THE OBJECTIVE
Esther Jaén

El imperio de la 'fucking' política

«Sánchez trata de convencer a la UE de que estamos comprometidos con el rearme europeo, cuando no es capaz ni de lograr el compromiso de sus socios de Gobierno»

Opinión
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El imperio de la ‘fucking’ política

El próximo canciller alemán, Friedrich Mertz, celebra la eliminación del límite de endeudamiento. | Reuters

Conviene que, en estos días de bronca y exabrupto, de incomunicación y autismo político en España, nos fijemos en lo que está ocurriendo en otros países, como Alemania, donde el Bundestag, su parlamento nacional, ha reformado la Constitución para poder aumentar su gasto en materia de Defensa. Hasta ahora, la propia Carta Magna alemana establecía el 1% de su PIB (unos 43.000 millones de euros) como límite al endeudamiento destinado a los gastos en materia de Defensa. Esto se debe, en buena medida, a la política fiscal rigurosa que impera en el país, especialmente si la comparamos con la nuestra, pero también se puede enmarcar en ciertos temores y complejos de culpa, por haber aupado a algún gobernante que, un buen día, decidió invadir Polonia… ¡y Checoslovaquia, Moravia y Bohemia…!, y desencadenar la Segunda Guerra Mundial. ¡Poca broma! 

Los alemanes saben lo que es perder una guerra y vivir una posguerra acogotados por las deudas. Como dice el dicho, «una deuda, veinte engendra» y, decididamente, no quieren volver a pasar por ello. 

La cuestión es que la CDU de Friedrich Merz, junto a los socialdemócratas, de capa caída tras su batacazo electoral, y los Verdes han levantado esa limitación, para ponerse manos a la obra con el «rearme» nacional y con su parte alícuota dentro de la estrategia de la UE. Lo han hecho a toda prisa, ahora que todavía tienen los dos tercios  de los votos de la Cámara baja alemana, exigidos para ese tipo de reformas legales. 

En España, sin embargo, el cuento es bien distinto: Caperucita se come al lobo, los enanitos pretenden robar los órganos de Blancanieves, aprovechando su larga siesta y Cenicienta denuncia por acoso al príncipe. 

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, prefiere seguir confrontando con el PP y poniendo esa suculenta yugular bien a tiro del vampiro Carles Puigdemont, que facilita o complica la vida del Ejecutivo según convenga, no ya a los intereses de Cataluña, ni siquiera del independentismo catalán, sino a los propios ¡Menudo es Puigdemont!

«Hubo momentos no tan lejanos en los que alrededor del 80% de los españoles apostaban por un acuerdo entre PP y PSOE»

Hace ya varios años que no se publican encuestas sobre la voluntad mayoritaria de los españoles de situar al frente del Ejecutivo una coalición entre populares y socialistas, al más puro estilo alemán. Esa coalición de gobierno entre conservadores y socialistas, se ha sucedido en Alemania, pero también las ha habido en Países Bajos, Noruega, Austria o República Checa. Sin embargo, hubo momentos no tan lejanos en los que, prácticamente todos los sondeos conocidos, arrojaban una tendencia incontestable: alrededor del 80% de los españoles apostaban por un acuerdo entre PP y PSOE, mientras sus dirigentes se inclinaban sistemáticamente por acuerdos con los nacionalistas catalanes y vascos, que eran los que entonces obligaban a Felipe González a «tragarse» la fórmula polinómica con la que se inició la cesión de la gestión del 15% del IRPF a las comunidades autónomas y a José María Aznar a «comerse» el 30% y a «hablar catalán en la intimidad». 

Entonces, justificaban sus acuerdos y dependencia de los nacionalismos hablando de una España plural, del desarrollo y madurez de las comunidades autónomas, etc. Con los años, llegó la nueva política, esa «fucking política» que surgió, por la izquierda, al grito de «no nos representan», en alusión a los políticos clásicos, entendidos como los agrupados en las filas de PP y PSOE y provocó un efecto rebote por la derecha. Así aterrizaron Podemos y Vox, respectivamente, en nuestro panorama político. E irrumpió también con fuerza el ensayo de un centro, el de Ciudadanos, que se meció entre PP y PSOE, para acabar haciendo un doble looping sobre sí mismo y un harakiri final. Desde entonces, PP y PSOE se dedicaron a pactar con sus extremos y a defenderse de ellos, extremaron sus diferencias entre sí y no han vuelto a firmar siquiera un mísero Pacto de Estado por el bien de los ciudadanos.

Pensar en una gran coalición entre PP y PSOE se ha convertido en una entelequia. De hecho, una de las últimas encuestas que se interesaron por el deseo ciudadano de una gran coalición, se publicó en julio de 2023, cuando el líder del PP y ganador de aquellas elecciones, Alberto Núñez Feijóo, intentaba sin éxito ser investido presidente del Gobierno. Pero ya entonces la cifra se había reducido: solo el 58% de los españoles pedía un Gobierno de coalición… o también podríamos decir que, pese a los años de crispación política desmedida que habían presidido el mandato de Sánchez, de 2018 hasta 2023, casi el 60% seguía aspirando a esa grossen koalition en España.

«Asistir a una sesión Plenaria en el Congreso de los Diputados es una experiencia entre repulsiva e indignante»

En este segundo mandato de Sánchez, con permiso de Puigdemont y del resto de sus socios y coaligados, las cosas han empeorado. Asistir a una sesión Plenaria en el Congreso de los Diputados es una experiencia entre repulsiva e indignante, sus señorías votan para jorobar al contrario, la oposición pregunta por las armas y el Gobierno entona el «Mazón te traigo», prolifera el insulto, los berridos y la Cámara parece tomada por una panda de hooligans bravucones. Y mientras eso ocurre en el Parlamento, desde el Palacio de la Moncloa, Sánchez gobierna de espaldas e, incluso, de culo, al partido que ganó las elecciones y juega al trile con los presupuestos generales del Estado, prorrogados desde 2023.

El presidente trata de convencer a la UE de que todo va bien, que en España estamos comprometidos con el objetivo del rearme europeo, cuando no es capaz ni de lograr el compromiso de sus socios de Gobierno. Y ya ni siquiera gobierna por decreto. ¡Quién necesita un decreto que debe ser convalidado en el Congreso cuando puede echarle imaginación y hacer que, convenientemente torturados, los números de los presupuestos canten lo que él quiera!

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