The Objective
Cristina Casabón

El mundo de ayer

«Quizás estemos en un momento crucial: incertidumbre, pesimismo, el mundo está revuelto y el Vaticano detonaba una nostalgia de universalidad»

Opinión
El mundo de ayer

Alejandra Svriz

En Occidente, la muerte de Dios fue el preludio de un increíble folletín metafísico, que continúa en nuestros días. Todas estas tentativas para paliar la muerte de Dios han fracasado hasta el momento, y la desdicha ha seguido extendiéndose. Quizás estemos en un momento crucial en este devenir: hay incertidumbre, pesimismo por el decrecimiento, el mundo está revuelto y el Vaticano con sus imágenes imponentes del funeral del Papa detonaba una nostalgia de universalidad. Hay cierta incertidumbre; se remite a lo eterno y todo ha quedado unos días como en suspenso. Por supuesto, poco después la máquina social vuelve a girar sin detenerse ante la nostalgia de muchos por el mundo de ayer.

Si echamos la vista atrás, también hemos perdido el concepto homogeneizador de la nación y sus vínculos emocionales con el ciudadano, sus límites y acogedoras certezas que se romantizan como un hogar en la intemperie de la interconexión y la disrupción. La solemnidad que remite a lo eterno es como el ensueño del mundo de las naciones independientes. Si miramos a la Roma civil y otras grandes capitales tenemos que hablar de ciudades diversas y abiertas que practican día a día un modelo económico y social: el liberalismo. Ciudades que hoy día concentran y conectan a la mayoría de la población mundial, bajo un modelo con vocación universal. El mundo anterior a los Estados nación modernos, el mundo anterior a Westfalia, era un mundo de imperios, ciudades libres, ligas, grandes corporaciones, y hacia ese mundo regresamos, según algunos analistas.

«En medio de estas fricciones, la cosmovisión liberal consigue aún imponerse, pese a las renovadas pugnas entre concepciones de ciudadanía e identidad»

En este siglo los Estados-nación solo parecen tener importancia cuando conforman entidades supranacionales, y más si entre ellas surgen alianzas defensivas, como la UE-OTAN. Nadie nunca ha creído firmemente que las tensiones entre la supranacionalidad versus el Estado nación se había solventado de forma definitiva con la creación de la UE, ahora se advierte que a estos dos modelos de influencia tenemos que añadir ciudades globales, grandes corporaciones e imperios como Rusia. En medio de estas fricciones, la cosmovisión liberal consigue aún imponerse, pese a las renovadas pugnas entre concepciones de ciudadanía e identidad.

La tecnología, con sus milagros terrenales, impulsa a su vez una sensación de riesgo, de perfección de medios de desplazamiento para seres que no tienen ningún sitio adonde ir porque no están cómodos en ninguna parte; se desarrollan medios de comunicación para quienes están continuamente enfadados; y se siguen facilitando las posibilidades de interacción entre los que ya no tienen ganas de entablar relación con nadie que no piense como ellos. Un reto se hace evidente y es el de la integración y la inclusión del Otro.

Al mismo tiempo, los Estados siguen endeudándose de forma masiva para poder garantizar sistemas del bienestar que en muchas ocasiones solo se mantienen a costa de unos impuestos desorbitados. El socialismo y la economía planificada, las subvenciones y ayudas se agotan ante el éxito del modelo público-privado. Nuestras sociedades han alcanzado un grado de sobrecalentamiento que no siempre implosiona, pero se muestra incapaz de generar un consenso, las tensiones entre modelos caducos y nuevos van en todas direcciones. 

Sin embargo, cada individuo es capaz de producir en sí mismo una especie de revolución situándose por un instante fuera del flujo informativo-publicitario. Basta con hacer una pausa; apagar la radio, desenchufar el televisor; no comprar, no enfadarse. Basta con aceptar que el mundo está cambiando, que este siglo tiene sus dinámicas y solo podríamos ralentizar el proceso, pero nunca revertirlo. Se trata, como siempre, de elegir el camino difícil: el que encara los descontentos y las incertidumbres sin dejar que el miedo pisotee la libertad.

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