España en guerra
«Sánchez sabe que ese dinero que hay que poner para la defensa de nuestras democracias le restará medios para comprar los votos que lo sostienen»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Sí , sí, querido lector allí donde estés, Europa está en guerra contra Putin y, por tanto, España también lo está. Y hablo de Putin y no de Rusia porque millones de rusos, como lo estuvo Navalni, asesinado por el dictador, quisieran vivir en una democracia y son contrarios a la invasión de Ucrania. Europa se enfrenta, y lo hará ahora sola, tras la traición de Trump, a esta guerra exterior y a otras varias interiores que se llevan a cabo más silenciosamente. También nombro a Trump y no a los millones de norteamericanos que no votaron a este monstruo y comparten con nosotros los viejos ideales de su propia Revolución y de la Francesa, origen de nuestros Estados de derecho.
Al hablar de las guerras interiores me refiero al resurgimiento de los nacionalismos provincianos y al racismo identitario que se desprende de ellos; a la inmigración ilegal gobernada por los comandos mafiosos; y a los grupos foráneos poscoloniales que niegan y combaten la cultura de acogida e integración. Francia, Gran Bretaña o Alemania son los países de nuestro entorno que más lo sufren. Luchar contra el yihadismo también es un conflicto de escaramuzas. Y quién sabe si esta guerra económica de Trump no causará más daño que todo lo anteriormente nombrado junto.
Elisabeth Badinter en Une France soumise, calificaba a este tipo de inmigración insumisa, de una «segunda sociedad» que intenta imponerse de una manera «insidiosa» a la República francesa, volviendo la espalda a esta, y apuntando explícitamente al separatismo e incluso a la secesión. Este es el mejor caldo de cultivo para la tan creciente subida de la extrema derecha europea que también, explícitamente, reconoce su paternidad en el fascismo e incluso en el nazismo. Ante esos intereses, pasiones, creencias y costumbres ajenas, resurgen criterios que pensábamos sobrepasados.
Al laicismo republicano francés ahora lo combate el islamismo. Y lo hace política y religiosamente. La costumbre y defensa a ultranza del velo sigue creando numerosos conflictos, aunque las feministas, curiosamente, mantengan silencios cómplices. Silencio que igualmente practican cuando hay que defender a las mujeres maltratadas en Afganistán o Irán. Por eso cuando ardió Notre Dame (Macron cumplió con su palabra) Europa sintió que algo propio nos ardía a todos: nuestra cultura, nuestra civilización, nuestras creencias y nuestra historia. Y la respuesta fue sorprendente.
Saint-Exupéry en Tierra de hombres escribió: «¿Qué quedará de aquello que he amado? Hablo de las costumbres, de las entonaciones irreemplazables, de una cierta luz espiritual». Desconozco, y quisiera equivocarme absolutamente, si estos millones de acogidos han declarado su adhesión a la causa de su nueva patria frente a la ideología que propugna Putin, o muchos de ellos están oscuramente instrumentalizados por el dictador ruso.
«El populismo de izquierdas está en nuestro Gobierno y, desde el inicio, ha opinado que Putin tiene razones para hacer lo que hace»
Ya vimos las relaciones traidoras entre el independentismo catalán con el invasor de Ucrania. Y estas relaciones contranatura se extienden en nuestro país y en otros muchos europeos, entre el populismo de extrema derecha y el de extrema izquierda. Vox, que ahora tiene en Trump a otro patrón y líder, también automáticamente tiene al ruso, ya que junto al norteamericano, son tal para cual.
El populismo de izquierdas está en nuestro propio Gobierno y, desde el inicio, ha opinado que Putin tiene razones para hacer lo que hace, es decir: asesinar a inocentes. Estos socios del gobierno sanchista piden, además, la salida de la OTAN, la desmilitarización e, incluso, dejar la UE. Todo esto es la síntesis del panorama actual, sin edulcorantes.
El gran narrador checo Milan Kundera, en Un occidente secuestrado, contó la siguiente anécdota que aún hoy en día no ha dejado de ser muy significativa. En septiembre del año 1956, con el negro telón de acero del comunismo soviético cubriendo la Europa Central y del Este, el director de la agencia de prensa húngara, poco antes de que su despacho fuera bombardeado por tanques rusos, envió por télex a todo el mundo un mensaje en el cual informaba de esta invasión. Dicha petición de auxilio finalizaba con estas palabras: «¡Moriremos por Hungría y por Europa!».
Hungría representaba, sin lugar a dudas, allí a Europa aunque estuviera sometida al yugo soviético. Ucrania hoy también es Europa, además de un país libre e independiente. Eso es lo que nos está diciendo Zelenski todos los días. Ucrania es Europa y los ucranianos no quieren ser rusos. Orban, el esclavo de Putin en Europa, nuestro quintacolumnista pro ruso, debería volver a leer el texto de su antiguo compatriota. La URSS invadió con las armas a Hungría y la colonizó. Europa le sacó las cadenas y la democratizó. Orban es un personaje de baja estopa como todos sus amigos. Para Kundera las naciones europeas, todas, eran una sola y defendían una misma causa, la de la Libertad y la Democracia. Y estas mismas ideas son las que hoy se dirimen en Ucrania.
