Europa hirviendo a fuego lento
«En el actual contexto de sobrerregulación, gasto público y presión tributaria desaforada, plantear un incremento del gasto en defensa es poco o nada realista»

La presidenta de la Comisión Europea, ursula von der Leyen. | Ilustración de Alejandra Svriz
Xi Jinping, Donald Trump y Ursula von der Leyen encuentran una lámpara mágica. El genio que hay en su interior concede un deseo a cada uno. Xi Jinping pide recuperar la China imperial de las viejas dinastías, Trump pide que su país sea la nación más poderosa del planeta con un poder incontestable y Von der Leyen dice: «Quiero un reglamento de 10.000 páginas sobre cómo gestionar estos deseos».
Este chiste sirve para explicar con humor la crítica diferencia entre tres liderazgos políticos. Para bien o para mal, dos de esos liderazgos tienen una visión definida, aunque las decisiones que tomen sus promotores puedan acabar en desastre. El tercero en discordia, sin embargo, no tiene una visión, sino una costumbre, una enfermiza pulsión reglamentista que puede llegar a resultar cómica.
Hace ya tiempo que en Europa resuena un lamento: la financiarización de la economía. Y no solo en la izquierda, también en buena parte de la derecha. Esta tendencia alude al creciente dominio del sector financiero sobre la economía, donde las actividades financieras, como la especulación, el comercio de derivados y la gestión de activos, representan una proporción cada vez mayor de las ganancias, desplazando a la economía productiva (industria, agricultura, servicios reales).
Algunos economistas, como Thomas Piketty en su libro Capital e Ideología (2019), argumentan que la financiarización es el resultado de una ideología económica, el neoliberalismo, que prioriza los mercados sobre el bienestar social.
De entrada, hay un error de bulto en la crítica a la financiarización: contemplar la economía como un juego de suma cero; es decir, un juego en los que las ganancias de un jugador se equilibran con las pérdidas de otro. Esto no es así. La riqueza, en una economía abierta y capitalista, se crea. No es una magnitud inamovible… salvo que gracias a la acción política acabe siéndolo o, en su defecto, resulte cada vez más complicado crear riqueza. Cuando esto sucede, entonces sí, el reparto y la lucha contra las desigualdades se convierte en el debate de todos los debates. Es aquí cuando el chiste con el que comienza este texto cobra sentido y deja de tener gracia.
«En Europa la sobrerregulación ha sido especialmente agresiva con los sectores de la economía productiva»
La financiarización es un fenómeno global. Sin embargo, su repercusión en la economía productiva no parece haber sido el mismo en todos los países. De entre todos los lugares del mundo, una región parece haberse llevado la peor parte: esta región es Europa, aunque también dentro del viejo continente haya diferencias. La razón es que en Europa la sobrerregulación ha sido especialmente agresiva con los sectores de la economía productiva, mientras que el sector financiero, hasta la Gran recesión, estuvo por debajo del radar.
Europa es un continente en general estancado, en el que las nuevas generaciones ya no tienen asegurada la mejora futura de su nivel de vida, tal y como sucedió con sus padres y abuelos. En el mejor de los casos, su nivel de vida se mantendrá constante con el paso de los años. En el peor, podría deteriorarse. ¿Es esto culpa, como afirma Piketty, de un neoliberalismo que prioriza los mercados frente al bienestar social?
No parece que el neoliberalismo sea en Europa ni mucho menos una corriente dominante. El neoliberalismo promueve la desregulación económica y, sin embargo, la tendencia reguladora de la Unión Europea muestra un incremento notable desde la década de 1960 hasta el presente. Solo entre 2010 y 2024, la Unión Europea aprobó un total de 19.736 acciones legislativas, de las cuales el 95% fueron reglamentos y el 5% directivas.
El neoliberalismo promueve también que el Estado tenga el menor peso posible en la economía. Sin embargo, esta preferencia tampoco se compadece con la deriva de Europa, más bien todo lo contrario.
«En la actualidad el gasto público europeo se ha mantenido en el 45/50% del PIB»
Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el peso del gasto público en el producto interior bruto (PIB) de los países europeos ha experimentado un fuerte incremento. En las décadas de 1950 y 1960, el gasto público en los países europeos representaba aproximadamente el 23% del PIB. Pero a partir de 1970 se inició una escalada que lo llevó hasta el 39,5%.
En la siguiente década, la de 1980, esta tendencia continuó y el gasto púbico se situó en torno al 47% del PIB. Durante la década de 1990 se mantuvo en niveles elevados, con cifras superiores al 47% del PIB. Más tarde la Gran recesión y después la crisis de la pandemia lo catapultaron por encima del 50% del PIB. En la actualidad, y a pesar de que ambas crisis quedaron atrás, el gasto público europeo se ha mantenido en el 45/50% del PIB, dependiendo del período y las circunstancias.
Pero aquí no acaba la historia. El neoliberalismo también es contrario a los impuestos. Sin embargo, el incremento del peso del Estado en el PIB no se ha pagado sólo con deuda, aunque ciertamente haya sido el caso. Se ha pagado también y sobre todo con impuestos. Así que, en paralelo a la tendencia de incremento del gasto público, los europeos hemos soportado un aumento de la presión tributaria que sólo los socialistas más dogmáticos pueden considerar razonable.
En 1965, la presión fiscal promedio en la Unión Europea se situaba en torno al 28% del PIB. En la década de 1970 alcanzó aproximadamente el 35% del PIB. Esta tendencia al alza se mantuvo en la década siguiente, situándose en el 40% del PIB. En la década de 1990 la presión fiscal quedó enclavada aproximadamente en el 41% y ahí ha seguido hasta el presente, en el 41,1%, aunque en algunos países, como Francia (47,4%), Dinamarca (46,9%) y Bélgica (45,9%), está bastante por encima.
«Allí donde la emergencia justifica un incremento del gasto atropellado, las oportunidades de corrupción florecen»
¿Neoliberalismo, dónde?
En este contexto de sobrerregulación, gasto público y presión tributaria desaforada, plantear un incremento del gasto en defensa es poco o nada realista, salvo que, claro está, se pretenda digerir como más endeudamiento e impuestos. Un endeudamiento mancomunado, que es el sueño húmedo de presidentes como el nuestro. Porque allí donde la emergencia justifica un incremento del gasto atropellado y difícilmente controlable, las oportunidades de corrupción florecen.
Se afirma que la renuncia de los Estados Unidos a seguir protegiendo Europa nos sitúa frente a la disyuntiva de ser autosuficientes militarmente o quedar expuestos a las aventuras bélicas no ya de Rusia, sino de cualquier ardor guerrero forastero.
Yo diría mucho más. Lo que está poniendo de relieve este nuevo estado de cosas es la anacrónica exuberancia de Europa, su infierno reglamentista, derrochador y expoliador, al que la necesidad de autodefensa debería dar la puntilla. Porque no hay mayor garantía defensiva que una economía pujante. Es de temer, sin embargo, que ni aun así los europeos despertemos. Son demasiadas décadas hirviendo a fuego lento como para que la rana salte fuera de la cazuela.