The Objective
Ricardo Cayuela Gally

La resurrección histórica de Jesús de Nazaret

«Un viaje intelectual así es impensable dentro del islam, donde la búsqueda del Mahoma histórico es una profanación que se castiga con la muerte»

Opinión
La resurrección histórica de Jesús de Nazaret

Jesús de Nazaret cargando con la cruz. | Wikimedia Commons

Uno de los efectos de la secularización de Occidente, según la filósofa húngara Ágnes Heller, es la «resurrección» del Jesús histórico. Ernest Renan no fue el primero, pero su libro Vida de Jesús, de mediados del XIX, abrió el estudio de Cristo para los historiadores, hasta entonces campo reservado de los teólogos. Estos estudios parten de establecer una división entre el ser humano llamado Jesús de Nazaret, que vivió en la Judea bajo dominio romano en el siglo I y Jesucristo, el hijo de Dios encarnado, la figura religiosa más relevante de la historia y en la que cree más de un tercio de la humanidad. 

Los problemas epistemológicos de estos estudios laicos sobre materia divina son casi insuperables. El primero es que las fuentes históricas no religiosas de la vida de Jesús son escasas y en ellas Jesús apenas es mencionado. Este es el caso de los historiadores romanos Tácito y Suetonio, pero también del historiador judío romanizado Flavio Josefo. Si el peso histórico de Jesús dependiera de estas fuentes, sería tan solo una nota a pie de página. Pero con una gran virtud: confirman su existencia histórica; hecho que avala, para los creyentes, al Cristo religioso. Otro sería el caso, ciertamente, si se conservaran los escritos de Celso y su alegato contra el cristianismo, pero desafortunadamente sólo perduran las citas de Celso que utilizó Orígenes para su refutación. 

Así pues, los trabajos de estos historiadores deben basarse en las fuentes que narran la vida de Jesús desde el punto de vista religioso, y ahí la separación de las hebras entre historia y mito es mucho más difícil, casi misión imposible. Son textos que fijan por escrito una rica tradición oral que atravesó todo el Mediterráneo en los primeros siglos de nuestra era contando la Buena Nueva. Para lograrlo, eso sí, parten de un corpus mucho más amplio que el canónico. Es decir, no se limitan a los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento, los únicos con valor doctrinal, sino que estudian también los «evangelios apócrifos», los textos que también narran la vida de Jesucristo, coetáneos de los Evangelios bíblicos, pero que, por diversas razones doctrinales, no lograron entrar al Nuevo Testamento, que nace de los sucesivos concilios de Nicea, Laodicea y Cartago, como textos únicos y verdad ya incontrovertible para los cristianos. También, por supuesto, disponen de las epístolas de San Pablo, el Apocalipsis de San Juan y del libro Hechos de los Apóstoles.

Para entender este corpus ayudan mucho a los estudiosos los Rollos del Mar Muerto, descubiertos en 1947. Se trata de los papiros que conservaba una pequeña comunidad de esenios, exiliados cerca de Qumrán, tras la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén, en el año 70, por el general romano Tito a las órdenes de su padre el Vespasiano. Estos textos demuestran que, en aquella época, no había todavía distingos entre los textos bíblicos del Nuevo Testamentos y los demás textos de la tradición judía. Su utilidad es también textual. Los Rollos del Mar Muerto son versiones distintas, más antiguas, y por lo tanto presumiblemente más fieles, de los textos canónicos, sin las adiciones ni los retoques elaborados desde la doctrina cristiana a lo largo de la historia.

«No ha habido en toda la historia una figura cuyo tránsito por la vida haya sido tan ejemplar como la de Jesús de Nazaret»

Los estudiosos en esta materia saben hebreo, arameo, latín y griego antiguo, las lenguas en que transcurre la vida de Jesús y en las que se cuenta su legado. Y son expertos en los cambios doctrinales, por mínimos que sean, entre las distintas religiones cristianas, ortodoxos, católicos y protestantes, así como en las primeras herejías, como el arrianismo. Estamos ante grandes eruditos que han dedicado su vida a este tema apasionante, así que mi aproximación es inevitablemente superficial, tan solo la de un lector interesado.

Por otra parte, y una vez más en defensa de Occidente, hay que decir que por más difícil que haya sido para alguno de ellos publicar o difundir sus conclusiones –el propio Renan fue expulsado del Colegio de Francia–, un viaje intelectual de esta magnitud es impensable dentro del islam, donde la búsqueda del Mahoma histórico es una profanación que se castiga con la muerte. 

