THE OBJECTIVE
Rafael Pampillón

Donald Trump y Mao Tse Tung

«Al igual que Mao, Trump no se limita a transformar el sistema, sino que lo desafía y lo desmonta para reconstruirlo según su visión»

Opinión
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Donald Trump y Mao Tse Tung

Ilustración de Alejandra Svriz.

La Gran Revolución Cultural Proletaria (1966–1976) fue un movimiento impulsado por Mao Zedong con el objetivo de purgar elementos considerados «burgueses» y contrarrevolucionarios, mientras se imponía la ortodoxia comunista en China. 

Mao movilizó a la juventud, especialmente a los Guardias Rojos, para desafiar las estructuras del Partido y de la sociedad comunista. El resultado fue un periodo de gran agitación política y social, con ataques a la élite del partido, intelectuales, y profesionales. Muchas escuelas y universidades se cerraron, y millones de personas fueron perseguidas o enviadas al campo para ser reeducadas.

Desde el punto de vista económico, las consecuencias de la Revolución Cultural fueron devastadoras. La agitación política paralizó las decisiones clave y desorganizó la producción, lo que produjo un estancamiento económico prolongado. El sector industrial se desplomó, las fábricas operaron por debajo de su capacidad, y muchos gerentes y técnicos fueron purgados. 

En el campo, el envío masivo de jóvenes y profesionales sin experiencia agrícola redujo la productividad y contribuyó a una grave escasez de alimentos. Este periodo es visto como una década perdida para la economía china. Fue solo después de las reformas de Deng Xiaoping en 1978 cuando China comenzó a recuperarse y a experimentar un crecimiento sostenido.

Donald Trump: una revolución del siglo XXI

Donald Trump, tras asumir nuevamente la presidencia en 2025, no es solo un político más. Es el impulsor de una revolución moderna, cuyo impacto guarda ciertos paralelismos con la Revolución Cultural de Mao Zedong. Aunque los contextos ideológicos son radicalmente diferentes –uno comunista y el otro capitalista–, hay una similitud en sus enfoques populistas y autoritarios. 

Al igual que Mao, Trump no se limita a transformar el sistema, sino que lo desafía y lo desmonta para reconstruirlo según su visión. Con su lema «America First» y el movimiento MAGA (Make America Great Again), Trump se presenta no solo como un líder, sino como un salvador de su pueblo, dispuesto a desafiar las estructuras tradicionales y a reconfigurar las bases sobre las que se asientan la democracia estadounidense y las relaciones internacionales.

La comparación con la Revolución Cultural no es casual. Ambos líderes comparten una visión radical y un fuerte deseo de control absoluto, atacando las instituciones existentes. El culto a la personalidad en torno a Trump, similar al de Mao como el «Gran Timonel», lo ha elevado a un estatus casi infalible a los ojos de sus seguidores. 

Su base de apoyo, parecida a la de los Guardias Rojos de Mao, está dispuesta a imponer un nuevo orden. A lo largo de su primer mandato, y ahora en su segundo periodo presidencial, Trump ha movilizado a sus seguidores no solo para votar por él, sino para luchar por su visión de lo que debe ser Estados Unidos. Lo que ha socavado el respeto por los acuerdos y las relaciones económicas internacionales. En ambos casos, la idea de una revolución se presenta como una misión esencial: para Mao, salvar a China del capitalismo; para Trump, rescatar a Estados Unidos de la corrupción de las élites y la influencia extranjera.

Guerra contra el ‘establishment’

En un giro inesperado, Trump ha declarado una guerra abierta contra algunas instituciones que definen la democracia estadounidense. Su lema «drenar el pantano» resuena como una llamada a purgar las estructuras de poder, y esta purga no es solo ideológica, sino también personal. Al igual que Mao movilizó a la juventud para desafiar a la élite intelectual china, Trump ha destituido a funcionarios de carrera y expertos que no se alinean con su visión. Científicos, economistas, periodistas, profesores y funcionarios que se oponen a su estrategia política son atacados y descalificados.

Trump no ha dudado en cuestionar el orden establecido, atacando la independencia judicial, desafiando la validez de las elecciones y menospreciando a ciertas universidades. Las similitudes con la Revolución Cultural son evidentes: mientras Mao convocaba a la juventud a desafiar a los intelectuales, Trump moviliza a sus seguidores para deslegitimar y acallar a sus críticos.

El deterioro económico

En el ámbito económico, las similitudes entre los modelos maoísta y trumpista son claras. Mao destruyó la economía de China en su afán de imponer una visión comunista radical. De manera similar, Trump está implementando políticas que buscan desafiar el orden económico global, poniendo el proteccionismo y el nacionalismo por encima de una lógica económica racional.

Los aranceles impuestos a China y otras naciones reflejan su énfasis en proteger el mercado estadounidense, aunque estas políticas pueden generar más perjuicios que beneficios. Al igual que la Revolución Cultural desorganizó la economía china, las políticas de Trump están creando incertidumbre, lo que está afectando negativamente al crecimiento económico. Trump ha priorizado el nacionalismo económico sobre la cooperación internacional. Una situación que genera mayores costes para la producción. La OCDE ya ha reducido sus perspectivas de crecimiento para Estados Unidos para este año y el que viene debido a la mayor incertidumbre económica derivada de las barreras comerciales.

El «Gran Timonel» quería eliminar las diferencias de clase, pero la Revolución Cultural creó una nueva élite revolucionaria. De manera similar, Trump ha favorecido a los más ricos, creando una nueva aristocracia financiera, mientras que las clases más desfavorecidas se ven afectadas por sus políticas. Al igual que Mao y sus seguidores, Trump ha fomentado un sentimiento de resentimiento hacia las élites educadas y los inmigrantes polarizando aún más la sociedad estadounidense. Esta división recuerda la fractura social que dejó la Revolución Cultural, donde los purgados fueron reemplazados por una nueva clase revolucionaria.

Una revolución cultural del siglo XXI

En última instancia, la comparación entre Mao Zedong y Donald Trump no solo refleja sus estilos de liderazgo, sino también el objetivo de una transformación radical. Ambos líderes buscan desmantelar el orden existente para imponer una visión personal. Han movilizado a sus bases en un intento por destruir lo que consideran un sistema corrupto, aunque los efectos de estas revoluciones son profundamente disruptivos. 

Trump, como Mao, está dispuesto a sacrificar la estabilidad económica y el bienestar de su pueblo en nombre de una ideología que promete salvar a la nación. Sin embargo, al igual que ocurrió en China, las consecuencias de este enfoque podrían ser perjudiciales para el futuro del país. El populismo y la concentración del poder en una sola figura no fomentan la prosperidad, sino que engendran caos, polarización y un daño considerable para la economía y las instituciones. Como señaló el político británico Lord Acton, «allí donde el poder crece sin límites, la sombra de la corrupción se vuelve inevitable».

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