Ucrania y la paz
«El silencio de los corderos es siempre mala táctica. Apoyar a Zelenski no es solo una cuestión moral, sino una elección racional, ajustada a nuestros intereses defensivos»

Vladímir Putin. | Europa Press
En la última semana ha quedado de manifiesto, tanto en Madrid como en Bruselas, la existencia de lo que Ignacio Varela llama “el bloque putinesco”, esto es, la pinza formada por la extrema derecha y por el izquierdismo para auspiciar ante la opinión la victoria del invasor ruso. Unos por antidemocracia, otros por nostalgia prosoviética, ambos por antieuropeísmo, coinciden en un triple eje de descalificación: de la resistencia personificada en Zelenski, de la pasada intervención atlantista desde el eje USA-OTAN, y, por fin, oponiéndose frontalmente a la pretensión de la UE de responder con un apoyo a Ucrania, basado en un rearme que implicaría a España.
Pero el espectro de opinión relevante que lleva a las mismas conclusiones se ha revelado entre nosotros como mucho más amplio, con un denominador común que calificaríamos de masoquismo retrospectivo, insistiendo sobre todo en que Europa tiene una grave responsabilidad en que la guerra -es decir, la resistencia de Ucrania- haya tenido lugar.
Consecuencia: después de ese grave error, a Europa le toca apartarse y dejar que la iniciativa en curso prosiga, lo cual por otra parte no resulta difícil, ya que ni Trump ni Putin piensan que a Europa le corresponda llevar vela alguna en este entierro.
Lo menos que ha de requerirse en este caso es la claridad, incluso para equivocarse. Y por eso pongo por delante mi propia posición, no expresada aquí y ahora, sino en El Correo, cuando por parte ucraniana se abrigaban aun esperanzas favorables en la guerra. Predije sin reservas una victoria de Rusia y aposté por un acuerdo de paz que limitara las pérdidas del país invadido. Eso sí, sin abrir el paso a una sumisión al vencedor que de un modo u otro cumpliera los designios de Putin. Y en eso sigo, con un pesimismo creciente después de la maniobra entreguista de Trump.
Un dato significativo en la argumentación que llamaríamos conciliadora, similar en esto a la militante, es el olvido total de Putin. En todo caso, se menciona la calificación negativa de su persona, siempre sin suscribirla, atribuyéndola a los defensores de Ucrania o a un otro anónimo, pero sin que nunca ello afecte a la valoración de los hechos. Bueno o malo Putin, simple nacionalista o criminal, las cosas son como son. Ocurre, sin embargo, que las cosas son como son, porque quien ha protagonizado esos hechos es Vladimir Putin, y después de la muerte provocada a Navalni, del aplastamiento de Chechenia, de la invasión parcial de Georgia en 2008, del Donbas en 2014, existían sobrados elementos de juicio, por parte de Ucrania y por parte de la OTAN y de la UE para temer la invasión de febrero de 2022.
“Putin tiene la doble virtud de esconder sus movimientos, pero ser diáfano en su estrategia”
Ignorarlo hubiese sido una ceguera voluntaria, comparable en su día a pensar que el ultimátum de Hitler sobre Dantzig nada tenía que ver con la invasión previa de Checoslovaquia. Putin tiene la doble virtud de esconder sus movimientos, pero ser diáfano en su estrategia, y ello ha de aplicarse a la circunstancia actual.
El criterio es válido frente a los atenuantes que a modo de cortinas de humo esgrimen los conciliadores para borrar la invasión rusa de Ucrania. Una invasión criminal que sigue ahí y que debiera ser el punto de partida de cualquier juicio. El impresentable alegato se basa en dos afirmaciones complementarias: antes de agredir -perdón, antes de iniciar las hostilidades- Putin habría ofrecido una propuesta de coexistencia pacífica, en diciembre de 2021, un proyecto de pacto de Solidaridad para la paz, desoído por USA y OTAN (culpables, pues, de lo que ocurrió luego). Y además, la desigualdad de fuerzas debió hacer que Ucrania, respaldada por Europa, no entrase en una guerra, al estar condenada de antemano a la derrota.
En cuanto a esto último, es curioso que tanto desde la conciliación como desde los avalistas de Putin, antiimperialistas o nacionalistas españoles, se ignoren los antecedentes históricos, incluido el de nuestro propio país, en 1808 y aun en 1936. El propio Napoleón, convertido desde Santa Elena en admirado “hombre de honor” -fondo corso-, opinó que los españoles respondieron a esta llamada del patriotismo en contra sus intereses, los cuales hubieran consistido en aceptar la dominación francesa. Las guerras de independencia funcionan siempre así, sobrevolando la disparidad de fuerzas y generando ese alto grado de cohesión de que dieron prueba en Ucrania el espíritu de resistencia y las encuestas en apoyo masivo a Zelenski. Lógicamente, hasta que llega un agotamiento hoy visible después de tantos muertos y de tanta destrucción.
El obstáculo para interpretar como voluntad de paz, el proyecto de “seguridad” (hoy captado por Sánchez, y la captación no es ingenua: supone integrarse en el espacio del adversario), presentado por Putin en diciembre de 2021, reside en que encierra el mismo gato que las objeciones hoy planteadas a la tregua. Para empezar, no era ofrecimiento, sino un ultimátum, ya que de no ser aceptado, Rusia se reservaba “una solución técnico-militar” (eufemismo transparente, como el término “operación especial militar” con que ha introducido la agresión en el campo simbólico de la KGB).
