The Objective
Antonio Elorza

El retorno del Jedi   

«En Pablo Iglesias se ha confundido siempre su innegable calidad como demagogo con una capacidad teórica basada en falsas evidencias, útil solo para la movilización»

Opinión
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El retorno del Jedi   

Ilustración de Alejandra Svriz.

Los regímenes autoritarios, en sus distintas variantes, suelen hacer la vida difícil a la oposición democrática. Si admitimos que la democracia es un sistema político donde se establece un procedimiento para que sea la mayoría quien adopta las decisiones, con lo cual el papel de la oposición consiste en hacerse mayoritaria, hemos también de reconocer que el papel del gobierno autoritario consiste precisamente en evitar que llegue esa alternativa. Lo tenemos bien claro en España.

Entonces la oposición democrática se ve empujada a un callejón sin salida. Si acepta las reglas de un juego que su oponente, teniendo el Gobierno, no respeta, se ve condenada a la impotencia, porque acepta una partida donde su derrota está asegurada de antemano. De oponerse frontalmente, como la democracia formal ha sido mantenida, se autoexcluye del sistema que reivindica como propio. La banca que organiza el juego se asegura así ganarlo y de paso la descalificación del adversario. Es lo que llamaríamos una paradoja pragmática, la construcción de una pinza en la que de un modo u otro atrapas a ese adversario político, visto como enemigo.

El fenómeno es apreciable en todas las que llamaríamos “nuevas dictaduras”, construidas mediante el vaciado desde el interior de regímenes democráticos. El tránsito autoritario ha sido ya asegurado en Georgia, con el antes inocuo partido Sueño de Georgia, pro-ruso, obteniendo el monopolio de poder y el rechazo a la UE, a partir de una estrategia de prohibiciones, anunciada ya por Orbán en Hungría. En la Turquía de Erdogan, el paso dado ha sido más rotundo, encarcelando y procesando al líder de la oposición anunciado como favorito en las elecciones presidenciales futuras. El partido demócrata kurdo se encuentra ya hace años como objeto de caza y captura para el gobierno y jueces. Ahora le toca al CHP, el Partido Republicano, heredero de Mustafá Kemal, el Padre de la Patria.

En España, la situación es mucho menos grave, por cuanto está ausente el factor persecución, pero resulta clara en cambio la voluntad de perpetuar la impotencia política de la oposición constitucional, ejercida por el PP, colocada una y otra vez ante el dilema de actuar como partido de Estado y de sufrir la trampa de que el Gobierno prefiere la alianza pagada con Junts, siempre ganador en su práctica del racket político. Aparece entonces como un fantoche siempre engañado, y Vox se encarga de recordárselo.

Lo sucedido con la aproximación y los tratos para acordar una posición conjunta frente a los aranceles de Trump, es la última muestra de esa táctica de Sánchez donde el PP es siempre el perdedor. Le faltó tiempo a Junts para proclamar quien va a sacar el máximo beneficio del fondo gubernamental. Nada ha cambiado desde la aportación decisiva a la reforma del “sí es sí”, no solo nunca reconocida, sino transformada de inmediato en agresión.

“La visita de Sánchez a China vuelve a plantear incógnitas aún no despejadas desde el viraje promarroquí sobre el Sahara”

Cuando ahora la política exterior plantea un jaque al rey desde Washington, a Europa y por supuesto a España, sería la ocasión de rectificar, pero nada es menos seguro. El prólogo ha sido la llamada desde la UE a responder colectivamente a la amenaza de Rusia, cuando Trump deserta. Aprovechando la explosión de “pacifismo” de izquierdistas y soberanistas, Sánchez se ha instalado en el doble lenguaje, de prometer solidaridad, aprovechando para ello la disposición del PP, y esquivar al máximo el requerimiento de la UE. Y al día siguiente, de acuerdo con su método, sale la cortina de humo, el tema de recambio, esa vivienda para los pobres que saca periódicamente de su sombrero mirando a la opinión pública. A continuación, los aranceles de Trump permiten asegurar la cuadratura del círculo: la exigencia de unidad, una vez más dosificada de acuerdo con los intereses de Sánchez, léase la imposición de sus objetivos bajo una superficie de consenso.

