Cañones, mantequilla y pensamiento mágico
«Si Europa quiere más armas, la única forma de lograrlo pasará por reducir partidas presupuestarias destinadas hasta ahora al sostenimiento del Estado del bienestar»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Como todos los estudiantes de Economía que en el mundo han sido, el doctor Pedro Sánchez Castejón también debió ser informado en las primeras clases introductorias sobre la materia de su futura profesión acerca del célebre dilema de los cañones y la mantequilla. Una disyuntiva inevitable para cualquier sociedad, la de verse abocada a elegir entre lo uno o lo otro, dado que los recursos productivos resultan ser finitos por definición y, en fatal consecuencia, no es posible generar con ellos un volumen infinito de bienes y servicios.
La frontera de posibilidades de producción, que es el nombre técnico que recibe ese asunto de los cañones y la mantequilla, viene a ser algo así como el equivalente en esa ciencia social a la ley de la gravedad para los físicos. Y de ahí que cualquier responsable político que trate a sus administrados con el mínimo respeto intelectual que merecen las personas adultas, solo con el mínimo, no se llame a engaño sobre el particular por la vía de recurrir a alguna variante más o menos imaginativa del pensamiento mágico.
Si Europa, por la razón que sea, quiere más armas, la única forma factible de lograrlo pasará por reducir o suprimir partidas presupuestarias hasta ahora destinadas al sostenimiento financiero del Estado del bienestar. Y no existe ninguna otra forma de conseguirlo. Ninguna. O cañones o mantequilla. Martin Wolf, acaso el principal referente intelectual en materia económica del establishment europeo en este momento, lo acaba de dejar muy claro en su muy leída columna del Financial Times.
Según su respetado juicio, el rearme continental acelerado únicamente podrá ser implementado vía un incremento igual de sustancial de los impuestos o, de modo complementario, a través de un recorte acusado e inmediato de las partidas presupuestarias vinculadas al gasto social. Porque en la vida económica, igual que en la vida en general, no hay milagros. Dicho en términos más crudos, el Estado del bienestar y el estado de guerra resultan mutuamente excluyentes e incompatibles.
«Sánchez se aferra al pensamiento mágico a fin de evitar que la ley más elemental de la economía arruine su coalición gubernamental»
Así las cosas, o la motosierra de Milei cruza urgentemente el charco para iniciar una gira oficial por todas las grandes capitales de la Unión Europea, o ese proyecto de la defensa autónoma quedaría al final en papel mojado. No obstante lo cual, el doctor Sánchez, al modo de aquel famoso barón de Munchausen, el que pretendió salir del fondo de un pozo estirando fuerte y hacia arriba de los cordones de sus zapatos, también se aferra al pensamiento mágico a fin de evitar que la ley más elemental de la economía le arruine su coalición gubernamental.
Una vía de escape para huir de la realidad que nuestro presidente quiere buscar apelando al siempre socorrido recurso de la deuda pública. Al respecto, la lógica interna de la receta que defiende para tratar de escabullirse del dilema resulta bien sencilla. Si pagáramos los nuevos cañones a crédito –barrunta–, podríamos seguir disponiendo de la misma cantidad de mantequilla que antes.
¿Cómo no se le habrá ocurrido a nadie más en Europa una idea tan brillante y original para reducir a cero el coste político de un incremento del gasto en armas solo equiparable al vigente durante los dos episodios bélicos que arrasaron Europa durante la primera mitad del siglo XX? La respuesta al enigma tal vez haya que buscarla en que las mentes comunitarias, quizá menos brillantes pero más prácticas que la del presidente español, han reparado en que el endeudamiento de los Estados es ya tan enorme, con el promedio de los miembros de la eurozona rondando el 100% del PIB, que un incremento adicional de esas dimensiones (800.000 millones de euros) implicaría una subida brusca y violenta de los tipos de interés, por un lado, y la consecuente revaluación del euro, por otro. O sea, la fórmula perfecta para hundir todavía mucho más a la Unión Europea en la recesión latente que ya sufría desde antes del covid. Ingenioso el doctor Sánchez, sí.