Una guerra que no debió comenzar
“Los países europeos, más allá de indignarse, deberían cuestionarse si no se han equivocado al alentar una guerra que estaba perdida desde el principio”

Trump, JD Vance y Putin. | Ilustración de Alejandra Svriz
El cambio de posición de EEUU respecto a la guerra de Ucrania ha levantado toda una serie de manifestaciones, muchas de ellas ingenuas, otras ridículas. Han surgido los lamentos sobre la ruptura del orden internacional. Orden que quizás nunca ha existido, si se tiene por tal el derecho y la justicia. El orden, sea el que sea, necesita mantenerse y para ello se precisa de una autoridad que sea aceptada como tal y esta no existe en el plano internacional, sino en los Estados nacionales. En el espacio supraestatal funcionan los equilibrios y las relaciones de fuerza, la diplomacia y los pactos, buscando la mejor solución posible o el menor mal.
Los gimoteos se han centrado también sobre la fragilidad y debilidad que acecha hoy a Europa. Se dice que los grandes valores europeos están en peligro; y lo dice Zapatero, el amigo de Maduro… Se afirma que Europa no está cumpliendo el papel que le corresponde en la Historia. Pero es que Europa no existe ni ha existido nunca como protagonista. Jamás ha tenido entidad política. Solo ha configurado el escenario en el que se ha desarrollado gran parte de la Historia que conocemos. Los actores han sido los Estados, los reinos, los territorios; y los hechos, principalmente las continuas guerras y enfrentamientos entre ellos, que han estado presentes en cualquier época que consideremos. Basta fijarnos en la primera y segunda guerras mundiales.
Tras esta última contienda, se pretendió crear una autoridad que fuese capaz de mantener el derecho en el ámbito internacional. Así nació la ONU. Los resultados desde el principio no fueron los esperados. En la mayoría de los casos esta institución ha quedado paralizada debido a que los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad -Rusia, China, Francia, Reino Unido y EEUU- los ganadores de la Segunda Guerra mundial, poseen derecho de veto, de manera que basta que uno de ellos esté en contra para que cualquier iniciativa quede parada.
Una vez más, por mucho que se haya dicho lo contrario, no iba a ser el derecho el que rigiera el orden internacional, sino los intereses y el entendimiento o el disenso entre las grandes potencias. Durante más de 50 años, Europa estuvo de nuevo dividida, se rigió por la guerra fría y por los distintos equilibrios entre el Pacto de Varsovia y la OTAN, en cierta forma entre EEUU y Rusia. Generalmente cada uno tenía su propio ámbito de actuación, que era respetado por el otro. A veces la ONU servía de coartada, y el miedo mutuo evitaba los conflictos. Europa como agente político no existía; tan solo países europeos, y como siempre divididos entre los dos bandos.
En la parte occidental se intentó un remedo de unión. Se comenzó con la unidad aduanera, reducida a muy pocos países. Y si bien a lo largo del tiempo se fueron integrando otros muchos y se aumentaron las competencias, no se ha llegado nunca a la unidad fiscal y presupuestaria, y por supuesto mucho menos a la unión política. La denominación de política que aparecía calificando a la Unión en el primer documento presentado en Maastricht, fue desechada porque ningún elemento justificaba tal apelativo.
“Al tiempo que se hacía más europea por el número de Estados que la integraban, se hacía menos unión”
Si en alguna ocasión hubo alguna esperanza de que se caminase hacia una mayor integración, desapareció por completo con la ampliación al Este. Se produjo una paradoja. Al tiempo que se hacía más europea por el número de Estados que la integraban, se hacía menos unión y aumentaba por tanto su incapacidad para actuar como un agente económico, y mucho menos político. La pluralidad de países, su diversidad, su problemática diferente y distintos intereses la incapacitan para constituir órganos rectores democráticos y eficientes, y para actuar como un verdadero sujeto en la política internacional.
En esta tesitura es absurdo hablar de política común de defensa o de ejército europeo. La OTAN, mal que nos pese, ha sido principalmente siempre cosa de EEUU. Se dice que quien paga manda; lo cual es cierto, pero no lo es menos la afirmación inversa de que quien manda debe pagar. Por eso se entiende mal el victimismo de los últimos presidentes americanos acerca de que el coste de la OTAN recae principalmente sobre los americanos. América manda, pero ¿EEUU nos ha defendido o más bien le hemos servido de acompañamiento?
