The Objective
Jorge Freire

Esfuerzo, sacrificio y sacrilegio

«El sacrificio es hacer sagrado, pues quien se sacrifica -de Antígona a la madre que no pega ojo, pasando por el médico que dobla turno- lo hace por algo más grande que sí mismo»

Opinión
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Esfuerzo, sacrificio y sacrilegio

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Decíamos ayer que el estomagante mito del Progreso sirve para no tener que hablar nunca de prosperidad. Paralelamente, nuestras élites se han sacado de la manga el as del esfuerzo. ¿Contra qué? Naturalmente, contra el sacrificio

La «cultura del esfuerzo» es enemiga del concepto sacrificial de la propia existencia, porque uno se sacrifica cuando algo tiene sentido y no mera utilidad. Al igual que nuestras madres aspiran a que prosperemos, aspiran a que nos sacrifiquemos. ¿Y el esfuerzo? Si no encamina al bien, a lo bello o a lo justo, es simplemente castigo. 

Por mucho que el negrero trate de persuadirnos haciendo restallar el látigo, mejor que esforzarse es sacrificarse. Sacrificarse digo, pero no inmolarse. Ofrecerse en oblación por la verdad, el bien y la belleza es sagrado, pero inmolarse por falsos ídolos—por momios, momias y burócratas—es sacrilegio. Esta palabra, sacrilegio, surge al combinar los términos sacer (sagrado) y legere (recoger), que es lo que hace todo sacrílego que se precie: recoger para él solito lo que debería ser de todos.

«Para el euroburócrata, el deber patrio de los países del sur estriba en tumbarse en el altar con una ramita de romero entre los dientes, sangrar lo justo y encima dar las gracias»

El sacrílego no quiere arrebatarnos la vida, que en principio es lo más sagrado, porque no crea en ello, sino porque lo quiere todo para sí. ¡Ay de quienes se olvidan de que los dioses exigen inmolaciones! Nada tendrán que ofrecer más que su propio esfuerzo y su propia sangre, y la sangre de su sangre.

De ahí que Kaja Kallas nos conmine, con su habitual estilo perentorio y marcial, a bailar al son de los tambores de guerra. La responsable de Exteriores de la UE reclama armas por favores prestados, como si las ayudas del norte hubiesen sido obras de caridad y no frío cálculo. ¿Memoria selectiva? Si refiere al covid, olvida cómo los Estados miembros se robaban mascarillas y respiradores al estilo pirata; eso, si es que no alude a 2008, cuando el famoso austericidio dejó España hecha un solar, enriqueciendo grandemente a quienes predican desde la atalaya septentrional. Es sabido que las desgracias del sur suelen ser las fiestas del norte…

Sea como fuere, Kallas reclama lo que toda élite ha pedido desde Nerón: sacrificios con factura ajena. A los burócratas, como al viejo Moctezuma, les pirran siempre que los hagan otros. Claro que el españolito común, siempre dispuesto a sacrificarse por sus hijos, no parece muy por la labor de inmolarse en el tabernáculo del sistema métrico decimal. 

El esfuerzo no es bueno por sí mismo. ¡Si lo sabré yo, que llevo años viendo, con verdadero espanto, cómo mis amigos se extenúan en triatlones! Como dijo Nietzsche, la belleza de la montaña no depende de la dificultad de su ascensión. Por eso, cuando el esfuerzo se arrastra como un burro ciego cuesta arriba, deviene en melancolía. El sacrificio es, en cambio, sacrum facere, hacer sagrado, pues quien se sacrifica -de Antígona a la madre que no pega ojo, pasando por el médico que dobla turno- lo hace por algo más grande que sí mismo. Y el resultado, como dice la canción futbolera, nos da igual. A quien orienta su quilla hacia un ideal trascendente, poco le importa llegar a la isla del tesoro, a buen puerto o a naufragio. Son cosas que se hacen por sí mismas.

Pero hete aquí el truco semántico: el de quienes disfrazan de virtud el saqueo, confundiendo sacrificio con sacrilegio, que no es sino inmolarse por el interés ajeno. Verbigracia, Von der Leyen avisando, como quien anuncia otra estación del vía crucis, que los precios de los alimentos volverán a subir. Nueva penitencia, esta vez no por el pangolín ni por Putin, sino por los aranceles de Trump, nuevo camuñas al que sacar del baúl cuando se agotan las excusas. Y así andamos, sacrificados pero no consagrados.

España no es, aunque lo parezca, ese toro viejo y resignado que se deja matar con elegancia bovina. Es pertinente la metáfora ganadera: no es exacto el tópico que afirma que nos quieren como vacas sin cencerro, para que no hagamos ruido camino del matadero. En realidad, nos aturden con el estrépito de una cencerrada, como antaño se hacía en los pueblos, para que no podamos pensar entre el ruido y la propaganda.

Para el euroburócrata, el deber patrio de los países del sur estriba en tumbarse en el altar con una ramita de romero entre los dientes, sangrar lo justo y encima dar las gracias. Querrían lonchearla y regalarse una ración de ibéricos, pero España, maguer que aturdida y medio echada a la siesta, aún se menea y no termina de dejarse embutir.

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