Un mundo feliz... y bárbaro
«Quien hoy nos preside posee las mañas de un tahúr pero también es un idiota, que solo aspira al poder por ambición personal, sin ningún proyecto político»

Ilustración de Alejandra Svriz.
“La Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad son derechos inalienables de todos los seres humanos”. Así lo estableció la declaración de independencia de los Estados Unidos, base constitucional de la primera democracia moderna. Igualmente la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano que alumbró los comienzos de la Revolución Francesa aseguraba que la meta de la sociedad es la felicidad común, lo que acabó inspirando la famosa trilogía Libertad, Igualdad y Solidaridad, espejo histórico de las democracias europeas y su Estado del bienestar. En el primer caso, la felicidad es un derecho individual, no corporativo; en Europa incorpora un empeño social, que ignorantemente algunos atribuyen en exclusiva a la izquierda política.
La felicidad ha sido en cualquier caso un tema obsesivo para las escuelas de pensamiento, religiosas, filosóficas, o políticas. El propio Pedro Sánchez se ha declarado varias veces feliz, no solo en su matrimonio, sino también cuando el divorcio que hace casi un año protagonizaron Vox y el Partido Popular. Llegó a decir que ese era un día feliz para España, asumiendo de nuevo personalmente la encarnación de todo el país, típico reflejo caudillista que le acompaña desde que se desvirgó en la presidencia.
Sin embargo, ahora, solo meses después, las Naciones Unidas han determinado que España ocupa solo el lugar número 38 de los países más felices del mundo. O sea, que seguimos siendo tan infelices como lo fuimos con el Gobierno Rajoy en los años duros de la crisis financiera. La tendencia es además a la baja desde 2022 y muy pronunciada a partir de las elecciones de 2023, cuando Sánchez, derrotado en las urnas, se empeñó en gobernar con el apoyo de delincuentes y herederos de otros delincuentes que mancharon de sangre la historia de nuestra democracia.
No obstante, como el de sus socios parlamentarios es un cariño comprado, ya dice la canción que ni puede ser bueno ni puede ser fiel. Lo podrá comprobar hoy mismo en el debate parlamentario sobre el rearme, palabra que al parecer aborrece, pero es la única que define exactamente el proceso que el propio Sánchez se ve obligado a liderar: un sustancial incremento de las armas de destrucción que garantice la defensa frente a la vulneración de las fronteras; cuya seguridad en Cataluña, por cierto, ha sido encomendada a quienes pretenden cambiarlas. Vaya mierda de seguridad.
Volviendo a la felicidad, ya que hasta la ONU se ocupa de ella en vez de preguntar por las 300.000 víctimas de la imposible guerra de Ucrania o las 50.000 de los criminales bombardeos de Gaza, decíamos antes que ha sido objeto de numerosas reflexiones por parte de filósofos y pensadores. Fernando Savater dedicó un ensayo a El contenido de la felicidad y Bertrand Russell a la conquista de la misma. Este dictaminó que el respeto ajeno y propio es una condición de ese empeño, por lo que no pueden ser felices quienes pierden el respeto hacia sí mismos. Observación pertinente para nuestra clase política según se verá enseguida.
“El Gobierno sanchista es un catálogo casi inacabable de traiciones a sus electores y al interés general de los ciudadanos”
Pero es imposible cerrar la lista de autores sin una mención a Aldous Huxley, quien en Un mundo feliz describió y puso nombre a una distopía que en gran medida ya se ha hecho realidad: frente a la libertad igualdad, y fraternidad galas, su imaginario régimen del Estado Mundial rinde tributo a la Comunidad, Identidad y Estabilidad. El apellido feliz del título solo fue una idea, no demasiado feliz, de la traducción española. Brave New World se llamaba la obra original y brave en inglés significa valiente, aunque viene del bárbaro latino. En ese bravo mundo el consumo y la comodidad reinan sin valores humanos: sin libertad. Aunque como dijo Adorno en su prólogo a la obra, “es ocioso ponerse a llorar sobre lo que será el hombre el día que desaparezcan del mundo el hambre y la ansiedad. Ese mundo es un botín”
Un mundo así, donde los seres humanos se fabrican en una cadena de montaje no puede ser feliz porque es también el en que los hombres han perdido el respeto a sí mismos. Por desgracia el Gobierno sanchista es un catálogo casi inacabable de esas traiciones a sus propias personas, y consiguientemente a sus electores y al interés general de los ciudadanos; a la seguridad de las fronteras, a la libertad de expresión, a la dignidad personal, y en definitiva a las libertades individuales.
Baste recordar que Sánchez anunció que cuando gobernara eliminaría el Ministerio de Defensa. Esa estúpida promesa hecha por el aspirante a gobernar un Estado moderno es la mejor demostración de que quien hoy nos preside posee las mañas de un tahúr, pero también es un idiota, un ignorante de la realidad y consistencia del poder, al que solo aspira por ambición personal, sin ningún proyecto político. Lo más preocupante empero es que su psicopatía enfermiza es contagiosa.
Adobada por las ocurrencias de decenas de publicitarios disfrazados especialistas en la ciencia política nos bombardea, junto a sus ministros, con eslóganes y tonterías como la descrita. No repetiré aquí la larga saga de sus mentiras e incumplimientos, que ha contagiado también al principal partido de la oposición, incapaz de expulsar de sus filas un líder tan miserable políticamente como el que más: el presidente de la Generalitat valenciana. Eso pone de relieve que la corrupción y la partitocracia forman parte de la identidad pregonada por Huxley.
“España un país razonablemente feliz, aunque a pesar del Gobierno, y no gracias a él”
Por lo demás, al margen de lo que digan las Naciones Unidas, a mí me parece España un país razonablemente feliz, aunque a pesar del Gobierno, y no gracias a él. La felicidad sería mayor si este hiciera menos decretos y más viviendas, si garantizara la igualdad de los españoles y no amañara su permanencia en el poder pactando con un presunto delincuente huido de la justicia. Por último, hablando de la seguridad y el rearme tiene que explicar qué se pretende hacer en un mundo tan desnortado fragmentado y desorientado como la actual Unión Europea, que hace tiempo abdicó de ser un proyecto político para convertirse en un aparato más del bravo mundo percibido por Huxley.
En su obra Retorno a un mundo feliz cita una frase de Erich Fromm que me parece del todo oportuno recordar en un día como hoy: “Nuestra sociedad occidental contemporánea, a pesar de su progreso material, intelectual y científico ayuda cada vez menos a la salud mental y tiende a socavar la seguridad interior, la felicidad, la razón y la capacidad para el amor del individuo; tiende a convertirlo en un autómata”. Y el propio Huxley concluye: “Una constitución democrática es un sistema destinado a impedir que los gobernantes cedan a esas tentaciones que brotan cuando se concentra excesivo poder en demasiadas pocas manos. Donde la tradición republicana o de una monarquía limitada (en el caso español parlamentaria y sin ningún poder político) es débil, la mejor de las constituciones no impedirá que los políticos ambiciosos sucumban a las tentaciones del poder”. Defendámonos entonces de la España feliz cuando la define Pedro Sánchez.