Trump miente cuando acusa a Ucrania de haber engañado a EEUU y a Biden. El proceso ha sido más bien el contrario. Ha sido el presidente americano en primer lugar y el resto de los países de la OTAN los que han arrastrado a Ucrania a una guerra, una contienda especial, porque se efectúa por apoderado. Es Ucrania la encargada de sufrir la desolación. Los países de la OTAN en esta guerra se han limitado a hacer de fans, maldiciendo a Putin y animando a los ucranianos a enfrentarse a Rusia, haciéndoles creer que tenían detrás a todo Occidente; pero lo cierto es que ni las naciones europeas ni EEUU podían intervenir, si no querían comenzar la tercera guerra mundial, con el riesgo evidente de que fuera atómica. Su papel ha quedado reducido a facilitar a Ucrania armamento militar y a lo que, en tono un tanto pedante, el alto representante de la Unión Europea denominó “una versión moderna de la guerra”, la económica.
Tampoco desde esta última perspectiva los mandatarios europeos han estado muy finos. Se han olvidado de la globalización y de la dependencia energética que la Unión Europea tenía respecto de otros países, especialmente de Rusia. Se da la paradoja de que son países de la OTAN los que con la compra del gas están financiando el coste de la guerra a Putin y, a pesar de las amenazas continuas, lanzadas en las distintas reuniones europeas acerca de acabar con las adquisiciones, lo cierto es que hasta este momento más bien ha sido Rusia la que ha cortado total o parcialmente el suministro a algunos de los países miembros. Las sanciones, al menos en parte, se están volviendo como un bumerán contra la economía de la Unión Europea.
“Rusia siempre ha presentado reticencias a la entrada en la OTAN de un país limítrofe”
El 3 de febrero de 2022, antes de que comenzase la guerra, escribí un artículo en republica.com, digital en el que colaboraba entonces, explicando la similitud que a mi entender existía entre este conflicto y el que se produjo en 1962 entre la Unión Soviética y EEUU respecto a los misiles cubanos. Kennedy y EEUU consideraban que por mucho que Cuba fuese soberana, suponía una provocación inaceptable que los misiles rusos se situasen a pocos kilómetros de sus costas. Al comienzo del conflicto, parecía que del mismo modo Putin y Rusia, con razón o sin ella, veían una amenaza en el hecho de que la OTAN se acercase a sus fronteras, y más concretamente rechazaban la incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica.
El tema no es nuevo. Estuvo presente en la disolución de la antigua URSS. Gorbachov, que pilotó la operación, ha afirmado, y así lo recoge en sus memorias, que hubo un acuerdo con la OTAN en el que esta organización se comprometía a no extenderse hacia el Este. El acuerdo parece que fue oral y no se plasmó por escrito en ningún documento. Por ello no representa ninguna prueba, pero sí puede estar influyendo en la motivación de Rusia.
Rusia siempre ha presentado reticencias a la entrada en la OTAN de un país limítrofe y perteneciente con anterioridad al bloque soviético, pero, a pesar de ello, a estas alturas casi la totalidad de los países que pertenecían al Pacto de Varsovia se han incorporado a la Alianza Atlántica. En 1999 se adhirieron Polonia, la República Checa y Hungría; en 2004, Lituania, Estonia, Rumanía, Bulgaria, Letonia, Eslovenia, Eslovaquia; en 2009, Albania y Croacia; Montenegro en 2017 y Macedonia del Norte en el 2020. Fueron muchos los políticos norteamericanos -empezando por George F. Kennan y continuando por Robert Mc Namara, William Perry, Bob Gates, etcétera- los que han considerado la extensión de la OTAN hacia el Este como un gran error que alentaría las tendencias nacionalistas rusas.
Pero es que, además, Ucrania ocupa en el imaginario ruso un lugar especial. Durante muchos años ha estado unida a Rusia, incluso la península de Crimea ha sido rusa desde 1753, cuando la conquistó Catalina la Grande y, si últimamente (desde 1954) pertenecía a Ucrania era tan solo por un capricho de Nikita Kruschev y guiado por la simple funcionalidad administrativa. La mayoría de los rusos contemplan la posible entrada de Ucrania en la OTAN como una traición. De hecho, tanto Angela Merkel como Nicolás Sarkozy se opusieron a la invitación que en 2008 hizo Bush en la cumbre de Bucarest para que se incorporase.
“En la geopolítica la justicia y la injusticia importan poco, manda la fuerza”
En el artículo anteriormente citado, escrito antes de que se produjese la invasión, sostenía que daba toda la impresión de que Putin no estaba dispuesto a resignarse a la incorporación de Ucrania, y que se encontraba decidido a plantar cara. Manifestaba la esperanza de que el conflicto se evitase del mismo modo que en 1962. Entonces, el acuerdo entre Kennedy y Kruschev consistió en un compromiso mutuo. Rusia retiraba los cohetes y EEUU se comprometía a no invadir Cuba y a no ayudar a ningún otro país que lo intentase. No sé si algo parecido quizás se podría haber pactado antes del inicio de la actual conflagración, esto es, la promesa de Ucrania de no entrar en la OTAN y la de Rusia de no invadir Ucrania.
