Literatura y libertad: en la muerte de nuestro amigo Mario
«Vargas Llosa tenía un concepto cabal y bien fundado de las exigencias democráticas y de la lucha por la libertad frente a cualquier abuso o manipulación del poder»

El escritor Mari Vargas Llosa, en los años 60.
En abril de 1964 recalé en las oficinas de la Agence France-Presse en París para demandar un puesto de becario como redactor en la sección de América Latina. «Has tenido mucha suerte», me dijo el redactor jefe. «Hace solo unos días un periodista peruano, un tal Vargas Llosa, se despidió porque le dieron un premio en España a su primera novela y ha decidido que en adelante se dedicará solo a la literatura. Te puedes sentar en su silla». Así fue y desde entonces siempre he bromeado con el propio Mario sobre la eventualidad de que se me hubiera pegado algo de él.
Tenía yo 19 años y había devorado ya La ciudad y los perros, mi lectura iniciática en el boom de la literatura latinoamericana. Narré esta anécdota en un artículo publicado en El País con ocasión de su premio Nobel de literatura y en muchas ocasiones en las que el azar y la amistad nos llevaron a actuar juntos en público, fuera en la feria del libro de Madrid, en la Casa de América, o en la FIL de Guadalajara. El libro que Mario se puso de inmediato a fabricar fue La casa verde. No fue uno de los mayores éxitos de su carrera, coronada enseguida por Conversación en La Catedral. A mí, sin embargo, me pareció en su tiempo un ejemplo magistral de carpintería literaria y un homenaje a la belleza del arte en estado prácticamente puro.
No sé si los jóvenes de ahora, los lectores y los escribidores, tienen conciencia del impacto profundo que en la literatura y la política, en la sociedad española en general, causaron los envíos de un buen elenco de autores latinoamericanos, desde García Márquez a Carlos Fuentes, pasando por Cortázar y el propio Mario, y el descubrimiento tardío de maestros como Borges, Asturias o Ernesto Sábato, entre muchos otros. Su influencia fue incluso más profunda que la icónica imagen de Mayo del 68 o las reverberaciones de la revolución cubana.
España estaba saliendo de la mediocridad y el tedio, comenzaba a desarrollarse económicamente, los españoles se relacionaban con el mundo exterior a través de la emigración a Europa, y el turismo acercaba a nuestras playas costumbres de libertad y frágiles sueños de hedonismo sexual. De la América hispana nos llegaba una cultura que sin renunciar al realismo social, con el que nuestros autores pretendían desafiar la miseria acartonada de la España franquista, nos sumergía en el realismo mágico, sin renunciar por eso a la batalla política.
Pero no es tanto de sus libros, en esta ocasión, como de la persona del autor de lo que quiero hablar. Años más tarde de mi juvenil experiencia profesional en Francia, tuve la fortuna de tratar y conocer personalmente a gran parte de los escritores del boom, relación que germinó en estrecha amistad con Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes a la vez que con Mario. Es conocida la anécdota del puñetazo que este le dio a Gabo en México a cuento de una leyenda falsa (como todas las leyendas) sobre su relación con la esposa de Vargas.
«Entre todas sus virtudes profesionales, yo destacaría su enorme generosidad con los noveles en la escritura de la ficción»
Eso enturbió sus relaciones de por vida, pero en ningún caso su admiración mutua. Cuando se publicó La fiesta del Chivo, en un encuentro que tuve con Fuentes y García Márquez en la Feria de Guadalajara, le pregunté a este último si había leído el libro. Afirmó con la cabeza e insistí en averiguar qué opinaba al respecto. Hizo entonces un amplio elogio de la obra y vino a decir algo así como que incluso podría haberla firmado él. La protesta airada de su mujer Mercedes puso fin a un incipiente diálogo sobre el tema.
Vargas Llosa fue un trabajador incansable en su tarea. Minucioso hasta el extremo, buceador de datos y de cifras sobre cualquier cosa sobre la que escribiera, obsesionado por ser fiel a la realidad antes de ponerse a transformarla inmediatamente después, nunca abandonó del todo el periodismo en el que se había formado tempranamente. Pero entre todas sus virtudes profesionales, yo destacaría su enorme generosidad con los noveles en la escritura de la ficción, y con los no tan principiantes incluso. También su asiduidad a las reuniones de la Real Academia Española. De ello puedo dar fe porque yo mismo leí mi discurso de ingreso apenas un año después que él y durante casi dos décadas tuve el honor y el privilegio de ocupar el sillón contiguo al suyo, lo que me permitió en muchas ocasiones intercambiar opiniones y algunos chistes sobre las cosas de la vida, incluidas las nuestras.
En los plenos era siempre muy activo a la hora de discutir definiciones, sobre todo en lo que se refería a los enunciados de la política. Tenía un concepto cabal y bien fundado de las exigencias democráticas y de la lucha por la libertad frente a cualquier abuso o manipulación del poder. Era un liberal de los que por desgracia apenas quedan. Aunque sin expresarlo abiertamente, el ministerio de la incultura que comanda nuestro actual presidente del Gobierno le incluía a todas luces en esa fachosfera en la que pretenden sepultar a todos los que hicieron posible la transición democrática española.
O sea, a todos los que piensan que lo mismo que se jodió el Perú se puede joder nuestro país sin que estemos seguros de saber cuándo sucederá, o si ya habrá sucedido. Pero estos elogios oficiales emanados de la corrección política no logran compensar el desprecio manifiesto a sus enseñanzas y a la defensa de una España cabal, de una Europa y una América española cabales, que él siempre defendió con agudeza y perseverancia magistrales.
Este mes de noviembre, la RAE y el Instituto Cervantes organizarán, junto con la Academia peruana, el Congreso Mundial de la lengua española en Arequipa, ciudad natal de Vargas Llosa. Fue él mismo quien insistió en que se celebrara allí el evento al que por desgracia no podrá asistir y por el que tanto porfió. Echaremos de menos su presencia, perdurable, sin embargo, no solo en nuestra memoria, sino en la obra impresionante que ha legado. Mario es autor de la novela total, como Flaubert, Victor Hugo o Faulkner, cuya senda él continuó.
Un defensor de la hispanidad, de nuestra lengua y un enamorado de las palabras que comienzan con L, la letra de su sillón académico. Era también, para su satisfacción, la inicial de las palabras que él mismo escogió en un comentario sobre su personal mayúscula: ‘libertad’ y ‘legalidad‘. «Sin ellas, o con sólo una de ellas, la perspectiva de un retorno a la barbarie aparece indefectiblemente en el horizonte». Pero también ‘literatura’, porque la lectura misma «nos arrebata a la cronología, y nos retrocede al pasado o catapulta hacia el futuro. De donde resulta que la literatura y la libertad tienen un irrompible vínculo secreto». Mario Vargas Llosa dixit.