«Trump es la degeneración del capitalismo salvaje. Con Trump los EEUU están en peligro»
El gran filósofo francés, de origen judío, Alain Finkielkraut, en el año 1986 fundó una revista cuya cabecera llevaba por título Le Messager européen. Duró una década. Sirvió para reforzar el diálogo entre las dos Europas de aquellos años separadas desde el 1945. Hoy afortunadamente la UE es ya casi todo el mapa continental, aunque faltan por integrarse países como, por ejemplo, Serbia que tontea con Rusia peligrosamente. Los Balcanes siguen siendo un problema complejo que Europa debería resolver pronto. Tras la caída del muro, Europa no actuó bien con Rusia a quien debió hacerla partícipe del proyecto europeo de una manera generosa. De todas formas, sabemos que la manera de gobierno de este país, a lo largo de los siglos, ha sido autocrático: zarismo, comunismo y ahora esta mezcla de ambos que es Putin.
Pero no es este el caso de Trump que surge de la ejemplar democracia norteamericana. ¿Qué hubiera dicho Tocqueville? Trump es la degeneración del capitalismo salvaje. Con Trump los EEUU están en peligro. Él se alza como uno de esos emperadores romanos que condujeron al imperio a su destrucción. Se parece mucho. «¡Que arda la democracia, que arda Occidente, que ardan las libertades!», grita con su lira desde el despacho oval rodeado de sénecas y petronios que se olvidan de su destino final. Equiparar, como está haciendo él continuamente, la democracia norteamericana con la Rusia de Putin, Corea del Norte, Bielorrusia, Cuba y otras dictaduras sangrientas es un acto contranatura. Países todos estos a los que, curiosamente, no ha aplicado tasa alguna.
Durante la guerra de los Balcanes, en el Palacio parisino de Chaillot, tuvo lugar un encuentro de intelectuales europeos bajo la denominación de Europa o las tribus. Allí se debatió sobre elegir lo universal o lo particular; sobre el espíritu o la etnia; sobre adherirse a los grandes principios y a una geografía y una historia común o la disgregación y marginalidad; sobre morir por un pequeña patria o comprometerse por Europa sin condiciones. Durante estas últimas décadas se ha visto que Europa, la Europa libre y democrática, puede convivir con sus «diferencias» e historia agitada a lo largo de los siglos. Todos los países que la componen deben sentirse partícipes de un ente superior, como es lógico, que los coordina. Europa va más allá de una geografía y una historia común. Europa representa a la democracia frente a los totalitarismos.
Y ahora más que nunca, dado que los EEUU han caído en manos del totalitarismo tecnológico, de la tiranía impuesta por los empresarios más ricos del mundo, y del capitalismo más inhumano. Defender a Europa es defender la democracia. Y es también obligación de la propia Europa extenderla por el mundo. Por ello, insisto en que no es Europa la que está en peligro, sino sobre todo lo es la democracia. Y uno de los graves problemas a los que nos enfrentamos es a la escasez de políticos que estén a la altura de este tiempo tan grave.
«La democracia no es solo ganar las elecciones (Sánchez ni siquiera las ganó) sino cumplir con la Constitución»
Sabemos que la democracia es frágil porque todo lo bueno y bello lo es. Camus en Reflexiones sobre una democracia sin catecismos, nos decía que «El demócrata es modesto. Confiesa una parte de ignorancia, reconoce en parte el carácter aventurero de su esfuerzo y que todo no le es dado. Y a partir de esa confesión, reconoce que tiene necesidad de consultar a los otros, de completar lo que sabe con lo que saben ellos». ¿Son demócratas Putin o Trump? ¿Es demócrata nuestro presidente del Gobierno? ¿Acaso ha reconocido alguna vez «la necesidad de consultar a los otros»? Parece ser que ahora se ha decidido a hacerlo, cuando el lobo ha entrado en el redil.
La democracia no es solo ganar las elecciones (Sánchez ni siquiera las ganó) sino cumplir con todos los requisitos que emanan de la Constitución. Y, entre ellos, quizás el más importante y fundamental, es esa separación de poderes que Sánchez se dedica a violar constantemente. Prueba de ello son las últimas manifestaciones de la vicepresidenta Montero contra la presunción de inocencia, principio básico de todo Estado de derecho. Por su lado, Trump y Putin (este último a su manera) han ganado las elecciones, pero igualmente no respetan a los demás poderes del Estado.
El gran poeta francés Paul Valéry afirmó que el nacionalismo conducía a la perdición, y lo ejemplificó de la siguiente manera: «Europa está poblada de arcos del triunfo simultáneos cuya suma es nula. Pero la suma de los monumentos a los muertos no lo es». El nacionalismo de Putin nos ha llevado a la guerra y, ahora, el nacionalismo de Trump nos lleva a otro conflicto insospechado. Sí, España está en guerra. Y la frontera de esta guerra no está a miles de kilómetros. La frontera ucraniana es nuestra propia frontera, tanto como la de África.
Comportarse como Sánchez se está comportando con la OTAN, con Zelenski y con nuestros socios europeos nos deja en un pésimo lugar. Hoy Sánchez sería un siniestro personaje dentro de una nueva novela picaresca española. Sabe que ese dinero que inevitablemente hay que poner para la defensa de nuestras democracias, le restará medios para comprar los ignominiosos votos que lo sostienen sin dignidad alguna.