Ahora bien, ¿cuáles son esos objetivos? La visita de Pedro Sánchez a China vuelve a plantear incógnitas aun no despejadas desde el viraje pro-marroquí sobre el Sahara y el maldito embrollo de Venezuela. ¿Por qué se produjo la rendición ante los planteamientos marroquíes de manera tan humillante y sin compensación alguna en la comunicación con Ceuta y Melilla? En Venezuela, farsa con Maduro como beneficiario a costa de la democracia, ¿qué diablos de intereses nacionales de España corresponden a las rotundas tomas de posición -lo fue el voto forzoso de eurodiputados socialistas en Bruselas- a favor del dictador de Caracas? ¿Nos regala el petróleo o hay quien gana si se lo compramos? Y hoy no resulta fácil explicar que Sánchez adopte la posición de llanero solitario, emprendiendo por su cuenta tratos a fondo con China, en plena guerra comercial entre Trump y Xi, y cuando la UE ha definido razonablemente una táctica de negociaciones desde la unidad.

Además, esto no es nuevo: en un anterior viaje a Pekín ya se apartó Pedro Sánchez abiertamente de una exigencia de aranceles de la UE para contrarrestar el dumping practicado por China con sus coches eléctricos, nada menos que en sus palabras impresionado por la visita a una fábrica en el país de Mao y de Confucio. La propaganda facilona es lo suyo. Ahora anuncia grandes ventajas para los exportadores de jamones, obtenidas con su visita. Alguno de estos lo celebra en la tele amiga, y asunto resuelto: Sánchez es un hada benéfica para los intereses españoles.

De ello se deducen dos consideraciones. La primera, y más inmediata, que si Pedro Sánchez ha hecho del engaño una clave de su actuación política, de cara a sus ciudadanos, no debiera existir alguno para suponer que el mismo destino espera a sus aliados en la UE. Mientras estos intentan negociar para todos unitariamente con Trump, tal vez él juega para sí mismo, sin importarle la factura a pagar por sus socios. (Confiemos en que no sea así). La segunda es que si en asuntos interiores, la pleamar de la corrupción ha alcanzado ya a su círculo inmediato, tampoco debiera extrañar que estuviera afectando a una actuación política tan personalista y cargada de contradicciones. La presencia activa de Zapatero, tanto en Venezuela como en China, abona la desconfianza.

“La ejecutoria de Mazón se ha convertido en el principal obstáculo para que los populares lleguen a la Moncloa”

La opacidad absoluta, practicada por Sánchez también en este terreno, es un factor más para hacer sumamente difícil el papel de una oposición constitucional. No puede ver con malos ojos que el gobierno toque distintas teclas económicas por proteger al país en una situación tan grave, pero a la vista solo tiene su auto-propaganda y los indicios que el viaje puede resultar contraproducente para la UE. El PP es siempre prisionero de la ruleta trucada que para el “hagan juego” le ofrece Sánchez, quien solo espera la ocasión para convertir las dificultades o los fracasos en bazas para desprestigiar a los conservadores. Con tantos más riesgos ahora que se ve obligado a priorizar el interés nacional. Y Feijóo y sus portavoces siempre adolecen entonces de rigidez y ausencia de pedagogía para ir más allá del rechazo a la cascada de acusaciones que se les caen encima. Acusa mil veces y fabricarás un culpable.

No es, sin embargo, esta pobreza en respuestas y argumentos lo peor para las expectativas del PP. Más grave es que a partir de la dana, la ejecutoria de Mazón se ha convertido en el principal obstáculo para que los populares lleguen a la Moncloa. Solo desde una concepción patrimonial del ejercicio del poder, heredera de los tiempos de oligarquía y caciquismo, cabe explicar que el presidente valenciano siga en su puesto después de lo ocurrido en aquella tarde del 29 de octubre. Y no solo por su radical ineficacia. Si el PP es incapaz de resolver algo tan grave y tan claro, ¿cómo puede aspirar a gobernar?

