Lo peor sería normalizar el desgobierno
«Durar en el gobierno y al coste que sea parece ser el principio moral de los actuales socialistas. Desaparecer de la historia de España puede ser lo que les aguarda»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Pronto se cumplirán siete años de desgobierno, el de los sucesivos gabinetes presididos por Pedro Sánchez, el primero justo después de la moción de censura a Mariano Rajoy el 1 de junio de 2018. Desde entonces, y de forma acentuada desde julio de 2023, tras las últimas elecciones generales, más que gobierno tenemos desgobierno. Cansa decirlo pero es evidente.
Y fue evidente desde el mismo momento de aquella desafortunada moción de censura que no se adecuaba a la que prevé la Constitución en los artículos 113 y 114.2. En un artículo que publiqué en El País inmediatamente después, el 6 de junio, bajo el título ¿Hubo una moción de censura?, ya advertía que aquello no era la moción de censura «constructiva» establecida en la Constitución sino un modelo muy distinto.
En efecto, se censuraba al presidente del Gobierno, a Mariano Rajoy, y hasta aquí se cumplía con el texto constitucional, tanto en su letra como en su espíritu, porque la suma de votos superaba los que aglutinaba el PP. Pero faltaba un requisito esencial: quienes llevaban a cabo esta legítima censura no eran capaces de formular un programa de gobierno porque tenían cada uno de ellos opciones ideológicas y políticas muy distintas, e incluso contrapuestas: eran nacionalistas/independentistas, por un lado, y populistas del ámbito de Podemos, la izquierda woke que entonces no se denominaba todavía así, por el otro.
El único programa conjunto se formulaba rápido: «Echar a Rajoy». Pero esto era un deseo legítimo, no un programa. Como se vio inmediatamente, aquella era una moción de censura «destructiva» pero no «constructiva», la prevista en el texto constitucional. La prevista en la Constitución tiene la misma lógica que la investidura: se aprueba un programa para que a lo largo de la legislatura pueda comprobarse si se cumple, no tanto por parte de los partidos de la oposición sino los que han investido al gobierno precisamente porque se han puesto de acuerdo en un programa.
Ello presupone que deben ser partidos con un cierto grado de homogeneidad ideológica, táctica y estratégica, sus políticas no pueden ser absolutamente contrapuestas. Y en este caso eran, y han seguido siendo, contrapuestas hasta límites insospechados. Partidos independentistas tras un intento de golpe de Estado en Cataluña o en el País Vasco con un pasado terrorista, que ninguno de ellos ha condenado su pasado y, por tanto, del que no han mostrado arrepentimiento alguno, no son buenos compañeros de viaje para el PSOE. Así le va al partido de Sánchez: humillado por Puigdemont en Ginebra, extorsionado por Junqueras en financiación, pactando con Bildu constantemente cuestiones que deberían helar la sangre a Patxi López, según la admirada señora Pagazaurtundua, que en paz descanse.
«El desbarajuste constitucional lo estamos pagando los españoles, pero sin duda las consecuencias futuras las pagará el PSOE»
Vulnerar la Constitución, como las leyes, es factible pero siempre tiene consecuencias perjudiciales, altos costes. El desbarajuste constitucional lo estamos pagando los españoles, desde luego, pero sin duda las consecuencias futuras las pagará el principal partido del gobierno, el PSOE. Aunque mientras, Sánchez gobierna. Durar en el gobierno y al coste que sea: este parece ser el principio moral básico de los actuales socialistas. Desaparecer de la historia de España puede ser la realidad que les aguarda.
Estos casi siete años, políticamente tan turbulentos, sólo se explican desde aquellos malos comienzos. O quizás un poco antes: desde el coche de cuatro plazas en el que viajaban Koldo, Ábalos, Santos Cerdán y Sánchez, recorriendo las «casas del pueblo» (sic) socialistas prometiendo cargos futuros si les apoyaban en el congreso general del partido. En definitiva, un grupo de políticos aventureros que apostaban por un político joven y decidido, muy enamorado, con pocos escrúpulos, poseído por una ambición desmedida de poder. Un doctor en economía con muy pocos conocimientos de la materia pero con la voluntad férrea de pasar a la historia. Así se explica quizás la política actual.
El riesgo principal es que lleguemos a normalizar este desgobierno, que no demos importancia a las vulneraciones constantes de la Constitución y las leyes; que a los jueces solo preocupados por hacer cumplir las normas jurídicas, es decir, por su deber profesional y moral, los despreciemos diciendo que judicializan la política; que llamemos pseudomedios a aquellos que se esfuerzan cada día en descubrir la creciente corrupción que sube como la espuma en el Partido Socialista y sus aledaños; que tres años sin Presupuestos Generales del Estado permiten gobernar sin problemas porque se trata de una simple cuestión contable.
Nada de esto es normal, declararlo como normal, como habitual, con un «no pasa nada», considerar que todos los políticos son y serán iguales siempre, sería el peor resultado de esta triste historia protagonizada por Pedro Sánchez. Es en los momentos difíciles cuando surgen los pequeños héroes que salvan a un país. Ya han surgido algunos en todos los ámbitos, especialmente en el judicial y el periodístico. Serán nuestros salvadores y estos sí pasarán a la historia, a la gran historia.