The Objective
Antonio Elorza

Pedro Sánchez: perpetuar la impotencia

«Pretender quedar bien con la UE le obliga a jugar con dos caras, una mirando a Bruselas y otra al frente gubernamental pro-Putin. El objetivo es durar, no gobernar»

Opinión
Pedro Sánchez: perpetuar la impotencia

Ilustración de Alejandra Svriz.

El azar me hizo coincidir hace unos días con una antigua colaboradora, que siguió su propio camino profesional e ideológico. Hablamos largo y tendido, y el intercambio de ideas me hizo apreciar la extrema coherencia de ese izquierdismo que no solo está presente en la sociedad, sino que participa en nuestro gobierno, desempeñando en él la doble función, insólita a escala mundial, de hacer posible la perpetuación de Pedro Sánchez como titular del poder y de cuestionar una y otra vez aquellos aspectos de su política que tenderían a encajarle en un marco europeo. Gubernamentales y opositores al mismo tiempo, y no solo ocasionalmente.

Enfrentados reiteradamente en cuestiones de fondo, son al mismo tiempo lo que en Italia se llamaría amici per la pelle, amigos inseparables, casi hermanos siameses. Una unión indisoluble asentada sobre una sola base: que la derecha no llegue al gobierno, actitud lógica en el izquierdismo, pero adoptaba con firmeza por Sánchez al hacer suya la teoría de la muralla que en su día propusiera Pablo Iglesias. Como resultado, política casi no podrán hacer, pero mantenerse en el poder, sí, y al juicio de ambos componentes para un largo plazo.

Del lado izquierdista, esa divisoria lo orienta todo. Cualquier crítica al Gobierno debilita al progresismo en ejercicio y favorece al PP, que en su visión de las cosas es lo mismo que Vox. De ahí que todas las promesas de lo que llamaríamos regeneración, anunciada por los grupos izquierdistas, se disuelve de inmediato cuando tropiezan con clamorosos ejemplos de corrupción o de inconsecuencia en el área de Gobierno. Para Yolanda Díaz o para Ione Belarra, ni el caso Koldo ni las aventuras de Ábalos existen. Como al sucederse los espinosos episodios de incontinencia sexual en los dirigentes de Podemos, o algunos previos de irregularidad académica, una vez convenientemente tapados, desaparecen.

Para su discurso oficial, como para el de mi interlocutora, solo hay un espacio para el Mal, y este se adscribe a la derecha, y en particular, no a Vox, sino al PP. A su vera, como nuestros progresistas son republicanos, y republicanos intransigentes, se encuentra la satanización del Rey, que siempre obró mal y sin atención al interés colectivo, especialmente cuando fue a Paiporta a «hacerse fotos» y el 3 de octubre de 2017, cuando habló de forma autoritaria, «como Rajoy». Constitucionalismo, ¿para qué? ¿Satisfacción popular al no sentirse solos después de la catástrofe? Mentira.

El maniqueísmo se acentúa incluso al pasar al tema internacional. Pablo Iglesias fijó aquí la doctrina oficial, recuperando la línea del «pacifismo» de raíz soviética, comprensivo al cien por cien con la agresividad bélica de la URSS entonces, de Putin hoy. Yolanda Díaz debiera enterarse que una cosa era la oposición a la OTAN en tiempos de Gorbachov de un lado, y del dúo Reagan-Thatcher de otro, y cosa bien distinta, tomar posición hoy contra la OTAN, contra Ucrania, y al lado de Putin. Esta actitud resulta lógica por parte de Podemos, tal y como enseñó Pablo Iglesias antes del 22 de febrero, en vísperas de la invasión, exhibiendo su guerra a la OTAN en las pantallas de Russia Today. Ahora disfrutará llamando a Sánchez, por medio de Belarra, “Señor de la Guerra”, pero la postura abierta de Yolanda, vicepresidenta, es simplemente esperpéntica. Hoy por hoy, como consecuencia de esta militancia coral izquierdista, disfrutamos en España de medio gobierno paleo-soviético, ya ni siquiera filocomunista, que era otra cosa.

