The Objective
Paulino Guerra

El gran tunante lo ha vuelto a hacer

«Sánchez ya tiene el partido donde quería. Mientras que él ha traído de nuevo la luz, empiezan a emerger los sospechosos habituales: los “operadores privados” y el PP»

Opinión
El gran tunante lo ha vuelto a hacer

Ilustración: Alejandra Svriz.

El gran tunante lo ha vuelto a hacer. Es improbable que Pedro Sánchez sea recordado como un líder sincero y honesto, pero ya tiene garantizado un lugar prominente en el panteón de los políticos españoles con más talento para la maquinación y la resistencia. Los errores en la gobernabilidad que inhabilitan a otros a él no solo le salen casi gratis, sino que en algunos casos hasta le acaban reportando notables beneficios. Y eso en política, cuando se está por encima de los remilgos éticos, es una virtud que da una enorme ventaja sobre los rivales que aún se andan con escrúpulos y convicciones. 

Ocurrió por ejemplo con el coronavirus. La pandemia afectó a todo el mundo, pero solo el Gobierno español había animado a participar masivamente en la manifestación del 8-M de 2020, que tanto contribuyó a extender el covid en la Comunidad de Madrid. España fue también uno de los países con más fallecidos y que con más frivolidad se enfrentó al virus al principio. Ahí quedará para la historia de la ineptitud universal aquel “España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado”, de Fernando Simón, pese a lo cual la propaganda oficial lo quiso elevar primero a categoría de científico eminente y después a icono pop con camisetas que reproducían su cara y algunas de sus expresiones más insustanciales. También su jefe, el entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa, pese a los fallos en la gestión y el desmesurado número de muertos, salió de la pandemia reforzado con una imagen de político solvente que posteriormente le llevó a la presidencia de la Generalitat de Cataluña.

El reciente apagón eléctrico era también otra hipótesis imposible, solo un deseo “apocalíptico” que buscaban ansiosamente “la derecha y la ultraderecha”, junto con algunos medios de comunicación, según sostenía Pedro Sánchez en 2022 con ocasión del inicio de la guerra de Ucrania. Aún faltaban dos años para que los conceptos de la fachosfera y los pseudomedios fueran acuñados e incorporados al arsenal gubernamental, pero la línea de ataque ya estaba muy bien trazada: todo el que no apoyara o estuviera en la órbita doctrinal del Gobierno se convertía en un sospechoso fascista.

“En su comparecencia, Sánchez no descartó ninguna hipótesis y dijo ser consciente del impacto para los ciudadanos de lo ocurrido, pero ni siquiera pidió disculpas, porque él no estaba allí para asumir culpas, sino en calidad de juez instructor para identificar a los culpables e impartir justicia”

Pero lo que nunca iba a pasar, sucedió a las 12.33 del pasado día 28 de abril. En esos ya históricos cuatro segundos el país hizo un vertiginoso viaje de regresión al Tercer Mundo. Sin luz, sin telefonía móvil, sin apenas información, por las calles se veía a gente desnortada que arrastraba maletas o intentaba subirse a autobuses abarrotados, mientras observaban compulsivamente el móvil como el que mira al cielo esperando una señal de Dios. A esas horas, sin televisión, sin internet, con el Gobierno ausente y recluido en un despacho, la radio tomó el mando y fue la única capaz de transmitir calma, de dar consejos prácticos y de vertebrar el pulso del país.

Por fin, a las seis de la tarde, dos horas después de que lo hiciera el primer ministro portugués, apareció Sánchez. Fueron siete minutos insólitos. Parecía que Sánchez quería evitar la palabra “apagón” y empezó hablando de la “crisis de electricidad que sufre España” y de “una interrupción generalizada del suministro”. Después no descartó ninguna hipótesis y dijo ser consciente del impacto para los ciudadanos de lo ocurrido, pero ni siquiera pidió disculpas, porque él no estaba allí para asumir culpas, sino en calidad de juez instructor para identificar a los culpables e impartir justicia.

Esa intención quedó ya claramente explicitada en su segundo monólogo de las 11 de la noche. Seguía sin saber qué había pasado y sin descartar ninguna hipótesis, pero como los chacales que vigilan a las gacelas en la sabana, ya estaba eligiendo a sus presas. Empezó a hablar de los operadores privados de electricidad y de repente: ¡sorpresa!, Red Eléctrica, una empresa, una sucursal mangoneada por las directrices del Gobierno y dirigida por una registradora de la propiedad de su elección, se convertía políticamente y propagandísticamente en un “operador privado”. Y ya se sabe que lo privado, salvo la tesis doctoral del presidente por la Universidad Camilo José Cela, es malo socialmente y atenta contra la infalible y justa planificación económica de la izquierda.

Pero la obra maestra llegó en la rueda de prensa del día siguiente. El gran tunante volvió a estar espléndido, colosal, gigantesco. Emergió el mejor o el peor Sánchez de siempre, el de no pactaré nunca con Bildu o el de no a la amnistía a los independentistas, el de los ficticios comités de expertos del tiempo de la desescalada en el covid. Seguía sin aportar un solo dato de los motivos del apagón, pero como el fiscal implacable que busca la complicidad del jurado, con el dedo acusador apuntó de nuevo y más claramente a las eléctricas: “Los ciudadanos y los medios tienen preguntas. Nosotros también tenemos preguntas. Somos los primeros interesados y exigiremos las responsabilidades a los operadores privados, si es que así se tienen que dirimir esas responsabilidades”. Hasta tres veces insistió en la presunción de culpabilidad de las eléctricas.

Después, el gran Oráculo, que también anunció una comisión de investigación, pasó a desgranar ya las conclusiones de las investigaciones que aún no habían comenzado. Por supuesto, exculpó del corte de luz al “exceso de renovables” y desdeñó a las centrales nucleares, que “lejos de ser una solución con el apagón, fueron un problema”. Y condenó a sus defensores al averno: gentes que mienten o demuestran su ignorancia.

Eso sí, presumió del restablecimiento de la luz como si fuera un mérito del Gobierno. Ya tenía el partido donde quería. Mientras que él había traído de nuevo la luz, empezaban a emerger los sospechosos habituales. En primer lugar, los “operadores privados” y después el PP, un nido de lobistas que trabaja para sus intereses. Para cerrar el círculo solo falta que el CNI localice entre los millones de datos a algún cazador extremeño simpatizante de la derecha y sospechoso de haber disparado alguna vez a las jícaras de vidrio de una torreta de alta tensión.

Publicidad