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Fernando R. Lafuente

Apuesta por la fantasía

«Pedro Touceda entra con su novela ‘Andanzas del maravilloso idiota’ en el laberíntico, sugestivo e inédito mundo de la fantasía picaresca»

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Apuesta por la fantasía

Ilustración de Alejandra Svriz.

No goza, y nadie sabe por qué, la literatura fantástica de un lugar, sino preeminente, sí, al menos, justo dentro de la narrativa española. Pareciera como si el denominado realismo fuera parte sustancial de un supuesto carácter narrativo nacional. Autores recientes, al menos durante la segunda mitad del siglo XX, como Joan Perucho o Álvaro Cunqueiro o Rafael Dieste, se cuelan, con alfileres, en los manuales. Y, sin embargo, forman parte de una sólida tradición que bien podría arrancar, sino antes, desde los albores de la Edad Media, con El conde Lucanor (1335) del Infante Juan Manuel. Pero esto es lo que tenemos. Hasta ahora.

Sin embargo, la literatura fantástica española goza de buena salud. Ya lo confirmó el número de la revista Ínsula, hace más de una década, en septiembre de 2010, con Lo fantástico en España (1980-2010), coordinado por David Rosas y Ana Casas, y se podía leer en su Presentación: «Todavía hay quien se sorprende cuando se reivindica la existencia de una tradición fantástica española. Pero ésta, que surge en el Romanticismo y llega sin interrupción hasta nuestros días, está formada por autores centrales en el canon literario como Espronceda, Zorrilla, Alarcón, Bécquer, Galdós, Pardo Bazán, Baroja, Valle-Inclán, Unamuno, Max Aub, Alfonso Sastre, Juan Benet, Javier Marías o José María Merino».

Y la nómina a fecha de 2025 podría ampliarse con la recuperación de Jesús de Aragón (recordado en estas páginas, el Verne español), y algunos más de épocas varias, como el barroco Gonzalo de Céspedes y Meneses y su Varia fortuna del soldado Píndaro (1626), o decimonónicos como Gaspar y Rimbau, Ayguals de Izco, y más cercanos, el Torrente Ballester de La saga/fuga de J.B. (1972), Cristina Fernández Cubas, Miquel de Palol o Laura Gallego, porque el número de autores crece y bienvenido sea. Con la variante de la ciencia-ficción con clásicos, como Plans, Garci o Palma.

Más allá de la autoficción, más allá de la temática de la Guerra Civil, más allá del policíaco, más allá de la testimonial novela familiar, el género fantástico tiene un arraigo en la narrativa española que no sería inteligente, ni oportuno, olvidar. Es en el asombro, en las mil fórmulas de entender la realidad, en los vericuetos sagrados de la ficción, en la voladura inocente de un restringido uso del concepto realidad en donde el territorio de la fantasía, del juego con la infinita imaginación tiene instalado el mapa de los sueños.

Pedro Touceda (Madrid, 1958) publica en estos desventurados, y realistas días, una novela que se salta todas las convenciones, Andanzas del Maravilloso Idiota (2025, Las 9 Musas), autor antes de una singular saga generacional como fue Los elefantes andan descalzos y usan paraguas (2019, Letrame), con esta nueva entrega en la que da una vuelta de tuerca a su obra narrativa. Entra en el laberíntico y sugestivo mundo de la fantasía picaresca. Un matrimonio tan inédito como deslumbrante. Ya el título indica toda una declaración de principios. No cuenta las andanzas de un idiota, sino del maravilloso idiota. Ya advirtió Ortega que, en el fondo, nos dividimos entre monstruos e idiotas, que cada uno elija equipo, esto aquí gusta mucho. Y este personaje además de idiota, es maravilloso, o al revés, pero es compatible. Con ello, entronca en la tradición novelística española por varias vías.

«En la novela de Touceda destaca la fascinación por la aventura de nombrar una tierra incógnita, de cartografiar las emociones»

La historia del tipo, el maravilloso idiota, que, viajero en el siglo XVII, arriba a una isla perdida en los mapas más singulares, poblada de caníbales, perdida completamente la memoria de su vida anterior y con rasgos, soberbios, del Robinson Crusoe (1719) de Defoe y El barón rampante (1957) de Calvino, ya promete experiencias fuertes y atractivas para el lector. En su perfil literario se adivinan restos de la picaresca, y del descubrimiento de un mundo nuevo al que hay que nombrar, o reconocer, o soñar.

Y es ahí donde la querida Crónica de Indias, género mayor del siglo XVI, y lo que venga, toman su lugar. Aún cuando estas supuestas Indias sean de un territorio tan condenadamente imaginario como la Tierra Media de Tolkien, pero cien veces más peligroso. Más aventura. Es una enciclopedia de saberes y decires imaginarios. De las andanzas e industrias, cual Alfanhui ferlosiano, pero en tierras extrañas. En la novela destaca la fascinación por la aventura, la aventura de nombrar una tierra incógnita, de cartografiar las emociones que tal descubrimiento despierta. Y contarlo. Tiene los ingredientes del canon de la picaresca: degradación del personaje, carácter itinerante y crítica social.

Allí aparece el eco de la Carta de Relación de los Cronistas, con la estela del majestuoso Bernal Díaz del Castillo y su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España (1568) y de manera soberanamente especial, los Naufragios (1542) de Álvar Nuñez de Vaca, herencia de estos cronistas que llega impoluta al realismo mágico americano. Porque la literatura es literatura sobre literatura y Touceda incide en la dimensión onírica, e irónica, de la realidad plana. Aventuras y fantasía, selvas, antropología, intriga, lenguaje, claroscuros de la condición humana tan eterna como inexorable, pero contada desde el otro lado.

Despliegue de términos que ennoblecen la imaginación literaria y le abren al lector a universos insospechados, capítulos breves como relámpagos o fogonazos que vertebran la narración hasta construir una historia llena de asombros y deslumbramiento. Conviene regresar al sueño, sobre todo en tiempos en los que la realidad de verdad se ha convertido en una pesadilla insoportable y en los que, de acuerdo a esa división orteguiana, parece que los monstruos van ganando a los idiotas. Era previsible.

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