'Apagoning': la increíble experiencia de pasar un día sin energía
«Con la izquierda en el poder nunca sucede nada, todo es motivo de celebración y de positivismo, y las peores tragedias son una prueba de resiliencia»

Varias personas en una cafetería sevillana, funcionando con normalidad durante el apagón masivo del 28 de abril. | Rocío Ruz (Europa Press)
Lo mejor de que no gobierne la derecha es que así las calles no han ardido como podrían (o deberían) haberlo hecho desde 2019. Con la izquierda en el poder nunca pasa nada, todo es motivo de celebración y de positivismo, y las peores tragedias son una prueba de resiliencia. Tampoco importa la pobreza, convertida en una ocasión para actividades con nombres chulísimos en inglés como el coliving (compartir piso con amigos a los treinta), el trashcooking (comer sobras), la staycation (quedarse en casa en agosto por no poder pagar un viaje) y ahora también para el apagoning (comer crudo, duchas frías y hacer el bobo en la calle).
Una de las mayores expresiones de la tercermundización que sufre España de un tiempo a esta parte fue el apagón energético del lunes, un «bulo de la ultraderecha» que, como tantos otros, resultó ser una verdad anticipada. No fue ninguna broma, y las consecuencias sanitarias y económicas serán (ya son) muy lamentables, pero la realidad que se vivió en España fue otra: gente tomando el sol, cañas, risas y hasta bailecitos por las calles de Malasaña. O tempora, o mores.
Los medios de comunicación provocaron en cierto modo esta reacción. Los bufones del Régimen hacían chistes para desdramatizar, los reporteros recopilaban historias de alto contenido humano frente a la adversidad, y un ejército de expertos (sic) paseaban por las televisiones exculpando a la política energética del Gobierno. El ambiente se vició de un buenismo hippie tremendamente perverso: disfrutar y aplaudir es de demócratas, mientras que criticar y exigir responsabilidades es de fascistas desinformados por los pseudomedios y las redes de Elon Musk.
Hace diez años Jordi Évole hacía reportajes sobre la pobreza energética en España. Era otra época, claro: gobernaba el Partido Popular. El lunes, el ínclito andaba haciendo chistes en Twitter sobre Mazón y El Ventorro, los más frescos de su repertorio junto a los de M. Rajoy y los curas pederastas. Lucía Méndez celebraba la «lección de civismo, solidaridad y paciencia» de los españoles, y Olga Rodríguez nos recordaba que vivió un apagón en 2003 en Estados Unidos, y eso, que no estamos tan mal.
Pero el apagón, ese que no se iba a producir, ha provocado muertos. Alrededor de diez, por lo pronto. Los sordos quedaron incomunicados: sin electricidad, muchos no pudieron cargar las baterías de sus audífonos o implantes cocleares; enfermos de ELA como Jordi Sabaté sufrieron una auténtica agonía; y las consecuencias económicas se calculan en torno a 1.000 millones de euros. Por citar algunos ejemplos que deberían empujarnos a los ciudadanos y (sobre todo) a los periodistas a adoptar una visión un poco menos naif y más crítica sobre lo sucedido.
Los palmeros que celebraban que nuestra red eléctrica es la mejor del mundo, los que aplaudían cada derribo de una nuclear, han terminado pregonando las virtudes del apagón como un modo de relacionarnos de otra manera, confundiendo la virtud del civismo con el nihilismo.
«En días como este recuerdo que España se movilizó contra un Gobierno porque el perro de una enfermera tuvo que ser sacrificado por la crisis del ébola. Se pidieron dimisiones y hubo concentraciones en 24 ciudades».
Para más inri, el presidente del Gobierno compareció tarde, no dio explicaciones y rehuyó responsabilidades, pero a cambio recalcó la gran solidaridad del pueblo español y su ejemplar comportamiento. Fue el discurso de un líder político pasando la mano por el lomo a un pueblo idiotizado que ha abrazado la peor de las servidumbres: la voluntaria.
En días como este recuerdo que España se movilizó contra un Gobierno porque el perro de una enfermera tuvo que ser sacrificado por la crisis del ébola. Se pidieron dimisiones y hubo concentraciones en 24 ciudades. Pocos años después, los españoles fueron encerrados ilegalmente durante una pandemia en la que murieron casi 100.000 personas, abandonados tras una trágica riada que podría haberse evitado y dejados sin luz por un apagón energético que no iba a producirse jamás. Entonces aplaudieron en los balcones y bailaron en las calles celebrando que, como dice el acertado meme, «por lo menos no gobierna la derecha».