El 17 de diciembre de 2021, Rusia presentó un proyecto de Tratado de Seguridad Colectiva, que tenía por objeto evitar la guerra. Parece ser que Washington no lo tomó demasiado en serio. De manera que el mismo Macron a propósito de ello comentó que Rusia estaba pidiendo ayuda y no supimos verlo.
En cualquier caso, me temo que el acuerdo que antes o después se firme va a tener condiciones mucho más negativas para Ucrania que las que al principio hubiera obtenido, fuesen estas las que fuesen y por muy injustas que fueran, pero en la geopolítica la justicia y la injusticia importan poco, manda la fuerza. Desde el momento en el que la OTAN no quería o no podía intervenir directamente, la suerte parecía estar echada y quizás habría que preguntarse si los aplausos, los apoyos morales e incluso el suministro de armamento no habrán sido contraproducentes.
La opinión publicada se apresuró a calificar a Putin con toda clase de epítetos y connotaciones negativas. Mucho de lo que dicen puede ser perfectamente cierto, pero eso no explica ni da razón del conflicto. Putin puede ser un déspota, un tirano y, si se quiere, un criminal de guerra. Pero, nos guste o no, es un dato del problema que debería haber contado en la estrategia de Ucrania, de la OTAN y, principalmente, de Estados Unidos.
“La actuación caótica y desconcertante de Trump empeora enormemente la posición de Zelenski y de Ucrania”
Ciertamente la llegada de Trump a la presidencia de EEUU ha complicado mucho la situación. Es muy posible que las intenciones del actual presidente americano sean las más retorcidas e interesadas imaginables. Su actuación caótica y desconcertante empeora enormemente la posición de Zelenski y de Ucrania, pero no estoy seguro de que de haber continuado Biden y, por lo tanto, la guerra por los derroteros que iba, el final fuese mejor.
Unos pueden ser los malos, y los otros los buenos. Pero la geopolítica y el orden internacional no se rigen por estos criterios, sino por las posibilidades prácticas y el objetivo de obtener los mejores resultados, o los menos malos posibles (realpolitik). Es un gran error juzgar los conflictos internacionales por las características que concurren en cada uno de los bandos, en lugar de considerar el motivo del conflicto o la cuestión que está en porfía.
En estos momentos podemos deshacernos en insultos hacia Trump, incluso sorprendernos de sus acciones y abominar de su comportamiento, pero él y con él el giro dado por EEUU no deja de ser otro dato del problema. Por ello, los países europeos, más allá de indignarse, deberían hacer examen de conciencia y cuestionarse si no se han equivocado al alentar una guerra que estaba perdida desde el principio, puesto que la OTAN estaba decidida a no entrar de forma directa. Y desde luego ante la nueva actitud de EEUU, sería una osadía y hasta cierto punto una deshonestidad con Ucrania incitar y dar facilidades para que la guerra continúe. ¿Cuántos países europeos están dispuestos a mandar a sus jóvenes a morir al frente?
Termine como termine la guerra, no es cierto que ello abra el camino para que Rusia invada otro país europeo. Ya hemos dicho que Ucrania tenía una significación especial. Por muy mal concepto que tengamos de Putin, él sabe hasta dónde puede llegar, y atacar a un país miembro de la OTAN sería comenzar la tercera guerra mundial y no creo que esté interesado en ello. Es precisamente por este motivo por lo que ha querido evitar a toda costa que Ucrania entre en la OTAN.
“Lo más peligroso quizás de la situación actual sea la levedad y frivolidad de los mandatarios europeos”
Lo más peligroso quizás de la situación actual sea la levedad y frivolidad de los mandatarios europeos tanto de la Comisión como del Consejo. Lo han demostrado claramente al ser comparsas de Biden sin ningún sentido crítico. Contraste rotundo con la postura adoptada en 2008 por Merkel y Sarkozy al oponerse en Bucarest a la pretensión de Bush de que Ucrania entrase en la OTAN.
Los gobiernos europeos andan ahora levantando pendones y estandartes presas de la ensoñación de convertir a la Unión Europea en una potencia militar. En realidad, al final todo se ciñe a incrementar la inversión en defensa y en la necesidad de que todos los países gasten más en armas y soldados. El plan de Ursula von der Leyen se reduce a eso, a que de una forma o de otra los Estados se endeuden en 800.000 millones de euros más. Con no contabilizarlos y que no computen en el déficit se soluciona todo. Para esa idea tan brillante no se necesitaba ni Comisión ni reuniones.