Mario Vargas Llosa: la firmeza de un demócrata
«Mario, en sus 30, percibió la grieta. Vio el fondo. Y se marchó. Prefirió la democracia a la ilusión. La libertad, al espejismo»

Mario Vargas Llosa en Madrid en 1973 | EFE
Los grandes tienen ese antojo de dolernos para que despertemos. Se ha muerto Mario Vargas Llosa, y con él, no sólo una de las voces más tenaces de la literatura y la libertad en nuestra lengua, sino también algo de nuestra emoción literaria. Tuve el honor de conocerle. Le admiré, como millones de personas, por muchas hazañas —su prosa rigurosa, esa manera de organizar la ficción como si dispusiera de planos invisibles, una narrativa que no apoyaba en el azar de su gracia— pero sobre todo por su coherencia. Su coraje cívico. Su elección constante, incluso en la duda joven, de la libertad frente al dogma.
Hay una escena que me marcó, y que vuelve con fuerza ahora. En enero de 1968, Vargas Llosa participó del Congreso Cultural de La Habana. Un evento colmado de intelectuales fascinados por la revolución cubana, «en busca de exotismo e inspiración», como lo narra Laurence Debray en su magnífico libro Hija de revolucionarios. En ese momento, aún se desconocía el destino trágico de miles de opositores, los fusilamientos, la represión sistemática del Escambray o la existencia de más de veinte mil prisioneros políticos. Todo se justificaba en nombre de la resistencia al imperialismo. Pero Mario, en sus 30, percibió la grieta. Vio el fondo. Y se marchó. Prefirió la democracia a la ilusión. La libertad, al espejismo.
Ese gesto lo define. Su vida intelectual no fue un asentamiento, sino una travesía exigente, un movimiento constante hacia el conocimiento. Quiso dominar el terreno que pisaba. Y los que pisaría. No tuvo miedo o pudor de desmontar sus propias convicciones. Aprendía desde cero si hacía falta. No encarnaba la arrogancia del escritor ungido, sino el hambre del muchacho de provincias que aún se asomaba en él con ternura y curiosidad. Lo leímos en su último libro.
Mario amó España con una pasión lúcida. No solo la recorrió y la escribió, sino que se comprometió con sus entrañas -todas-. La defendió cuando hacerlo implicaba incomodidad o rechazo. Supo ser incómodo para quienes hubieran preferido un intelectual más complaciente. No lo fue nunca. Fue libre.
Desde THE OBJECTIVE, medio al que dedicó palabras generosas, queremos rendir homenaje a su vida y legado. Nuestro agradecimiento es también el de una generación de periodistas y lectores que aprendimos de él que la claridad moral es inseparable del pensamiento libre. Nos despedimos con gratitud, admiración y respeto. Y nos unimos al duelo de su familia y amigos, con la conciencia de que su obra —vasta, viva, luminosa— seguirá acompañando a la humanidad.