Quién mató a Miguel Hernández
«Todo lo juzgan cuestiones ideológicas del presente, contaminadas por políticos del presente que se apoyan en el pasado para llevarnos al límite»

Ilustración de Alejandra Svriz
Se levanta uno de buena mañana y, tras la ducha y después de meterse entre pecho y espalda un café y una tostada de aguacate, se da cuenta de que todavía no ha pensado en nada. Sin embargo, basta con prender –maravillosa forma verbal de uso americano– la radio para empezar a entender lo que nuestra maravillosa clase política ha hecho por nosotros en los últimos 20 años: enfrentamientos, trincheras, guerracivilismo. Posiciónate, ya no tanto en favor de una causa, sino en contra de la de enfrente. Aranceles, Ábalos y Vinicius copan las tertulias con furibundas defensas y ataques, respectivamente, de sus acólitos o detractores. Y ahí está usted, tranquilo mortal, con su tostada indigesta sin saber muy bien qué o quién le trajo a esta maldita guerra social.
Quizá todo empezó con aquella Ley de Memoria Histórica, que volvió a colocar en prensa, radio y televisores viejos fantasmas ya enterrados. Se despertaban rojos o azules muchos que la noche anterior eran, simplemente, familiares o vecinos. Ahí se plantó una semillita que partidos más tarde recién llegados a la primera plana política se encargarían de regar hasta convertirla en la repugnante discordia bajo la que hoy vivimos. No le culpo a usted ni a mí, a quienes con un café y una tostada nos hubiera bastado, pero cierto es que lo tuvimos ahí delante durante décadas y no supimos cortar de raíz a tiempo.
«Es todo un mero exhibicionismo con el que las hornadas actuales pretenden autosatisfacerse moralmente»
El último episodio al que asisto atónito desde el asiento de mi coche tiene que ver con Miguel Hernández. Parece ser que un juzgado ha condenado a un profesor de universidad de Alicante por vulnerar el honor de uno de los hombres que intervinieron en el proceso que llevó al presidio y a la muerte al poeta de Orihuela. No hay bastante con los vivos, toca defender a los muertos. Ahora el profesor denunciado proclama su libertad de cátedra, pero la realidad es mucho más pedestre: todo lo juzgan cuestiones ideológicas del presente, contaminadas por políticos del presente que se apoyan en el pasado para llevarnos al límite.
Sobra decir que a nadie le importa Miguel Hernández, ni su poesía, ni su honor, ni nada de nada. Es todo un mero exhibicionismo con el que las hornadas actuales pretenden autosatisfacerse moralmente. Pero lo cierto es que rescatar un juicio celebrado un siglo más tarde, reviviendo condenas, apuntando con el dedito, manchando a los nietos que pasaban por ahí, es uno de los ejercicios moralmente más reprobables a los que se ha enfrentado este plumilla. Fueron precisamente ellos, aquellos abuelos y padres, quienes enterraron esa hacha de guerra con el que ahora frivolizamos.
Cabe preguntarse si hace falta un gran evento histórico como aquella guerra terrible para poner fin a la discordia a la que ahora nos enfrentamos cada mañana al prender la radio. Estas generaciones superficiales, que trivializan los verdaderos conflictos, acuden a estas guerrillas de cartón piedra porque no han vivido en el mundo real, sino en el mundo de la ideología, que es el placebo de los éticamente pobres.