The Objective
Ricardo Dudda

Rimas de época

«Cuando Vance dice ‘Los jueces no pueden controlar el poder legítimo del Ejecutivo’, ¿no recuerda a Sánchez cuando la prensa destapó los negocios de su mujer?»

Opinión
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Rimas de época

Ilustración de Alejandra Svriz.

«Acosado por las exigencias contradictorias de su situación y al mismo tiempo obligado como un prestidigitador a atraer hacia sí, mediante sorpresas constantes, las miradas del público, y por tanto a ejecutar todos los días un golpe de Estado en miniatura, Bonaparte lleva el caos a toda la economía burguesa y engendra una verdadera anarquía en nombre del orden, despojando al mismo tiempo a toda la máquina del Estado del halo de santidad, profanándola, haciéndola a la par asquerosa y ridícula».

Este fragmento de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, la célebre obra de Karl Marx de 1852, parece hablar de un líder y de una época contemporáneas. «Prestidigitador», «sorpresas constantes», «miradas del público», «golpes de Estado en miniatura»: parece que habla de la política en nuestra nueva era de la atención (o de la desatención), pero también define la política iliberal y cada vez más autoritaria que define nuestra época, en la que se combinan la política moderna (el Poder Ejecutivo por encima de todo) con la política posmoderna (el espectáculo mediático, la aceleración, la sensación de simulacro e irrealidad). Por no hablar de la «anarquía en nombre del orden», que es quizá la mejor definición que se me ocurre para describir la estrategia esquizofrénica de Trump 2.0.

Es en ese libro en el que Marx escribe su famosa cita: «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». A menudo pienso que es al revés: primero ocurre como farsa (por ejemplo, Trump 1.0) y luego se desarrolla en tragedia (el Trump 2.0). Es una frase efectista, más literaria que prescriptiva. Hay otra que me resulta más atrayente: la historia no se repite pero rima, atribuida a Mark Twain pero apócrifa como las mejores citas.

Las comparaciones históricas son siempre delicadas. Hay gente comparando la capitulación de Trump a Putin con la de Chamberlain ante Hitler. Otros han desempolvado El mundo de ayer, la autobiografía de Stefan Zweig, en busca de cierta complicidad y añoranza por un mundo que desaparece (aunque curiosamente el mundo que Zweig añoraba en ese libro era el previo a las guerras mundiales y es el mundo al que nos dirigimos, el de los grandes poderes, los imperios y sus áreas de influencia, el mercantilismo, la ley del más fuerte). Otros, más sofisticados, están leyendo Sonámbulos, la historia de los inicios de la Primera Guerra Mundial de Christopher Clark, en busca de una manera de anticipar la tragedia que suele seguir a las guerras comerciales, la ruptura de las alianzas, la realpolitik más cruel.

Las cosas no se repiten tal cual, pero sería ingenuo pensar que no hay enseñanzas en la historia. 

También hay rimas en el presente. Es ridículo comparar a Trump con Putin, a Putin con Orbán, a Orbán con, qué se yo, Pedro Sánchez. Hay enormes diferencias de grado. Pero todos habitan un nuevo mundo en el que las reglas ya no tienen el mismo sentido, ni la misma importancia. Por ejemplo, cuando el presidente de Estados Unidos tuitea «El que salva a su país no viola ninguna ley» recuerda a los autoritarios del siglo XX y a los populistas del XXI, de izquierdas y derechas. Cuando el vicepresidente J. D. Vance dice «Los jueces no pueden controlar el poder legítimo del Ejecutivo», ¿no recuerda al gobierno español cuando la prensa destapó los negocios de la mujer del presidente y la justicia comenzó a investigarla? La importante no es la comparación, que al hacerla parece que uno pone en el mismo lugar las dos cosas comparadas; lo importante son las rimas.

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