La teoría económica del trumpismo
«El presidente de EEUU sabe que dominar el mundo requiere poseer un ejército carísimo que sólo resulta sostenible disponiendo, a su vez, de una moneda fortísima»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Si un consenso unánime existe hoy en Europa a propósito del líder de la primera potencia del planeta, Donald Trump, es el que retrata su figura como la de un pobre ignorante, alguien que desconoce incluso los rudimentos más básicos de cómo funcionan los mercados y, en general, las economías capitalistas. De ahí que cualquiera que aquí pretenda transmitir una opinión respetable sobre él comience siempre por calificar de disparate condenado al fracaso el punto principal de su programa, esto es, la política de aranceles generalizados para transformar de raíz las bases del comercio internacional.
El sentido común dominante a este lado del Atlántico, pues, invita a dar por hecho no solo que el hombre más poderoso del mundo resulta ser tonto, sino que su equipo de asesores económicos, un exclusivo sanedrín de especialistas procedentes de las instituciones académicas más prestigiosas de América, tampoco va muy allá.
Así las cosas, a ninguno de sus engreídos críticos europeos se le ha pasado por la cabeza tomar en consideración, ni siquiera como mera hipótesis de trabajo, que los verdaderos ignorantes, los que no han comprendido nada de cómo funciona el capitalismo contemporáneo, tal vez podrían ser ellos mismos, no Trump y su equipo. Y de ahí, de esa incomprensión básica de partida, el que tampoco hayan logrado captar que los aranceles no constituyen un fin por sí mismos, sino que sólo son instrumentos para alcanzar el objetivo estratégico último de su plan de acción.
La contradicción profunda que ha identificado el presidente de Estados Unidos –el hegemón planetario desde que usurpó ese puesto a otro imperio, el británico, quien a su vez había desplazado al imperio español– es que dominar el mundo requiere poseer un ejército carísimo que sólo resulta sostenible disponiendo, a su vez, de una moneda fortísima.
Y la contradicción radica en que el dólar, la moneda fuerte imprescindible para poder financiar un ejército inmenso, tiende a hundir –por culpa de su propia fortaleza– a la industria manufacturera norteamericana, siempre obligada a perder competitividad exterior a raíz del elevado tipo de cambio de su divisa nacional frente al euro, el yen o el renminbi, entre otras. Bajando más al detalle, el permanente despliegue militar norteamericano a lo largo y ancho de los cinco continentes resultaría imposible de financiar solo con los recursos del presupuesto federal. Algo así únicamente puede costearse con deuda. Una deuda en forma de bonos USA que compran, sobre todo, los grandes bancos centrales extranjeros (BCE, Banco de Inglaterra, Banco Popular de China…). Y huelga decir que la compran con los dólares americanos que guardan en sus cajas fuertes.
«Una jugada maestra: Trump cobra impuestos a los extranjeros, pero no provoca inflación interna como consecuencia»
Dicho de otro modo, Europa –igual que China y Japón– recibe dólares a cambio de sus ventas a Estados Unidos y, acto seguido, presta esos mismos dólares a los propios Estados Unidos para que los americanos financien su enorme déficit público doméstico, algo ocasionado en última instancia por el gasto militar. Resultado de ese círculo vicioso insostenible a largo plazo, Estados Unidos cada vez tiene que emitir más deuda y cada vez aumenta más su déficit comercial, ya que los competidores impiden que sus propias monedas se deprecien por el camino; algo que consiguen comprando la deuda americana con sus dólares, en lugar de permitir que el libre juego de la oferta y la demanda establezca el tipo de cambio de las monedas.
He ahí la trampa maquiavélica de la que quiere salir ahora Trump. Y su instrumento de presión (alguien podría llamarlo de chantaje) van a ser los aranceles. Muy mal político práctico, pero muy buen economista teórico, Yanis Varoufakis lo describió hace poco como un proceso en dos fases. La inicial, en la que andamos ahora mismo, obligará a que Europa, Japón y China bajen sus tipos de interés para así reducir las cotizaciones de sus propias divisas frente al dólar, y ello con el fin de compensar los incrementos de precios en el mercado americano provocados por los aranceles. Una jugada maestra: Trump cobra impuestos a los extranjeros, pero no provoca inflación interna como consecuencia.
Y después vendrá la segunda parte, la fundamental. Porque, llegado ese instante, Trump pondrá la pistola encima de la mesa para negociar con sus socios. Y su argumento será sencillo: protección militar a cambio de que los bancos centrales de los amparados por sus ejércitos favorezcan un dólar barato y, al mismo tiempo, continúen adquiriendo la deuda norteamericana precisa para sostener el déficit público crónico de Estados Unidos. Porque justo de eso va todo el juego. ¿Quién es el tonto?