¿Rearme de la UE o de los Estados nación?
«Estaríamos más bien ante el movimiento geopolítico y estratégico de países que se superpondrían a las organizaciones de las que forman parte como la UE y la OTAN»

Volodímir Zelenski junto a Ursula von der Leyen. | Presidencia de Ucrania (Zuma Press)
Sabido es que, a primeros de este mes de marzo, Ursula von der Leyen propuso un Plan de Rearme para Europa que habría de movilizar hasta 800.000 millones de euros para financiar un aumento masivo del gasto en Defensa una vez que Trump decretó suspender su ayuda militar a Ucrania, en el bien entendido –o quizá malentendido–, de que la UE junto con el Reino Unido suplirían esa ayuda aumentando su propia asistencia.
Como Von der Leyen no aceptó preguntas de los periodistas en la comparecencia de anuncio de su plan ni dio detalles acerca de dónde saldría tan ditirámbica y esférica cifra de 800.000 millones de euros, llama la atención que se haya aventado primero su importe sin aclarar, siquiera grosso modo, su destino. ¿Se trataría de proveer con esos fondos de recursos a Ucrania para poder así continuar su guerra con Rusia? ¿El objetivo sería garantizar militarmente la seguridad de Ucrania una vez se firme un acuerdo de paz?
Dado que desde la crisis financiera de 2008 nunca se había oído de un plan financiero que reorientara tan radicalmente el rumbo de las necesidades y prioridades económicas de la UE (que hasta anteayer parecían ser la transición ecológica y el objetivo de alcanzar la neutralidad climática para 2050), resulta legítimo y hasta obligado que la opinión pública exija una más prolija explicación a la Comisión, siquiera, como digo, en cuanto a los objetivos pretendidos con un esfuerzo económico de tal calibre. Sin embargo, no se oyen respuestas ni siquiera desde los propios gobiernos nacionales, más preocupados en aprobar en sus respectivos Estados el incremento del gasto exigido ninguneando si es preciso a sus respectivos parlamentos (España) e incluso sus propios textos constitucionales (Alemania).
A decir de los expertos, aun disponiendo la UE de una inversión en defensa ya operativa por ese montante, se necesitarían al menos cinco años para que tal esfuerzo se materializara en una fuerza coordinada capaz de desplegarse y ayudar militarmente a Ucrania en el conflicto actual, o, en último término, capaz de garantizar siquiera su seguridad una vez alcanzada una paz con Rusia.
Piénsese, que si se estuviera pergeñando la fundación de una suerte de ejército europeo en el seno de la UE junto con Reino Unido, en ese vasto ámbito territorial, aparte de sistemas de armas y equipos obsoletos heredados del Pacto de Varsovia (hasta cinco modelos de tanques desde 1964) existirían, por ejemplo, cuatro modelos distintos de tanques modernos (Leopard alemán, el Challenger británico, el Leclerc francés y el Ariete Italiano) los cuales presentan características que no siempre los hacen compatibles entre sí en cuestiones que van desde el combustible, al sistema de comunicaciones y navegación o la munición. Incluso unas fuerzas armadas europeas que se constituyeran de la noche a la mañana (como se supone necesitaría Ucrania) se encontrarían innúmeras barreras reglamentarias y de infraestructura para simplemente trasladar personal y equipo pesado entre los Estados miembros.
«El plan de reame no pasa de ser un gesto propagandístico que ni siquiera va a generar un efecto de disuasión en Rusia»
Así, por poner un ejemplo ilustrativo, para que tanques y otros vehículos pesados crucen las fronteras nacionales se obliga a los Estados miembros a presentar solicitudes de movimiento militar transfronterizo con hasta mes y medio de antelación, siendo así que muchos de los puentes y carreteras de Europa, especialmente los de los países incorporados más tarde a la UE, son insuficientemente anchos o incapaces de soportar estructuralmente el peso de los carros modernos citados.
A la vista de estas realidades, parece claro que el anuncio del plan de rearme no pasa de ser un aspaventoso gesto propagandístico que ni siquiera remotamente va a generar un efecto de disuasión en Rusia. La propuesta evoca la imagen del parroquiano que ve por encima de la verja de su casa cómo un extraño le parte la cara al vecino, y corre entonces a apuntarse al gimnasio, ponerse fuerte y recibir unas clases de boxeo para así poder volver y defender al colindante agredido… al cabo de unos meses.
