Podemos, chiringuito vitalicio
«En la euforia del 15-M no sabían lo irrenunciable que es ser parte de la casta política. Pero, ¿alguien cree que van a dejar el escaño para volver a un supermercado?»

Las políticas de Podemos Ione Belarra e Irene Montero. | ilustración de Alejandra Svriz
Con alegría e ilusión se ha celebrado en las prisiones la propuesta de Podemos de que Irene Montero vaya de líder al Congreso de los Diputados cuando sean las próximas elecciones generales. Violadores, acosadores sexuales y pederastas celebran el regreso a la primera fila de la política nacional de su mayor benefactora. Nadie como ella ha acelerado el regreso a la libertad para disfrutar de la violencia sexual. Irene Montero es la política que más ha hecho por ellos. No por ellas, ni por elles. La acción política de Irene Montero se resume en la rebaja de bastante más de mil años de condenas a violadores y agresores sexuales. Ella se siente orgullosa y Podemos, presuntamente feminista y de izquierda, también. Por eso, la proponen para liderar su lista. Ya tienen captado el voto del colectivo de depravados sexuales.
Podemos nació del movimiento social del 15-M del año 2011 que, en modo comuna y entre porros y birras, se vertebró como partido político para, presuntamente, cambiar la forma de hacer política. Todo falso. Un grupo de aprovechados sociales de extrema izquierda dieron el salto a la política para incorporarse a la casta y vivir como aspiraban desde su envidia social. No eran lo mejor de la sociedad. Recordemos que algunos de sus fundadores están siendo investigados por delitos de violencia sexual.
Para asaltar el poder y acceder a la casta hicieron lo mismo que hacen todos los neopartidos. Criticar y cuestionar todas las prácticas políticas partidarias tradicionales y anunciar que ellos las iban a cambiar. Criticaron esa perjudicial práctica que es la perpetuación de los políticos en sus cargos. Por ello, en sus estatutos elaborados en 2014, incorporaron la limitación de mandato. Toda una bandera reivindicativa que convirtieron en un símbolo de la regeneración democrática. Los estatutos podemitas establecieron «La limitación de mandatos a ocho años para todos los cargos públicos y cargos internos del partido, con posibilidad de prorrogarse excepcionalmente a 12 años». Pablo Iglesias se dio cuenta de que lo de la limitación era un error necesario del momento fundacional. Poner aquella limitación fue una cosa de entonces, un momento en el que había que fingir y contentar a los círculos y las asambleas que se creían que iba en serio lo de cambiar la política. Pobres infelices.
En el tercer congreso de Podemos, en el año 2020, fue Pablo Iglesias quien propuso y cambió el documento ético para reformar la limitación añadiendo que «más allá de dicho plazo [los 12 años], la prórroga estará supeditada a consulta a las personas inscritas». O sea, nada. O sea, para toda la vida. Mucha supuesta ética progresista y ninguna realidad. Otros más que pretenden estar en la política más tiempo que Franco.
«Pablo Iglesias es uno de los paradigmas de la falsedad y la incoherencia política. Ha pasado de las barricadas a empresario de medios de comunicación y hostelería»
Fue Irene Montero la que justificó la modificación diciendo que «esta norma no está pensada para Pablo Iglesias, sino para toda una generación de personas que, desde muy temprano, decidieron dar el paso para intentar construir el proyecto». O sea, ella. Es que a ella y sus compañeras, con todo lo que han tragado y aguantado cuando eran jóvenes, les corresponde ser casta política toda la vida.
Irene Montero, que ha llegado donde está por ser la pareja de Pablo Iglesias, se incorporó al Consejo Ciudadano de Podemos en 2014 y a su Ejecutiva en 2015. Las matemáticas son claras. Irene Montero lleva enchufada en el chiringuito 11 años en el Consejo y 10 en la Ejecutiva. Está llegando a la caducidad. No importa. Ione Belarra, actual lideresa de Podemos, ya ha propuesto su lista, sin pedir autorización a «los inscritos», para que Irene Montero repita como consejera y en la Ejecutiva por otro periodo de cuatro años. O sea, que llegaría a estar enchufada en los órganos del partido 15 y 14 años.
Belarra también está al borde de la caducidad, igual que la mayoría de los cargos que se auto mantienen en los puestos de la organización y en los cargos políticos. El secretario de organización Pablo Fernández, el diputado y muchas veces portavoz en el Congreso Javier Sánchez Serna y la diputada Noemí Santana también son consejeros desde 2014. Todos a su vez han ostentado cargos regionales. Suma y sigue.
Es verdad que en la euforia del 15-M no sabían lo increíblemente irrenunciable que es ser casta política. ¿Alguien cree que por compromiso político, motu proprio, cualquiera de estos va a dejar el escaño —nacional o europeo— para volver a un supermercado o a ser voluntaria en SOS racismo o la Cruz Roja?
La interpretación creativa para seguir enchufados es entender que los órganos regionales y cargos no son siempre el mismo y por lo tanto no computan como años de limitación en el mismo puesto. Trampas y engaños para seguir. La continuidad de todos ellos es un fraude político propio de la peor casta ¿Quién se lo va a impedir? ¿Los «inscritos»?
Las «personas inscritas» son esa fórmula de justificación digital en las que se apoya el chiringuito de Podemos. Sirven para todo porque siempre apoyan a su dirección. Son los que respaldan que abandones las camisas de cuadros, cambies Vallecas por la mansión de Galapagar, la falsedad de la limitación de salarios o que a tus compañeras sexuales les caigan los cargos que te apetezcan. Podemos es un chiringuito vitalicio. Toda una falsedad más de los autoproclamados regeneradores de la política. Pablo Iglesias y su entorno se han montado la vida sobre un grupo social que les sigue y les vota. Pocos pero suficientes. Les da igual lo que hagan. Pablo Iglesias es uno de los paradigmas de la falsedad y la incoherencia política. Ha pasado de las barricadas y los escraches como «jarabe democrático» a empresario de medios de comunicación y hostelería. El muy listo ha encontrado a un grupo de fanáticos que por su causa, que no la causa, le financian hasta sus negocios a cambio de mensajes y estampitas. Está claro que hay gente para todo. Gente bienintencionada fácilmente engañable por la neopolítica.
La neopolítica es como las estafas piramidales. Se repiten cada cierto tiempo. Aprovechando el desencanto de la sociedad surgen unos «líderes» que, con soflamas transformadoras y regeneradoras, captan el interés de un grupo social. Ese grupo es el capital con el que los líderes y asimilados se montan un chiringuito, al que llaman y dan apariencia de partido político, del que viven —como jamás se habían imaginado— todo lo que les dure el montaje. Realmente sirven a la vieja política y consolidan el bipartidismo porque siempre frustran una posible necesidad política y una demanda social. Y en esto lo que menos importa es la ideología. Los hubo de centro y hoy los hay de izquierdas y de derechas.