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Pilar Cernuda

La mano negra

«Si Moncloa y PP consiguen votar conjuntamente alguna de las políticas de Estado –difícil, pero no imposible–, Puigdemont se convertiría en un cero a la izquierda»

Opinión
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La mano negra

El ministro de Economía, Comercio y Empresa, Carlos Cuerpo (i), junto al diputado del PP, Juan Bravo (d). | Ilustración de Alejandra Svriz

Las cosas iban bien. Carlos Cuerpo y Juan Bravo se encontraban cómodos negociando, aunque las discrepancias eran importantes. Pero tanto el ministro como el vicesecretario de Economía del PP estaban decididos a avanzar. Los dos eran conscientes de que la inestabilidad política se agravaba con la demencial subida de los aranceles de Trump.

Una catástrofe para el mundo mundial incluido Estados Unidos –los ciudadanos de ese país pasarán factura más pronto que tarde a su presidente–, pero las conversaciones entre Cuerpo y Bravo seguían adelante, aunque los del PP se impacientaban porque el ministro de Economía no es vicepresidente, y por tanto, no podía tomar decisiones que afectaran a otros ministerios, como por ejemplo Economía, o Industria, sectores que se verán muy afectados por los famosos aranceles.

Cuando Cuerpo había aceptado dos de las propuestas del PP, solo dos, pero al menos era algo, se produjo el bombazo. Junts anunciaba que había acordado con el Gobierno que el 25% del dinero que iba a destinar a paliar los efectos arancelarios se destinarían a Cataluña. Desde Moncloa explicaron que no era exactamente así, que el dinero se concedía directamente a las empresas más afectadas por la crisis a través de créditos, avales y fondos europeos, y que el tejido empresarial de Cataluña es muy fuerte. Pero el PP, lógico, rompió la baraja. Se sentía, una vez más, engañado por un Gobierno en el que son habituales las trampas. 

Que fuera Junts quien diera la noticia, no Moncloa, no el Gobierno, hizo pensar a los malpensados –cada vez más numerosos– que Puigdemont estaba moviendo los hilos desde Waterloo. Una mano negra que intenta, como sea, seguir siendo el hombre más cuidado por Pedro Sánchez, el más mimado; que nadie le enfade, que nadie le provoque un cabreo monumental que le lleve a abandonar definitivamente su apoyo al presidente, que perdería entonces los preciosos siete votos que le permiten continuar en el Gobierno. Y si Moncloa y PP consiguen finalmente votar conjuntamente alguna de las llamadas políticas de Estado –harto difícil, pero no imposible–, Puigdemont se convertiría en un cero a la izquierda, porque sus votos ya no serían indispensables. Por eso no es descabellado pensar que esa mano negra reside desde hace varios años en Waterloo.

Al catalán le importa poco que Sánchez siga siendo presidente, de hecho es comentario habitual entre su gente. Lo único que le interesa es la amnistía, que se le aplique la amnistía de una vez y pueda regresar a Cataluña. No para presentarse nuevamente a la Generalitat, cree que hay Illa para rato, sino que su idea es hacerse cargo del partido y fortalecer Junts. No necesariamente para seguir apoyando a Sánchez, eso ya se vería. Pero quiere estar en Cataluña ya, antes de octubre, y para eso necesita ser amnistiado. 

«Las negociaciones con el PP le preocupan a Puigdemont porque si hay acuerdo Sánchez no necesita a Junts para nada»

Sigue minuto a minuto lo que ocurre en el Tribunal Constitucional, donde Pumpido encuentra más reticencias de las que esperaba para empezar a dictar las sentencias sobre la amnistía. Entre ellas la de Puigdemont.  Puigdemont dice a los enviados del Gobierno, sobre todo Zapatero y Santos Cerdán, que él cumple con su apoyo a Sánchez, pero Sánchez no consigue que le apliquen la amnistía. Y si no encuentran una solución a corto plazo, no más allá del verano, que se atenga el Gobierno a las consecuencias. Que sabe todo el mundo cuáles son: se acaba el apoyo parlamentario.

Las negociaciones con el PP le preocupan, porque si hay acuerdo, Sánchez no necesita a Junts para nada. Ni tampoco a los llamados «socios del Gobierno».

En la mesa que presiden Cuerpo y Bravo, no hay más salida que cesiones de las dos partes para aprobar el incremento del presupuesto de Defensa. Sánchez necesita sacarlo como sea, debe cumplir con la OTAN y la UE. En cuanto a Feijóo, le interesa marcar distancias con Vox y, sobre todo, demostrar que en momentos difíciles como los que estamos viviendo apuesta decididamente por políticas de Estado. Puigdemont, por tanto, debe estar de los nervios, y no es descabellado pensar que promovió el anuncio de Junts de nuevo trato de favor a Cataluña, para boicotear las reuniones entre Bravo y Cuerpo.

El anuncio efectivamente fue un revulsivo y el PP, con razón, sacó la artillería. Pero, a pesar de Puigdemont y de las varias manos negras que pululan estos días en el escenario político, Gobierno y PP se sentaron de nuevo en la mesa negociadora.

«Entre esas posibles manos negras se podría incluir a dirigentes de la llamada izquierda de la izquierda»

Entre esas posibles manos negras se podría incluir a dirigentes de la llamada izquierda de la izquierda. Puigdemont está en un ay, pero también Sánchez. Si va dividida, se le hará muy difícil continuar en Moncloa.

Sus peticiones a la cordura para que se una esa izquierda a su izquierda caen en saco roto. Ya se presentó unida a las elecciones anteriores, y en las semanas previas hubo más que tensiones internas, que llegaron al culmen cuando Yolanda Díaz, como líder de Sumar, negó a Irene Montero un lugar en las listas. ¿Cómo es eso de que no hay peor enemigo que aquel que te debe infinitos favores? 

Tras las elecciones, Sumar se quedó en nada. Podemos se fue de aquella amalgama de partidos e Izquierda Unida está prácticamente fuera. Podemos cuenta con gente dispuesta a dar la batalla, al igual que Izquierda Unida. Pero ni uno ni otro quieren saber nada de Yolanda Díaz.

Lagarto, lagarto. Mejor ni mentarla.

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