«Las cegueras ante Putin o Hamás se suman para nuestros izquierdistas a la oposición a la OTAN y al mal disimulado anti-europeísmo»

También es otra cosa, sumiéndose en lo irracional, la visión progresista de la guerra entre Israel y Hamás. Resulta lógica la indignación ante las muertes masivas de gazatíes, con la consiguiente condena de la estrategia de destrucción llevada a cabo por Netanyahu, pero es significativo que los rehenes nunca importaron nada a nuestros progres y menos el contenido genocida del 7-0. La indignación sectaria alcanza a Von der Leyen, culpable del crimen reaccionario de mostrar su inmediata solidaridad con Israel tras la matanza. En uno de sus tantos errores clamorosos, cuando sale de la esfera laboral, Yolanda Díaz evocó el objetivo palestino maximalista «del río al mar».

Las cegueras voluntarias ante la agresión de Putin, o ante el 7-O, se suman para nuestros izquierdistas, a la visceral oposición a la OTAN y al mal disimulado antieuropeísmo. A primera vista, puede verse tal visión de las cosas como una expresión de generosidad humanista, cuando en el fondo es una táctica de blindaje frente a una realidad compleja, que permite refugiarse en los propios intereses, bajo la cobertura de un discurso radical y de la descalificación del otro. Anticapitalismo primario como llave maestra, también para desechar la democracia. Puestos a buscar un ejemplo reciente, ¿para qué preocuparse de la opresión de las mujeres por los talibanes o en Irán, si es tan rentable alzar aquí el estandarte feminista? Además, criticar al islamismo es ejercer de europeísta según avisó Edward Said. (Y otro además bajo la superficie: en su día, los ayatolás ofrecieron su plataforma televisiva a Pablo Iglesias, progresistas ellos).

Ante este panorama, Pedro Sánchez hubiera podido explicar a sus extraños socios y al conjunto de los españoles qué representa tomar partido por Europa y por Ucrania, lo que, por otra parte, sí ha tomado, al menos formalmente. Era el momento de un mensaje a la nación, como el emitido por el presidente francés, sobrevolando la ceremonia del absurdo que le ha tocado encabezar. Ha elegido casi pedir disculpas, con lo del gasto social como preferencia, sumiendo así su discurso en la indeterminación. No bastan las invocaciones genéricas al «nosotros» europeo amenazado, porque de inmediato surge el repliegue, pidiendo que nos subvencionen aquello que estamos obligados a hacer solos, pues no formamos ya parte de la Europa más pobre y tampoco es excusa que el conflicto nos queda lejos.

Comparar esta situación con la pandemia resulta oportunista e indigno, pero Pedro Sánchez es así, e intentará trampear con la UE del mismo modo que trampea con España. Desde la OTAN se lo han recordado, mientras él recusa hablar de «rearme» y se inventa toda una serie de objetivos de distracción. Lo suyo no es nunca mirar de frente, sin darse cuenta –o dándose cuenta, pero le da igual–, que no asumir a fondo la situación actual representa traición al europeísmo. Lo que sin duda encanta a sus siniestros socios. Siniestros por partida doble. Así estamos.

«Los discursos vacíos y la impotencia en la acción, siempre desde la opacidad, han sido los rasgos distintivos de su política exterior»

No es nada nuevo. Los discursos vacíos y la impotencia en la acción, siempre desde la opacidad de fondo, han sido los rasgos distintivos de su política exterior, incluso cuando en apariencia tomó partido por Palestina con los dos Estados, edulcorando en lo posible el crimen del 7-O, pero tapándose la boca cuando asume la presidencia de turno de la UE. Las dos culminaciones, o mejor las dos simas, fueron la concesión a Marruecos sobre el Sáhara, merecedora por la forma del Guinness del ridículo diplomático, y el show pro-Maduro en la crisis de Venezuela.

Ahora la pretensión de quedar bien con la UE le obliga a jugar con dos caras, una mirando a Bruselas y otra al frente gubernamental pro-Putin, pero tiene el inconveniente de que las palabras no bastan y hay que poner euros. De ahí su increíble discurso-río en el Congreso, sin dar ni un dato, ni comprometerse a nada. Menos mal que su auténtico objetivo es durar, aun sin gobernar, pero la tensión interior y europea es demasiado fuerte, tanto como el callejón sin salida al que está abocada en este caso su política de gestos.

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