The Objective
Javier Benegas

Relatocracia: ni verdad ni libertad

«¿Informar para que el lector pueda sacar sus propias conclusiones? Qué anticuado. Ahora lo que se lleva es orientar, guiar, enardecer pero con mucho mimo»

Opinión
Relatocracia: ni verdad ni libertad

Ilustración de Alejandra Svriz.

Recientemente, en la red social X, me topé con lo que, para mí, era un sorprendente tuit de un youtuber. Digo sorprendente porque en el tuit reprochaba a Álvaro Nieto, director de THE OBJECTIVE, la abrumadora cantidad de noticias que su medio publicaba relacionadas con la corrupción

El youtuber sostenía que una cobertura tan exhaustiva era contraproducente, pues, a su juicio, no hacía sino abrumar a los lectores. La gente no tenía tiempo –y es de suponer que tampoco ánimo– para procesar tanta información, por lo que el efecto conseguido era el contrario al perseguido. En lugar de despertar el interés y la inquietud de los lectores, provocaba su hartazgo y desentendimiento. 

Como postilla, el youtuber advertía de que toda esa información resultaba, además de antipática, improductiva… si no se sabía comunicar adecuadamente. Es decir, el diario debía poner más empeño en «comunicar» y menos en informar; actuar como un gabinete de prensa y no como un medio de información. Lo que, por fuerza, llevaría a primar objetivos distintos a los de la mera información, como si lo que tuviera entre manos Álvaro Nieto, en vez de un diario, fuera una asociación, fundación o think tank y, ya puestos, una plataforma política al servicio de determinados posicionamientos.

Lo que el youtuber parecía proponer es que THE OBJECTIVE se sumara a la preocupante tendencia que domina la política: la contraposición de relatos (comunicar), en vez de buscar la verdad (informar). Este nuevo paradigma del periodismo emocionalmente sostenible (y soportable) sería el arma definitiva para rescatar a la sociedad de las satrapías partidistas y alcanzar, por fin, la madurez democrática. Un periodismo activista que no informe demasiado, no resulte cargante y no nos amargue el aperitivo. Porque no hay nada más desagradable que enterarse de la realidad también cuando estamos de tapas.

Al mortificado ciudadano, que bastante tiene con llegar a fin de mes, habría que protegerle de los rigores de la actualidad. Como si el periodismo, ese oficio rancio y polvoriento de contar cosas, estuviera ya superado por un nuevo modelo más eficaz y llevadero. Algo así como un periodismo combativo con velas aromáticas, que no informa pero acompaña. 

«Lo verdaderamente llamativo era la apelación a ‘comunicar’ por lo que lleva implícito: la reconversión de un medio en una especie de plataforma militante»

Pero lo verdaderamente llamativo era la apelación a «comunicar» por lo que lleva implícito: la reconversión de un medio en una especie de plataforma militante. Como si el cometido de un diario fuera arrimar el hombro a la causa, ponerse el peto del activismo y centrarse en ganar el relato, no en contar los hechos. ¿Informar para que el lector pueda formar su juicio y sacar sus propias conclusiones? Qué anticuado, qué cargante. Ahora lo que se lleva es orientar, guiar, enardecer pero con mucho mimo, para no gripar el cerebro del lector. Menos información y más épica: «Deja ya de informar y ponte a luchar, compañero… pero respetando la siesta».

La idea de no abrumar al lector no es nada original. Que se lo digan, si no, a aquel redactor de informativos que, en plena crisis económica, tuvo que reescribir una pieza sobre el cierre de varias fábricas para darle un «enfoque positivo». La dirección, inquieta por el efecto rechazo que podía tener sobre la audiencia tanta noticia gris, propuso darle un giro argumental. Así, el telediario reenfocó la información con la siguiente entradilla: «El cierre de la planta podría suponer un nuevo comienzo para cientos de trabajadores». Con este giro creativo, los parados fueron presentados como exploradores del crecimiento personal. Y el INEM, como un lugar encantador donde ciudadanos privilegiados asistían a sesiones gratuitas de coaching.

Este es el modelo que algunos parecen reclamar: el de la información resiliente, inspiradora y, lo más importante, llevadera. El que liquida un elemento clave de la democracia: el derecho a saber y el deber de saber. Decía el filósofo Jean-François Revel que «sólo en las sociedades libres se puede observar y medir el auténtico celo de los hombres en decir la verdad y acogerla, puesto que su reinado no está obstaculizado por nadie más que por ellos mismos». Sin embargo, como el mismo Revell advertía, en estas sociedades demasiado a menudo los periodistas se muestran tan solícitos en traicionar el deber de informar como sus clientes tan desinteresados en gozar del derecho a estar informados. 

Es cierto, como lamentablemente es nuestro caso, que la verdad puede resultar abrumadora. Pero estaríamos renunciando a nuestra propia dignidad si ese sentimiento nos llevará a rechazarla. Porque sin información no hay juicio, sin juicio no hay criterio, y sin criterio lo único que queda es el trending topic del día, aderezado con zascas y dosis muy medidas de indignación prefabricada. Y eso, me temo, no es lo que necesita esta España devenida en la cueva de Alí Babá. 

Con todo el respeto que merece el youtuber en cuestión –que con seguridad tiene muchos más suscriptores que yo lectores–, debo recordarle que no estamos aquí para que la información nos guste, sino para que nos sirva. Aunque moleste, aunque incomode, aunque nos agobie y nos tiente cerrar la pestaña abrumados por tanta noticia sobre la corrupción. Estos no son tiempos normales. España se encuentra en una encrucijada crucial. Un momento histórico cuyo desenlace no está escrito, sino que dependerá de incontables decisiones. Y de todas esas decisiones, las más importantes son las nuestras, aunque pensemos justo lo contrario. Es sencillo de entender. Dado que parece improbable que los partidos tradicionales lideren motu proprio la transformación que necesitamos, el único factor que puede forzarles a hacerlo es una ciudadanía bien informada, consciente de la profunda degradación del sistema y de la urgencia no ya de desalojar a este gobierno –eso va de suyo–, sino de emprender reformas que devuelvan la acción política a la senda del sentido común y la decencia.

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