Las fuentes históricas no religiosas no sirven, por escasas, para reconstruir la vida de Jesús, pero sí el contexto en que ella se da, las distintas ramas judías (publicanos, fariseos, saduceos, zelotes, samaritanos…) y la peculiar relación de cada una de ellas con el dominio romano. También estudian el sistema legal que regía esas vidas, con los delitos castigados por las autoridades religiosas judías, asentadas en Jerusalén y regidas por el sanedrín, y los delitos castigados por las autoridades romanas, bajo el control de un gobernador o procurador, nombrado por Roma, para la provincia de Judea, y con capital en el puerto de Cesárea Augusta. Caifás o Poncio Pilatos.

Una de las fórmulas que han logrado estos estudiosos es darle mayor verosimilitud histórica a cualquier hecho de la vida de Jesús que tenga más de una fuente independiente entre sí, siguiendo en cierta medida un método de aproximación periodístico. El otro recurso es el método de la discrepancia. Es decir, asumen como más probable, con mayor peso histórico, aquellos hechos y dichos que narran los libros religiosos de Jesús que no se ajusten a una lectura religiosa estricta de los valores cristianos. Por ejemplo, cuando a punto de ser detenido, tras la traición de Judas, Jesús le pide a Pedro y sus discípulos que guarden sus espadas. Esto significaría, dado que unos apóstoles armados estarían en disonancia cognitiva con los valores cristianos, que lo más probable es que entonces sí fueran armados. 

Las conclusiones a las que se pueden llegar es que Jesús nació y murió como un judío, lo que incluye la circuncisión, celebrar la Pascua con pan sin levadura y respetar los Diez Mandamientos de Moisés. Que sus enseñanzas estaban dirigidas al pueblo judío, que nunca faltó a la ley judía y que murió enterrado en el ritual judío tras ser sentenciado como rebelde a leyes de Roma y por lo tanto crucificado, como morían en Judea exclusivamente los condenados por el poder imperial. Esta verdad histórica, y, por lo tanto, la falsa acusación de deicidio, fue recogida por fin por la Iglesia católica en el Concilio Vaticano II y la declaración Nostra Aetate.

El Jesús histórico, que nunca se nombra Hijo de Dios sino Hijo del Hombre, una fórmula judía para los profetas, creía que el fin de los tiempos era inminente, de ahí que se le califique de apocalíptico, y cuyas enseñanzas, dirigidas a todo su pueblo, se concentraban en los marginales, los pecadores y los desposeídos. Estas fueron las enseñanzas que recibió de San Juan Bautista y el significado de su bautizo. El cristianismo es producto de la fe en la Resurrección. Y es un arduo entramado doctrinal que parte de los Apóstoles y de las epístolas de Saulo de Tarso, muchas veces en disputa con Pedro, con la decisión de abrir las enseñanzas del Jesús judío a los gentiles. La primera piedra de este proceso, que incluye a los padres fundadores de la Iglesia, como San Agustín o Santo Tomas de Aquino, es contada de manera clara en los Hechos de los Apóstoles, incluido el debate sobre el fin de la circuncisión, testimonio de la alianza exclusiva entre el pueblo judío y Jehová.

Las conclusiones históricas de Jesús no afectan a la doctrina cristiana, que se sostiene en otra esfera, pero sí deberían modificar el arraigado antisemitismo de carácter religioso que todavía permea en muchos cristianos de buena fe. Dios escogió para hacerse carne a un judío y todos los fundadores del cristianismo, de los apóstoles a los evangelistas, con la excepción de Lucas, fueron judíos. Quien lo entendió profundamente, además de Juan XXIII, fue Juan Pablo II, no en balde un papa polaco, testigo impotente de la Shoah de joven y que, ya Vicario de Cristo, en 1979, visitó Auschwitz.

Lo más relevante para mí, nacido en una familia no religiosa, sin bautizar, y tristemente deshabitado del milagro de la fe, es que cada vez que leo algo sobre Jesús, ya sea el personaje histórico, ya sea el líder religioso, incluidos los Evangelios, que procuro releer en Semana Santa, es que no ha habido en toda la historia una figura cuyo tránsito por la vida haya sido tan ejemplar (y cuyos testimonios sean tan emocionantes) como la de Jesús de Nazaret.

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