The Objective
Ignacio Vidal-Folch

El Papa y el sexo

«Es natural que lleven mal la castidad, porque si la sexualidad es algo natural, renunciar voluntariamente a ella es un acto `contra natura`»

Opinión
El Papa y el sexo

Un sacerdote de espaldas. | Ilustración de Alejandra Svriz

El domingo pasado, víspera de la muerte del papa Francisco, en una freguesia de Vila Verde, al norte de Portugal, asistí a misa, cosa que no tengo por costumbre, salvo cuando me toca un funeral. Es la misa un ritual bien organizado, pulido durante siglos, y de gran utilidad consoladora para la Grey, salvo acaso por los sermones sobre el amor de Dios (amor que, por cierto, brilla por su discreción) que suele endilgar el oficiante. En portugués, aún me suenan más untuosos y melifluos. 

Sucedió que viendo abierto el portón de la bonita iglesia, y sabiendo que alberga un retablo interesante, entré a echar una mirada, estaban dentro todos mis queridos vecinos, pensé que si me escurría les hacía un feo, y me quedé, por respeto. 

Hice lo correcto, como siempre, salvo a veces cuando escribo. 

Durante la ceremonia o el misterio me estuve acordando de mi difunto tío jesuita, que a efectos prácticos fue un santo y como tal murió, después de sembrar todo el bien que pudo. Y recordé en especial una conversación de hace treinta años en la que, con los circunloquios propios de la ocasión le pregunté si no le parecía que la Iglesia debería suprimir la exigencia a los sacerdotes del voto de castidad y el celibato. 

–¡Pues claro! –me respondió al instante, encogiéndose de hombros. Y a renglón seguido cambiamos de tema. Hablamos de pesca, le gustaba sentarse con una caña de pescar a la orilla de un río y pasarse así horas. 

De aquel “¡pues claro!” tan rotundo deduje que muchos sacerdotes deben de pensar como él, pero si no les preguntan lo callan, y que a muchos les atormenta el voto de castidad. Y es natural que lo lleven mal, porque si la sexualidad es algo precisamente natural, renunciar voluntariamente a ella es un acto contra natura. 

Cierto que en estricta lógica esto no la descalifica, pues la naturaleza resulta ser una madrastra muy severa y rigurosa, y todo o casi todo lo que hemos hecho a lo largo de los siglos lo hemos hecho exactamente para alejarnos de ella todo lo que podemos, cuanto más lejos, mejor. Y una forma radical de alejarse es precisamente la castidad.

Pensé, en la iglesia de la freguesia, que mi querido tío tuvo suerte de morirse antes de que trascendieran tantos casos de abusos sexuales cometidos por curas rijosos. Estas pederastias que con cierta frecuencia salen a la luz y que tanto daño han hecho y hacen a la reputación de la Iglesia Católica –aunque, por supuesto, los más dañados son los niños, que a menudo quedan traumatizados para siempre–, y que tanto le dolían al Papa Francisco, son, según dicta la lógica, resultado de la imposibilidad o la extrema dificultad, para algunos sacerdotes –no para todos, desde luego— de atenerse a lo que votaron. Y también, claro, del poder y la autoridad de que están investidos los adultos, padres, parientes, sacerdotes, maestros, y que se aprovechan de la desvalida condición de los niños psicológicamente más desamparados. 

Conociendo lo que decía, lo que hacía, y hasta en parte lo que pensaba el Papa, estoy convencido de que le habría gustado suprimir la exigencia de castidad y celibato sacerdotal, aunque esto sin duda representaría una ruina económica para la Iglesia. Véase lo que dijo sobre el tema el año pasado, en la Sala Nervi de El Vaticano: 

 “El placer sexual es un don de Dios […] En el Cristianismo no se condena el instinto sexual, no. Un libro de la Biblia, el Cantar de los Cantares, es un maravilloso poema de amor entre dos novios […] La castidad es una virtud que no hay que confundir con la abstinencia sexual, sino con la voluntad de no poseer nunca al otro. Amar es respetar al otro, buscar su felicidad, cultivar la empatía por sus sentimientos”. La lujuria, en cambio, “se burla de todo esto, saquea, roba, consume deprisa”. 

“Es cierto que si uno vive mal el celibato, es una tortura, es algo imposible. Pero si uno lo vive con la fecundidad del  ministerio por el cual se optó no sólo es llevadero sino precioso. Claro que para eso hay que tener vocación.” 

Leyendo entre líneas deduzco lo que no pudo o no se vio con fuerzas para hacer un Papa que ya había dicho cosas tan intempestivas como que el infierno no es un lugar, sino un estado del espíritu… 

Claro que puedo estar equivocado. En fin. El domingo el templo de la aldea estaba lleno, pero me fijé que a la hora de comulgar fueron pocos los que se acercaron al altar. Deduje que la mayoría de mis vecinos no son muy creyentes, pero asisten a la iglesia para reunirse en torno a algo en torno a lo que ya se reunían sus padres y sus abuelos. Al fin y al cabo es lo que quiere decir en griego la palabra ekklesia: asamblea, reunión. 

El retablo, efectivamente, era sensacional. 

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