los fantasmas siempre vuelven

«Pensábamos que Vernon Lee había caído en el olvido, pero ahí sigue, acechándonos desde la biblioteca. Los fantasmas siempre vuelven»

Opinión
Vernon Lee: los fantasmas siempre vuelven

Retrato de Vernon Lee.

Los Goonies vuelven al cine y Zaplana a los titulares. Se plantea el remake de La historia interminable y las noticias de políticos, burdeles y corruptelas parecen un remake del felipismo. Secuelas de Parque Jurásico, comisiones ilegales. Pones la tele y está la hija de Marichalar, pones la radio y está el nieto de Cambó… ¡Vivir es ver volver!

Hay algo ominoso en el retorno de los tiempos pasados. Estos, cuando vuelven, lo hacen sin avisar. Bien lo supo Vernon Lee (1856-1935), de quien Cátedra acaba de rescatar sus seis mejores relatos de terror. Se trata de una cuidada edición a cargo de Juan Antonio Molina Foix que lleva por título Esa maldita voz.

La última escritora gótica no dejó espectros de tres al cuarto, de esos que arrastran cadenas y se esconden detrás de la cortina. Su materialismo era opuesto al espiritualismo de Blackwood o Machen. No buscó escandalizar a la mojigatería decimonónica con ectoplasmas ni jugó a médium en sesiones de espiritismo. Para ella, la única forma de despertar a un fantasma era recurrir a la palabra justa y a la atmósfera precisa, sin necesidad de portazos o telarañas. Una melodía que resonaba a través de los siglos, un retrato que parecía observar demasiado… ¿A qué recurrir a monjes sin cabeza o a endriagos de parque temático cuando basta con una mera alusión al pasado? Lo que hiela la sangre son las presencias fantasmales, esto es, aquellos seres que no deberían estar aquí y, sin embargo, se nos siguen apareciendo en el rabillo del ojo, como si el pasado se negara a desaparecer.

“Muchos dirán que Vernon Lee está pasada de moda, que su literatura es una antigualla. Pero ¿no es precisamente eso lo que la hace terrorífica?”

Vernon Lee es el nom de plume que adoptó en su adolescencia Violet Paget, convencida de que nadie leía a una mujer que escribiera sobre arte. Su primer libro, un ensayo sobre estética italiana del dieciocho, fue un best seller en Inglaterra. Después produjo una novela decadente dedicada a Henry James. Este, que la definió como una de las mentes más brillantes que había conocido, dio salida a la envidia describiendo su cara con prolijidad: «Una nariz pendular cubierta de costras cutáneas, la pantalla dental de un personaje deplorable y, en la cabeza, de nueve a trece pelos»; era, según el maestro, que no dudó en servirse de los cuentos de Lee para troquelar Sir Edmund Orne Otra vuelta de tuerca, «la larga cara de un caballo hambriento».

Su carácter dejaba huella. Brillante, locuaz y excéntrica, Vernon Lee vestía chaqueta de hombre y falda larga, corbata y sombrero de fieltro, y se definía como una “criatura anfibia, ni carne ni pescado”. Pero no fue su lesbianismo sino su carácter extemporáneo y su verbosidad de metralleta lo que impidió su acceso a los cenáculos literarios y, de paso, su inclusión en los anaqueles del canon gótico. ¿Dónde está su nombre en los mil y un artículos sobre la genealogía de lo fantástico? Muchos dirán que Lee está pasada de moda, que su literatura es una antigualla. Pero ¿no es precisamente eso lo que la hace terrorífica? Sus cuentos, que no necesitan banda sonora ni efectos especiales, son fantasmales en tanto inactuales. No hay mesas que crujen ni espectros salmodiando latines, sino la sospecha de que aquello que debería haberse esfumado aún permanece. Pensábamos que Vernon Lee había caído en el olvido, pero ahí sigue, acechándonos desde la biblioteca. Los fantasmas siempre vuelven.

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