Como última consecuencia, nada tiene de extraño que una vez más, la disyunción entre los actos de quienes protagonizan nuestra democracia representativa y los intereses colectivos, impulse otro protagonismo, el de las fuerzas antisistema. En este caso, se trata de una resurrección inesperada hasta hace poco, la de Podemos, en apariencia enterrado desde las pasadas elecciones. Ahora vuelve, con Irene Montero de mascarón de proa, Ione Belarra en máquinas, y de modo inevitable, con Pablo Iglesias para fijar el rumbo. No es el único caso de remake exitoso de La noche de los muertos vivientes en la política española. Ahí tenemos al PCE paleocomunista de Enrique Santiago en el Gobierno.

El papel que piensa jugar Podemos, según las palabras de Iglesias en su V Asamblea, es más activo. Toca ante todo consumar la demolición de Sumar, y personalmente de Yolanda, apéndice de Sánchez, para impulsar como en 2014 un movimiento de ruptura que capitalice el malestar social, fruto de la previsible crisis. Si el ensayo tiene éxito, luego vendrá la orientación para capitalizar sus resultados, de ser positivos. Su líder es maximalista en los juicios y oportunista en la acción. Preferiría acabar con Sánchez, “el Señor de la Guerra”, pero sabe que eso no resulta posible: le bastaría con recuperar la presencia perdida y esperar.

“El comunismo de Pablo Iglesias ni siquiera tiene una vertiente utópica, sino un contenido primitivo y totalitario”

Así que Pablo Iglesias no nos lleva al escenario complejo de Juego de tronos, sino a algo más simplón, y de blanco contra negro. Es al retorno del Jedi en Star Wars, la vuelta a la lucha contra el Imperio del monje guerrero, para salvar a la Alianza Rebelde, con su espada de luz. Solo que si atendemos a sus palabras en la Asamblea, la escena es patética. Cargar contra el Mal es lo más fácil. Resulta siempre muy socorrido para su descripción: es la extrema derecha, el fascismo, Trump, y si quiere también Pedro Sánchez, convertido según hemos visto en “el Señor de la Guerra”. Lo asombroso es que a estas alturas la designación del Bien tiene un nombre: el Comunismo. Y un político a imitar: Lenin.

El comunismo de Pablo Iglesias ni siquiera tiene una vertiente utópica, la finalidad de emancipar a la humanidad, sino un contenido primitivo y totalitario, de construcción de un Estado omnipotente –”Estado, Estado, Estado”- que defienda a los pobres y aplaste a los ricos, a los burgueses.

El hombre nos recomienda el regreso a un poder de tipo soviético, sin detenerse naturalmente en examinar el engendro, desde un maniqueísmo provisto de un atractivo envoltorio, en sus declamaciones contra el Mal, pero más viejo como proyecto que las ideas de Andropov o Suslov, o mirando al comunismo español, de Ignacio Gallego, Julio Anguita o Enrique Santiago. Y va a parar lógicamente a tomar posición al lado de Putin y de la agresión a Ucrania, esgrimiendo el mismo pacifismo al-servicio-de-la-guerra que acuñara Stalin.

En el fondo, con su “OTAN no” o “bases fuera”, propuestas en la V Asamblea de Podemos, Pablo Iglesias resulta el perfecto representante de un izquierdismo anacrónico. Ahora bien, cabe advertir que ese regreso, del personaje y de sus ideas, con toda su capacidad contaminante, destructiva en tiempo de crisis, ha sido fruto de una estrategia política con la cual Pedro Sánchez enfeudó nuestra socialdemocracia a las fuerzas separatistas y antisistema, mirando solo a consolidar su poder personal. “Cada cual es medido con la vara que ha utilizado”, advertía Sebastián Brant en La nave de los necios.

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