The Objective
Ricardo Dudda

En busca de la impunidad

«Pedro Sánchez es un presidente de la posdemocracia liberal; es consciente de que la rendición de cuentas ya apenas importa a nadie»

Opinión
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En busca de la impunidad

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz

La tentación de la comparación está siempre ahí. Los periodistas comparamos mucho, a veces demasiado. La comparación a veces sustituye a la explicación: es más rápido ofrecer al lector una referencia familiar que explicar lo que no le resulta familiar. En 2023, la periodista y escritora rusa Masha Gessen escribió un artículo en la revista The New Yorker en el que comparaba la situación de Gaza con la de los guetos de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Fue muy polémico; no es una comparación muy afortunada (¡no todo lo horrible en el mundo es exactamente como los nazis!).

Al año siguiente, en el discurso de aceptación del premio Hannah Arendt de Pensamiento Político, que casi se cancela por su controvertido artículo, habló de las virtudes de la comparación: «¿Por qué comparamos? Comparamos para aprender. Así entendemos el mundo. Un color es un color solo entre otros colores. Una forma es una forma solo en la medida en que se distingue de otras formas. Un sentimiento es un sentimiento solo si hemos experimentado otros sentimientos. Comparando conocemos el mundo».

No sé si me llega a convencer del todo su tesis, pero es interesante. Lo que sí tengo claro es que en una era hiperconectada, no solo a nivel logístico (veremos si los aranceles de Trump permiten que eso siga existiendo) sino cultural, las fronteras entre países son algo poroso. Pensar que las culturas políticas de diferentes países son incomunicables entre sí es muy naíf. Lo que hace Trump o Erdogan, Putin o Xi Jinping no solo tiene un efecto en Estados Unidos, Turquía, Rusia o China. Lo que tiene esta nueva era de autoritarismos es que está permeando en todo el mundo, también en las democracias más sanas. Si lo hace Estados Unidos, ¿por qué no puedo hacerlo yo?, piensa hoy cualquier aspirante a autoritario en Occidente. Por eso comparar a Trump con, digamos, Pedro Sánchez no es algo tan descabellado. 

Cuando los europeístas clásicos hablan de que Europa debería despertar ante la amenaza de Trump, que debería ponerse las pilas en asuntos de defensa, que debería quitarse su sentimiento de complejo, ¿de qué Europa hablan? Pues de una Europa que ya no existe, en la que los socialdemócratas moderados y los conservadores democristianos se repartían el poder «sin molestias». Esa es la Europa que podría haberse plantado frente a Trump. Pero la Europa actual se va pareciendo cada vez más a Le Pen, la AfD, Orbán, Wilders. Sus instituciones no están todavía controladas por ellos, pero en Bruselas son conscientes de que tarde o temprano llegarán al poder. 

«Los fuertes hacen lo que quieren y los débiles sufren lo que deben. Esta es la lógica de los matones»

La presidencia de Trump, por muy contraria que pueda llegar a ser a los intereses de los europeos, incluidos aquellos que más apoyan al presidente estadounidense, está teniendo un efecto muy claro en la cultura política occidental: está convenciendo a los aspirantes a autoritarios, como escribe David Brooks en un artículo en The Atlantic, de que la moralidad es una cosa de pringaos y que lo que realmente importa es la ley del más fuerte. «Los fuertes hacen lo que quieren y los débiles sufren lo que deben. Esta es la lógica de los matones en todas partes. Y si hay una estrategia coherente, es esta: día tras día, la administración estadounidense trabaja para crear un mundo en el que la gente despiadada pueda prosperar. Eso significa destruir cualquier institución o acuerdo que pueda frenar el poder del hombre fuerte. El Estado de derecho, nacional o internacional, limita el poder, por lo que debe ser destruido», escribe Brooks. 

Es, en definitiva, una nueva era de impunidad. Y en ella están jugando también líderes aparentemente moderados, como Pedro Sánchez. Sánchez es un presidente de la posdemocracia liberal; es consciente, y la realidad se lo confirma cada vez más, de que la rendición de cuentas (los contrapesos liberales, las instituciones mediadoras, la prensa independiente, los protocolos y reglas constitucionales) ya apenas importan a nadie. El poder no se explica, se ejerce. Y en eso en concreto, por mucho que a algunos les cueste admitir, no es muy diferente a los populistas autoritarios que contaminan la democracia occidental. 

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