El Papa que atrajo a la izquierda
“Bergoglio centró la tarea pastoral en la caridad a los desfavorecidos y olvidados, y en eliminar los prejuicios de la izquierda hacia la Iglesia. Ese es su legado”

Ilustración de Alejandra Svriz
Juan Pablo II fue el Papa de la libertad, Benedicto XVI el de la sabiduría y humildad, y Francisco ha sido el de la cuestión social. No ha habido ruptura entre ellos, sino una continuidad adaptada a las necesidades de los tiempos. Jorge Bergoglio centró la tarea pastoral en la caridad a los desfavorecidos y olvidados, y en eliminar los prejuicios de la izquierda hacia la Iglesia. Consideró que la falsa imagen de ser una organización al servicio de la derecha perjudicaba la labor social de la Iglesia. Pensó que con gestos a la izquierda se ganaría a la opinión progresista y cambiaría esa imagen, lo que facilitaría la labor social, que era su verdadero objetivo.
Creo que ese es el legado de Francisco. Siguió la senda de León XIII a finales del siglo XIX, que inauguró la doctrina social centrada en los pobres y los trabajadores. Para eso aquel Papa tomó el lenguaje de la izquierda sin perder la tradición, siempre con el ánimo de volcarse al exterior. Ese mismo era el proyecto de Bergoglio cuando afirmó: “Quiero que la Iglesia salga a la calle”. Y esa salida era para creyentes o no, porque, como dijo en Lisboa, en la tarea del cristiano “cabemos todos”.
La expresión “todos” suponía trascender el ámbito europeo para mirar fuera, lo que se encarnó en nombramientos de cardenales y obispos de otras latitudes. También ese “todos” se traducía en cambiar una clásica enemistad en amistad. Su propósito fue conciliar a los hijos de la Revolución Francesa con los hijos de la Iglesia. Se propuso demostrar al progresismo que la fe en Cristo y su Iglesia no son el enemigo. De esta manera, Bergoglio quiso acercar la institución al izquierdismo con dos objetivos. Uno fue quitar prejuicios de sus eternos contrarios, y otro ganar a los progresistas como aliados en la lucha de la Iglesia contra la pobreza.
En el desempeño de este propósito, el papa Francisco quizá no tuvo tiempo suficiente o no pudo encontrar el equilibrio para ganarse a la izquierda sin perder a cierta parte de la derecha. Seguramente fue consciente de este desajuste que le valió la crítica del catolicismo conservador. También es posible que estuviera dispuesto a pagar ese coste a cambio de que los progresistas eliminaran sus prejuicios sobre la Iglesia y la vieran como una institución para los pobres, no para defender a los poderosos.
Así, mientras su discurso social conseguía un aplauso mayoritario, acorde con la doctrina de la Iglesia, sus declaraciones políticas generaron cierto malestar en una parte de los fieles. No hubo oposición a su labor pastoral, pero sí abundantes críticas a sus preferencias políticas. No obstante, esta discrepancia ha sido una constante en la historia de los papas, y no debe ser lo que quede de sus 12 años de pontificado.
“Su propósito era ganarse a la izquierda, que controla los medios, la educación y la cultura, para avanzar en la labor social”
Ya ocurrió con Juan XXIII, que cambió la Iglesia para siempre con el Concilio Vaticano II en 1962 con la promoción de la paz y la justicia social, la apertura de la curia a cardenales no europeos, y el empeño en “salir a la calle”. También entonces los sectores tradicionales criticaron al Papa por esa apertura a “los otros” y el diálogo, por ejemplo, con el mayor representante del ateísmo mundial, el soviético Nikita Kruschev. Juan XXIII lo hizo, al igual que Bergoglio, en un momento en el que reformar la Iglesia era imprescindible para seguir con el apostolado y llevar el mensaje cristiano a cada esquina del planeta, especialmente allí donde había necesitados.
Francisco se ganó a los izquierdistas con el mero debate sobre los temas que querían discutir, eso sí, sin claudicar en ninguno. Esto le ganó la fama de dialogante y abierto al progresismo, aunque no cedió porque entendió que debía ser fiel a la trayectoria de la Iglesia. Su propósito era ganarse a la izquierda, que controla los medios, la educación y la cultura, para avanzar en la labor social. De hecho, no cambió la doctrina en cuestiones como el aborto, la eutanasia, el celibato o la ordenación de mujeres, pero ha conseguido los elogios de políticos, productores culturales y periodistas de izquierdas.
Con la muerte del papa Francisco se ha ido un cristiano que, pese a gestos políticos que disgustaron a algunos, dirigió su vida a mejorar la de los demás. Entendió que con sus obras y entrega la Iglesia es un instrumento para corregir las penurias y las injusticias, para orientarnos ante la incertidumbre, y comprender la presunta ausencia de Dios en las desgracias. Lo hizo con la conciencia del pecador, del hombre que sabe que comete errores, y lo realizó con “alegría”, como dijo al inicio de su pontificado.