Pero surgen más preguntas. Si no se tratara de asistir a Ucrania en este conflicto y con el gasto anunciado de los 800.000 millones se buscara el objetivo estratégico de robustecer las capacidades de defensa de los países comunitarios dentro de la OTAN ¿cómo afectaría eso a los países que siendo miembros de la UE –Austria, Chipre, Irlanda y Malta– no lo son sin embargo de la OTAN? ¿Y a los países que siendo de la OTAN –Albania, Canadá, Islandia, Montenegro, Macedonia del Norte, Noruega, Turquía, Reino Unido– no lo son sin embargo de la UE?
Ante el vacío de respuestas, por mucho que desde la UE se haya entrado en una cascada de sucesivos anuncios, con palabras cada vez más trascendentes, lo que parece deducirse de la mise en scène de estas cumbres es que estaríamos más bien ante el movimiento geopolítico y estratégico de países que, en cuanto Estados-nación, se superpondrían a las organizaciones de las que contingentemente forman parte (la UE y OTAN fundamentalmente), sin estar desde luego a disposición ni a las órdenes de ninguna de las dos. Y es que, por ejemplo, en la que se ha dado en llamar Coalition of the willing, anunciada por el primer ministro del Reino Unido, que agrupa a países que han prometido su apoyo inmediato a Ucrania contra Rusia, figuran Estados tan ajenos a los mandatos de la UE y la OTAN como son, por ejemplo, Noruega o Japón.
«Según el CIS, sólo un 23,7 % de los españoles vería justificada una acción militar en caso de invasión del territorio de un país europeo»
Esta vuelta del protagonismo de los Estados-nación, aunque sea dentro de la UE, la puso de manifiesto el todavía canciller in pectore Friedrich Merz en su reciente entrevista en la revista The Economist, en la que pareció volver a la ya en su día descartada idea de la «Europa de distintas velocidades», que ahora habría mutado en «organizar Europa en círculos concéntricos»; de modo que algunos países se integrarían más profundamente en las estructuras comunitarias según sus compromisos y cesiones de soberanía, mientras que otros, que compartirían menos ejercicio de soberanía, recibirían menos ventajas de la unidad de mercado. Otro ejemplo del sobrevenido protagonismo de los Estados-nación, por mucho que los anuncios se envuelvan en la parafernalia bruselense, es el movimiento de Francia, que ha ofrecido su «paraguas nuclear» a otros Estados miembros, pero dejando claro que el mando sobre tal fuerza de disuasión quedará siempre residenciado en el Elíseo.
Mientras tanto, leemos en Euronews que «cerca del 82% de los españoles estaría a favor de enviar soldados a Ucrania como fuerza de paz», lo que contrasta vivamente con los estudios del CIS sobre Defensa Nacional (estudio n° 3188, de 2017), según los cuales sólo un 17 % de los españoles estaría dispuesto a participar voluntariamente en la defensa en el supuesto de que España fuera atacada militarmente; o que sólo un 23,7 % vería justificado que el gobierno ordenara una acción militar en caso de invasión del territorio de un país europeo; porcentaje que cae hasta el 13,1 % si se trata de defender los intereses económicos de la Unión Europea. Claro, que la fuente de Euronews para adverar ese incandescente ardor guerrero de los españoles, incompatible con lo estudiado por el CIS, resulta ser una encuesta de… La Sexta, ese canal de televisión generalista de todos conocido.
Quién sabe, a lo mejor la conciencia de Defensa de los españoles está cambiando. Como parece haber cambiado en Pedro Sánchez, quien en unos pocos años ha pasado de declarar que le «sobraba el Ministerio de Defensa» (El Mundo) y que «se debería dedicar más presupuesto a luchar contra la pobreza y la violencia de género», a advertirnos hace unos días desde Helsinki de la ineludible necesidad de rearmarse frente al peligro que «siempre» ha supuesto Rusia para Europa (¿?). Sus «cambios de opinión» son inescrutables, ya se sabe.