Una distopía con mucha gracia
«Intriga, humor y ciencia conforman el triangulo en el que se desarrollan las historias de ‘Hemoglobina’, la divertida y espléndida novela de Isabel Fuentes»

Detalle de la portada de 'Hemoglobina'.
Hemoglobina (Rocaeditorial) de Isabel Fuentes es una distopía con sabor berlanguiano (sabor que hace mucha falta en el delirio actual). Una novela sobre la sangre. Sobre los vampiros banales, pero por muy banales que parezcan, vampiros son. No los de Stoker, o Nosferatu, o demás estirpe literaria y cinematográfica. En esta novela los vampiros andan por ahí sin dientes como cuchillos, ni capas holgadas, ni siniestras miradas al anochecer. No destapan invasiones de ratas. No. De ahí, el mayúsculo temor, pero también, la gracia (o desgracia) de lo que se cuenta.
Por cierto, de manera condenadamente divertida. Hemoglobina es una novela que son tres. Ya ocurrió en la anterior entrega de Isabel Fuentes, Un gen fuera de la ley (2015). Intriga, humor (bien ácido) y ciencia conforman el triángulo en el que se desarrollan sus historias para no dormir y para sonreír (es compatible). Hay mucha acción, dosis desternillantes de ironía (tan fina como la lluvia fina) y mucha, y equilibrada, reflexión científica. La fórmula intriga + ironía es imbatible, pero si a esa pócima mágica se le añade la atmósfera científica, el resultado es un lujo para el lector. Que lo agradece viendo la que está cayendo.
La prosa de Fuentes es incisiva, cachonda, sutil, documentada, con ese punto de mala leche que sabe destilar en el momento narrativo oportuno. Igual ocurre con la galería de personajes que recorren sus páginas, desde la protagonista Celia a Marta, y a uno memorable, Enciso, y a toda la gama de modernos de clase media alta que desfilan en la historia. Y aquí uno destacaría cómo la autora ha ganado (y esto es decir mucho) en intensidad descriptiva y psicológica. Para decirlo lisa y llanamente: los clava (en el doble sentido) tanto por la precisa caracterización de lo que dicen y de lo que hacen, que como diría Mary Poppins, es casi perfecta y los deja clavados en las páginas, casi crucificados. Lo cual añade festín literario, y del otro, al lector. Más de uno, y de dos, se verá retratado, pero comprenderán, como diría el clásico: “sin acritud”. Todos han surgido de la juguetona imaginación de Isabel Fuentes, pero también es cierto, viendo el panorama nacional, hay gentes que ayudan mucho a esa imaginación desbordante, inteligente y soberanamente divertida.
Por cierto, ya el arranque promete. Antes dos citas que avisan que vienen curvas. “Ni cola de león, ni cabeza de ratón/Prefiero ser diente de ajo” (Javier Krahe) y “En pocas palabras, nosotros, al igual que Mickey, jamás crecemos, aunque sí envejecemos” (Stephen Jay Gould) y un párrafo, para calentar: “Fabricaremos sangre en el laboratorio, ¿alguien se imagina lo que esto puede significar para una civilización en la que morir en un accidente de tráfico es mucho más probable que enamorarse de la persona adecuada?”.
“El lenguaje, más que ningún otro aspecto, delata, subraya, advierte y desnuda, y es ahí en donde se la suelen jugar las novelas”
Sí, son tres novelas en una: retrato social, escrito con un bisturí, bien berlanguiano; suspense, con la aparición por la ciudad de esas agresiones caníbales, cómo, por qué suceden, y distopía científica y sanitaria. A uno, la vena satírica de Fuentes le recuerda a la querida Nancy Mitford, que no dejó ileso a nadie de la muy distinguida clase social británica a la que pertenecía. Pero, también, a un poso de melancolía en esas dos protagonistas femeninas, Celia y Marta que evocan la soledad de las parejas, la tristeza, de la mejor Dorothy Parker y, por supuesto, al citado Berlanga. Porque la narradora escanea, o mejor, coloca en una alucinada resonancia sin escapatoria a una cierta sociedad española actual. Más personajes, Berta, la madre de Ana, Rosa María, Jacobo. Vaya desfile. Ni en carnaval. No se salva nadie. No deja títere (nunca mejor dicho) con cabeza.
Otro aspecto relevante es la calidad de los diálogos, la espléndida audacia de que cada personaje tenga su propia forma de hablar, de expresarse, de ser. Porque el lenguaje, más que ningún otro aspecto, delata, subraya, advierte y desnuda, y es ahí en donde se la suelen jugar las novelas con diversos, distintos y distantes personajes. Además del golpe final que da un giro al género, o a los géneros de los que se nutre esta obra. La fuerza de la narración, hay que insistir en ello, se centra en la compleja caracterización de los personajes, de las situaciones, como por ejemplo la de la fiesta o el fin de semana en una casa rural.
Hemoglobina es un espejo a lo largo del camino, por recordar la fórmula stendhaliana. El espejo son las 268 páginas que componen la narración, en el que se reflejan los aspectos más esperpénticos de, valga regresar a ello, cierta sociedad acomodada española actual. El camino, las industrias y avatares que se reúnen en los pasos imprecisos, desconcertantes y un mucho de infantilización que estos desdichados tiempos exhiben sin pudor. El fondo sí obliga a reflexionar al lector. A darle una vuelta, o dos, a esa cuestión tan presente de las distopías. Hay una realidad y esa realidad puede ir hacia un lado o hacia otro. No hay guion previo. Y en esa incertidumbre, sin duda, está la razón y sentido de esta inquietante, divertida y espléndida novela.