“La OTAN no tenía la menor intención agresiva respecto de Rusia y había rechazado ya en 2008 la incorporación de Ucrania”
Y la “seguridad” consistía no solo en el compromiso formal de no a Ucrania en la OTAN, sino en retirarse a las antiguas fronteras de la Europa del Este, renunciar a los misiles de alcance medio y no armar a Ucrania, es decir, asumir una derrota estratégica total y dejar a Ucrania a la merced de Rusia. Lo mismo que ahora pretende con sus condiciones para el sí pero no a la tregua de Trump. Putin es siempre así, fácil de entender para quien no esté afectado por una ceguera voluntaria.
De nuevo hay que recordar que la OTAN no tenía la menor intención agresiva respecto de Rusia -recelo, eso sí, todo el imaginable- y había rechazado ya en 2008 la incorporación de Ucrania, que buscaba ante todo la integración en Europa y la protección frente a un agresor bien real. Claro que si partimos de que las relaciones internacionales son solo relaciones de fuerza y en consecuencia no cabe el derecho a la legítima resistencia a un invasor, todo está resuelto. Así las cosas, claridad por lo menos en quienes defienden la rendición preventiva de Kiev: es lo mínimo que cabía exigir en los años 30 frente al nazismo, en los años 60 ante la guerra de Vietnam y ante la invasión de Praga, y ahora. Si el Derecho Internacional es inútil, vayamos en línea recta a su supresión definitiva, como Trump y Putin, como Hamás y Netanyahu.
Invocar el pasado para valorar una lógica de comportamiento es lícito, no lo es el anacronismo en los juicios. La situación actual es radicalmente distinta de los años 80, cuando el ingreso de España en la OTAN pareció venir a reforzar las orientaciones imperialistas en Occidente -con el tándem, hoy casi angelical de Reagan y Thatcher-, por contraste con la política de desarme e integración en una Casa Europa por Gorbachov. De existir una promesa, nunca un pacto, nada tiene que ver con el nuevo escenario creado por Putin, explicado por él con las armas y en Múnich 2008. El unipolarismo USA estaba bien enterrado al llegar la crisis de Ucrania, y el bipolarismo -disfrazado de multipolaridad-, establecido por Putin y Xi Jinping el 4 de febrero de 2022 tuvo ya un carácter eminentemente ofensivo, con Ucrania y Taiwán como objetivos. Prueba: a los 18 días del pacto, Putin inició la invasión.
Queda una ulterior prueba acusatoria, que de nuevo aleja la plena responsabilidad de Rusia: el antecedente de la intervención política y armada de USA y OTAN en la disolución de Yugoslavia en los años 90. Lo primero a destacar es que la crisis yugoslava fue endógena, lo mismo que la movilización ucraniana de Maidán en 2014, por mucho que actuaran la CIA en el segundo caso y Alemania en el primero. La movilización popular no surgió en Kiev porque sí, lo mismo que la más reciente aplastada de Georgia, al oponerse a un presidente prorruso, sino porque el mandatario prorruso en ambos casos, había suspendido por su cuenta la adhesión previamente aprobada del país a la Unión Europea (no a la OTAN). Una demanda democrática que en Ucrania se resolvió con elecciones, y en las últimas dio la presidencia a Zelenski. Añadamos algo que se margina por los conciliadores: la respuesta de Putin fue doble, anexión sorpresiva de Crimea y guerra en el Donbas. ¿Había que olvidar este detalle en 2022?
“Esperemos que a Trump le quede una brizna de racionalidad y haga rectificar a Putin”
El estallido de Yugoslavia fue la inevitable consecuencia de una estructura confederal, a pesar del nombre, de componentes territoriales que desde la fusión en 1918 preservaron su identidad singular, algo bien distinto de la identidad dual de españoles y catalanes en un marco estatal secular. Y que se encontraron bajo el dominio de Serbia, dispuesta a mantenerlo por vía militar o como fuera, sin renunciar a prácticas genocidas, partiendo del asalto y destrucción de Vukovar (Croacia). Más tarde vinieron el sitio de Sarajevo, matanzas dispersas, el genocidio de Srbreniça, fallando la protección de la ONU. ¿Qué podía esperarse de la aplicación de los mismos métodos a Kosovo? Milosevic fue un antecedente directo de Putin. Y hoy, por lo que pude apreciar durante mi visita a Kosovo hace pocos años, la solución, comprendidos los reductos protegidos de la minoría serbia en el nuevo Estado, fue un mal menor. A la vista del comportamiento ruso en los comienzos de la invasión, con la masacre de Bucha, Yugoslavia sería la principal justificación del apoyo requerido por Ucrania.
Y ahora, ¿qué hacer? En principio, todo está perdido para Ucrania si Trump da por buena la trampa del conquistador Putin, quien generosamente le permitiría explotar las tierras raras. Esperemos que a Trump le quede una brizna de racionalidad y haga rectificar a Putin, único camino para la paz.
No obstante, aún en el peor de los casos, sigue vigente para Europa la necesidad de contar con la respuesta militar más eficaz posible, siempre dentro de la inferioridad, a la amenaza nada imaginaria de Rusia. Contra Moldavia, Rumanía y los países bálticos, a corto plazo. Con este “oso moscovita” no sirven abrazos: solo vale mantener una situación deseable de mutuo respeto. Tiene intenciones demasiado claras y demasiados amigos en el interior de la UE, un tinglado lleno de imperfecciones si se quiere, pero cuya supervivencia es hoy más que nunca imprescindible. Y que si ahora, a duras penas, acepta rearmarse, no es en modo alguno porque ansíe la guerra, sino porque razonablemente la teme. El silencio de los corderos es siempre mala táctica. Sirve de aliciente al lobo. Por lo mismo, mantener el apoyo a Zelenski no es solo una cuestión moral, que lo es, sino una elección racional, ajustada a nuestros intereses defensivos.