The Objective
Anna Grau

A la diestra de Dios, ¿a la izquierda del Papa?

“Francisco ha sido un Papa con más carisma fuera de la Iglesia que dentro. Como si resultara más creíble para reivindicar ciertas cosas que la curia progre al uso”

Opinión
A la diestra de Dios, ¿a la izquierda del Papa?

Ilustración de Alejandra Svriz

Es enormemente interesante, desde todos los puntos de vista, la conmoción mundial causada por la muerte del Papa Francisco. Me pregunto cómo la estarán digiriendo todos los adeptos de otras religiones. O los apóstoles del laicismo. Parece ser que la fe sigue moviendo montañas varios siglos después de la Ilustración.

Mucho antes de que se inventara la política moderna, o de que lo político estuviera al alcance del común de las gentes, la religión nos vertebraba y organizaba, para bien y para mal. Lo sigue haciendo más de lo que parece. Muchos preceptos religiosos, a poco que los mires al trasluz, apenas velan imperativos sociales y/o sanitarios. Desde la prohibición del adulterio hasta la criminalización de la homosexualidad -el objetivo demográfico era obvio-, hasta los ayunos anuales (los hípsters actuales prefieren llamarlo cleansing), pasando por ponerle trabas al consumo de alcohol, de cerdo o de marisco -no había frigoríficos cuando se escribieron la Biblia, el Corán o la Torah-, o algo tan simple como no mezclar carne y lácteos en una misma ingesta (cualquier nutricionista te dirá lo mismo).

De todos los grandes credos, el cristianismo es el que ha aguantado mejor el tirón secular, y, dentro del cristianismo, la Iglesia católica se yergue todavía como un formidable motor de la Historia. Impresionante la autoridad moral que conservan el Vaticano y el Papa en un momento en que cada vez más gente cuestiona, pongamos por caso, la monarquía. O la mismísima democracia. Tener un Papa jesuita y sobre todo argentino ya fue la bomba, en un momento en que el catolicismo, incubado en Europa, es en América y en África donde con más brío refulge actualmente. Donde la religión todavía mantiene más viva su condición de pasaporte identitario, de salvoconducto, de una manera de ser y de estar en el mundo. Dios antes que el Rey… o que Trump, ya puestos.

Francisco ha sido un papa tan adorado como odiado. Curiosamente a veces tienes la impresión de que atesora más lovers fuera de la Iglesia -y más haters dentro de ella-, que ha sido un pontífice casi con más carisma externo que interno. He conocido católicos, literales o culturales, que no lo podían ni ver -como Fernando Sánchez Dragó, de lo que doy cumplida cuenta en mi memoria En la boca del dragón (La Esfera de los Libros)…- y no creyentes que elogiaban y elogian en este Papa un altísimo símbolo y ejemplo social.

Por momentos podías llegar a pensar que con este Papa “tan de izquierdas”, quizás ya no hacía falta la izquierda propiamente dicha. Es como si Francisco resultara más creíble y convincente para reivindicar ciertas cosas que la curia progre al uso. Tiene gracia esto porque ni con la mejor voluntad se puede calificar a la Iglesia católica de avanzadilla en términos de igualdad de la mujer, de democracia interna en la elección de sus jerarcas o, por no dejarnos ningún tema incómodo en el tintero, en una visión simplemente ecuánime de lo que ocurre en Oriente Próximo.

“Francisco ha abierto brecha en muchos corazones heridos y descontentos de una sociedad cada vez más deshumanizada”

Matizado esto, es un hecho incontestable que Francisco ha abierto brecha en muchos corazones heridos y descontentos de una sociedad cada vez más deshumanizada, roída por el desencanto y la desigualdad. Conceptos como la misericordia, que parecía algo pasado de moda, vienen a ocupar el vacío, el inmenso vacío, dejado por muchas utopías políticas caídas, muchas promesas rotas en pedazos. No es sólo el Tercer Mundo en apuros el que busca consuelo en la fe.

Es sobre todo en el Primero donde más se echa en falta ese empuje esperanzador que, si en un momento dado pareció depender de romper las cadenas del oscurantismo, ahora nos hace huir como cucarachas espantadas del fogonazo de la modernidad. Matamos a Dios, o lo dimos por amortizado, pensando que ya éramos mayorcitos para tomar las riendas de nuestro espíritu. Para acabar descubriendo que lo humano puede dar pavor, mucho más pavor que lo divino.

Arriesgando en la comparación, de lo que soy consciente, diría que con la religión pasa lo mismo que con la IA: el peligro no es que domine el mundo, sino por qué y para qué. Si los hombres (y las mujeres, no me olvido, no…) no son mejores que los robots ni que los dioses, a lo mejor se impone una cura de humildad. Y de fe. ¿Y si el funeral de un Papa fuera la gran aventura colectiva de nuestro tiempo?

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